Nick se enamora de un corazón que pronto dejará de latir.
Amy es una estrella más cuya luz advierte con apagarse en el firmamento.
Ella, la chica cuya enfermedad terminal le ha puesto fecha límite a sus días. Él, un fanfarrón que se cruza en su v...
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Beth se ríe ruidosamente al otro lado de la pantalla.
Puedo advertir la distorsión que sufre su rostro entre la poca calidad visual que ofrece la videollamada y como sus movimientos se vuelven difusos cuando intenta ponerse en otra posición sobre la cama. Ahora ella también está sentada sobre el colchón. Mientras mis piernas están flexionadas para ahuecar la laptop, las suyas están estiradas y su laptop descansa encima de una almohada.
Hoy hacen justo ocho días que Beth viajó a Canadá y es nuestra cuarta llamada desde entonces. Está claro que las diferencias horarias han sido una desventaja en nuestro afán por mantener la comunicación. Pero, al menos, cuando logramos coincidir para hablar, ya hemos acumulado las suficientes palabras para gastarnos interminables horas en parloteo.
Mi mejor amiga se desgarganta hablándome de los atractivos de Toronto y, por supuesto, de cómo en sus caminatas se ha visto deleitada en admirar "especímenes" dignos de alabanza. Todo esto, además, acompañado de las ocasionales injurias contra su madrastra, "Doña Forofa", y ciertas alusiones a Lucas.
—Te lo juro, Amy. ¡Los tíos canadienses son la leche! Siento que me caigo para atrás y convulsiono. Es como estar en el paraíso, tía. O en el infierno, porque te calientas, créeme. Sólo fíjate que éstas son las raíces de Justin Bieber, Robbie Amell y Shawn Mendes. ¡Estoy flipando! Estos tíos sólo se salvan porque apenas entiendo el idioma ¿sabes?
—Pensé que ibas enserio con Lucas ¿no? Deberías censurar tus delirios y desechar las miradas exploradoras, Beth.
—Por cierto, ¿ya te conté que anoche me ha enviado una foto...? De su paquete, Amy, ¡De su berenjena!
En la pantalla observo a Beth echándose aire con una de sus manos mientras se relame descarada y perversamente los labios. —Ay, por Dios, qué asco. ¿Se la has pedido? —Beth se hace tronar en una pequeña carcajada al distinguir mi cara de repulsión.
— ¿Asco, dices tú? Me cuesta creer que eres mayor que yo y aún seas tan ingenua, Amy. Ya verás cómo llegará el momento en que no pensarás igual. Sólo basta con probar una chupeta, y ya está.
— ¡Beth! Deja de corromper mi mente ¿quieres?
—Cómo digas, Santa Amy. Y no, no le he pedido nada. Sólo estábamos teniendo una conversación muy especial, si sabes a lo que me refiero... Y, bueno, él sólo quiso enseñarme las consecuencias.
—Ya déjalo ahí, Beth. No quiero conocer los detalles. —Pongo mis ojos en blanco y advierto a Beth sonreír del otro lado.
—Pude adivinar algunos dieciocho centímetros. Aún tengo la imagen. ¿Quieres ver? ¿Te la envío? —Ella eleva sus cejas con picardía.
—Podías obviar decirme las medidas ¿sabes? Y no, no estoy interesada.
—Te juro que acaba de anotarse puntos significativos. Me tiene coladísima. Pero, claro, estoy haciéndome la difícil.