El mismo despertar

18.7K 473 55
                                    


-¡Poom!

Mis ojos se abrieron de golpe y tardaron en enfocar mi alrededor. Me encontraba en mi habitación, cubierta por mis cobijas. Con pesadez, arranqué las sábanas que cubrían mi cuerpo y tomé en mis manos el molestoso objeto que provocó mi despertar.

Me había despertado como hacía dos semanas desde que me mudé a ese sitio tan aburrido: con el golpe de una bola de béisbol que mi padrastro "tan amablemente" me arrojaba para que me levantara. Mi única manera de aguantarlo era durmiendo, pero él se empeñaba de arrebatarme hasta el sueño.

Patricio era un hombre asqueroso. Alto, rechoncho, con una panza enorme y una personalidad más horrible que su físico. Era un hombre ignorante, irresponsable y un desconsiderado con mi madre. Todo el tiempo me preguntaba qué rayos le veía ella a ese hombre. Lo único bueno que nos había dado a nosotras fue a mi hermanito Sebastián. Era tan tierno y listo, aunque a veces me daban ganas de matarlo cuando estropea mis maquillajes, era un chiquillo muy travieso, pero, sin duda, el causante de mis sonrisas cuando un día me iba mal.

Arrojé la pelota de béisbol con coraje hacia la puerta de mi cuarto y me levanté. Me miré al espejo y un gesto de horror apareció en mi rostro. ¡Mi cabello era un total desastre! Siempre era una batalla campal arreglarlo, pues estaba tan largo que se enredaba con facilidad. No era que me quejara de él, amaba mi problemático cabello, inclusive mis amigas adoraban la manera en que caía sobre mi espalda, solo era que la insistencia de mamá en cortarlo estaba causando convencimiento en mí.

Noté mis ojos aún hinchados por el sueño, los froté, dando a su vez un bostezo.
Me dirigía al baño cuando escuché el grito de mi madre:
- ¡Susan!

- ¿Qué?- Le contesté y puse los ojos en blanco. Odiaba la manera en que pronunciaba mi nombre. Ella era la mismísima reina de la autoridad.

- ¡Baja a desayunar, ahora!- me ordenó.

- Okay, madre.

Mi madre era una mujer esbelta y morena de cuarenta años que todo lo tenía que decir de mala manera. ¡Ugh..., cómo detestaba que me gritaran! A veces se le olvidaba que era su hija, bueno, se le olvidaba que era madre. Se la pasaba trabajando todo el tiempo y cuando no lo estaba, se iba con mi padrastro y se olvidaba de mí. No debía llamarlo así, porque solo era novio de mi madre, pero llevaba años con ese imbécil de hombre y me acostumbré a darle ese título, título por el cual no me sentía, ni en lo más mínimo, orgullosa.

Bajé las escaleras de la nueva casa: enorme y lujosa por todos lados. Mi madre y sus exagerados gustos. En la cocina estaba ella sirviendo el desayuno y mi hermanito sentado en la mesa, ansioso de comer los ricos panqueques que mi progenitora preparó.

- Hola, chiquillo hermoso. ¿Dónde está el nene de Susan? ¿Dónde está? - Me encantaba molestarlo con juegos infantiles, aunque sabía que estaba un poco grande para eso.

- Susan, ya estoy grande para esos jueguitos - me dijo Sebastián entre risitas.

- No estás grande, bobo, tú eres un bebé todavía - comencé a hacerles cosquillas y soltó risotadas.

- ¡No quiero juegos en la mesa, Susan! - ordenó mamá. ¡Ella y sus malditas ganas de tenerlo todo bajo control!

- Bien -le dije de mala gana.

- Patricio, ven a desayunar, mi amor - cambió su tono arrogante a uno meloso, al dirigirse a ese hombre que no soportaba.

- Tráemelo aquí, mujer - le dijo Patricio de mala manera.

- Ya voy, amor.

¡Ugh, qué patética esa situación! ¡No soportaba a ese hombre!

- ¿Acaso él no puede levantarse e ir la mesa, madre?- Repliqué, dejando de comer.

- Susan, no empieces...

- Siempre me dices lo mismo, no soporto tener que aguantar a ese hombre, que siquiera es tu esposo, en la misma casa que yo. ¡Es un vago!

- Ese hombre es el padre de tu hermano.

- Exacto. ¡No es mi padre! - mi corazón comenzaba a martillar deprisa. Ahí iba otra discusión mañanera, pero realmente no me importaba.

- ¡Susan, basta, que aquí está Sebastián!

- La excusa de siempre. ¡Odio este lugar! ¿Por qué nos tuvimos que mudar?- Le grité, levantándome de golpe.

- ¡Susan, no me grites! ¡Sube a tu cuarto, ahora mismo!

- ¡Sí, lo voy a hacer, porque es mejor estar sola que con este hombre a mi lado!

Subí las escaleras hecha fuego y tiré la puerta de mi habitación. ¡Qué coraje tenía! ¡Cómo odiaba estar en ese lugar! ¡Bajo el mismo techo que Patricio y aguantando la manera en que trataba a mi madre! ¿Acaso era tan ciega como para no darse cuenta que ese hombre no valía nada? ¡Cuánto deseaba volver a mi antiguo hogar! Al menos allí tenía a mis amigos y, aunque vivía con ese asqueroso de humano, ellos me distraían y lograba pasar el menor tiempo posible junto a él. Él no era ni por asomo parecido a mi padre, eso ni pensarlo.

Mi padre, mi amado padre. ¡Cuánto lo extrañaba! Hacía mucho que no sabía de él, desde que le habían dado el empleo en Washington como agente. Mi pecho se llenaba de orgullo cuando hablaba sobre mi progenitor. Se merecía ese puesto. A veces nos testeábamos o él me llamaba para saber cómo estaba, pero no tenía mucho tiempo, así que eran pocas las veces que lo veía, pero aun así era un buen padre. Todos los meses me enviaba regalos y dinero. Los pocos días que tenía libre pasaba a buscarme y disfrutábamos juntos. Ese hombre, Carlos, era una de las personas que más amaba en mi corta vida.
Desde que nos habíamos mudado, mi círculo social era muy reducido, diría que no socializaba con nadie, excepto por Manuel, un chico inteligente, de esos que le llamaban nerd, que me ofreció su amistad en mi primer día de clases en la High School. ¡Qué día tan horrible! Todos mirándome como si fuera un extraterrestre y las chicas más populares lanzándome miradas de desprecio. Manuel fue el único que se acercó a darme la bienvenida. Era un chico agradable.

Estaba en mi cama hundida en mis pensamientos. Me acababa de levantar, pero tenía los párpados pesados. Minutos después, me quedé dormida...

- ¡Poom!

Un ruido sordo me despertó, pero no el de una pelota de béisbol. ¿Cuánto había dormido? Chequeé mi celular. ¡2:37 pm! ¡6 HORAS! Eso era demasiado para mí. ¿Qué rayos me había despertado?
Me levanté y me dirigí a mi ventana, al lado derecho de mi cama. ¡Oh, Dios mío! ¡No podía creer lo que estaba viendo!

Mi vecino misteriosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora