|Capítulo 72 | República Dominicana

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Allí, recostada del torcido tronco de una palmera, con el vaivén de las olas sirviéndole de fondo, los rayos del sol resplandeciendo sobre su piel y una espléndida sonrisa adornando sus labios, Amy no puede obsequiarme una mejor perspectiva de sí ...

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Allí, recostada del torcido tronco de una palmera, con el vaivén de las olas sirviéndole de fondo, los rayos del sol resplandeciendo sobre su piel y una espléndida sonrisa adornando sus labios, Amy no puede obsequiarme una mejor perspectiva de sí misma para yo inmovilizarla en una fotografía.

Hay algo realmente fantástico para mí en la simple acción de enfocar su silueta con el lente de mi cámara y detener un instante de oro, haciéndolo palpable y eterno en una minúscula polaroid.

El viento juega a mi favor y no deja de revolotear  la rizada melena de Amy, haciéndola lucir aún más perfecta en mis capturas mientras ella me complace en posar y dibujar divertidas muescas.

Es tan traviesa y pícara. Y a la vez tan tierna y adorable. Porque la dulzura y la sensualidad saben cómo conjugarse equitativamente en ella.

Yo disparo la cámara una y otra vez, incapaz de ponerme un alto, maravillado por su perfil y los perfectos ángulos de su rostro, por su curvilínea figura embutida en un delirante bikini rojo, y por esos achinados ojos tan claros que bien se asemejan al color diáfano de las aguas del mar que oscilan detrás de ella. 

Y allá, en los márgenes donde parecen acabarse esas aguas e iniciar el cielo, la pantalla del horizonte ya está dando término a la puesta de su sol.  

Últimamente he encontrado una gran fascinación por el color naranja. Es tan cálido y llamativo que he aprendido a adorarlo. Podría designarlo como mi color favorito. Y no sólo por el hecho de que el encantador pelo de Amy sea anaranjado y a mí me guste tanto.

Sino porque también es el color de los atardeceres; esa deslumbrante conjunción entre el amarillo y el rojo que pinta el lienzo celestial y que ha venido siendo un elemento primordial de nuestro loco viaje por el mundo.  

—Muy bien, paparazzi, eso ha sido todo por hoy. Una foto más y me desgasto. —Amy sigue sonriendo cuando se acerca a mí y me hace guardar la polaroid.

Se sienta sobre la arena y me invita a hacer lo mismo con una tácita petición en sus ojos. Yo no rechisto y ocupo lugar a su lado.  

—No entiendo por qué tienes esa jodida y provocativa manías de lamerte los labios, McCourdy.  

— ¡Te juro que lo hago inconscientemente, Nick! —Se justifica.  

—Lo sé. Igual te pasa cuando haces esos involuntarios y graciosos pucheros al ponerte pensativa. O cuando echas tu cabeza hacia atrás como una psicópata en mitad de tus brotes de risa.  

—Venga, tío, eso no es verdad.  

—Claro que lo es, Amy. Tanto tiempo junto a ti, día y noche, me han permitido obtener una maestría en descubrir tus manías, tus hábitos, tus virtudes y cada faceta de ti. Te conozco más de lo que podrías imaginar ¿sabes?  

— ¿Eso crees, Nick Collins?  

—Eres como un arte abstracto. Sólo me ha costado tomarme la labor de descifrarte poco a poco.  

Una Limitada Vida Sin Límites © [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora