| Prólogo |

1.2K 170 136
                                    

Cuando conocí a Amy McCourdy, la chica de las sonrisas perfectas que suele maravillar los rincones del parque Oest, contoneando su cintura al compás del oleaje de fuego que exhiben las ondas anaranjadas de su melena, nunca pensé que poco después de verla por primera vez en aquella azotea, hoy estaría planificando un viaje alrededor del mundo con ella.

¿Cómo iba a imaginar que Miss Sonrisas Perpetuas, la chica desconocida que pocos días atrás sólo era quien conseguía hacerme levantar la vista del lienzo en mitad de mis pinturas, terminaría proponiéndome la locura de brincar continentes y desafiar kilómetros y océanos a su lado?

Amy, sin lugar a dudas, está loca. Aunque he debido adivinarlo desde el primer instante en que me fijé en sus ojos celestes como el mar, claros espejos que te permiten entrever la personalidad disparatada y única de su dueña.

A otras tantas chicas de su edad quizás lo único que les cuece en la cabeza en estos momentos son las inevitables preocupaciones de sus prontas vidas universitarias, asegurándose de estar eligiendo correctamente sus carreras, documentándose sobre las mejores facultades y lidiando con el proceso de independización que casi siempre acarrea este ciclo de vida. Pero Amy McCourdy es tal vez la única tía de su edad que justo ahora prefiere mandar a tomar por culo todo lo demás y ha preferido anclarse a un deseo más caprichoso: Conocer el mundo.

Y Amy es una chica tenaz. Está claro que se ha propuesto hacerlo a toda costa, decidiendo añadirme a mí a su desatinado plan. Algo de lo que yo no tengo la más mínima intención de quejarme.

Porque justo ahora, teniéndola enfrente, soy capaz de leer muy claramente allí, en ese destello que irradia su mirada, toda la ansiedad y el entusiasmo que embarga dentro.

Estamos en mi habitación, sentados en las baldosas del piso, con dos laptops descansando en nuestras piernas flexionadas y una libreta junto a un bolígrafo que Amy ha colocado a su lado.

Su pelo está amarrado en una alta coleta que se ondea de un lado a otro al son de sus meneos de cabeza cada vez que es incapaz de contener la emoción. Lleva puesto unos leggins azules y una ligera blusa de tiras, al aparecer sus favoritas. Algo que no encaja convenientemente con su manía de no usar sostén, como mis ojos, inevitablemente curiosos, no han dejado de darse cuenta mientras su postura encorvada me da una amplia visión de sus pechos abultados. Y es precisamente esta distracción la que me obliga a aislarme parcialmente de lo que Amy está tratando de decirme.

—¡. Nick! ¿Estás aquí? ¿Acaso ya estás viajando solito en tu delirante cabecilla? Espérame ¿no? —Sus palabras me hacen reír y regreso a prestarle atención a la sonrisa socarrona que esbozan sus labios.

— ¿Podrías subirte un poco más la blusa? No me das chance de concentrarme, pequeña—Amy se da cuenta de que está ofreciéndome un panorama bastante atractivo y pone sus ojos en blanco cuando intenta erguir un poco más su espalda y arreglar sus tirantes. —Te lo agradezco.

—Necesito que estés metido de lleno en esto, Collins. Mientras más rápido consigamos planificarlo todo, más rápido emprenderemos nuestro viaje.

—No me lo estabas poniendo fácil así. ¿Por qué no usas sostén?

—-Son incómodos. Y no es un asunto de tu incumbencia, capullo. —Amy me reprocha con la mirada, esa que se me hace aterradoramente adorable.

—Bien, McCourdy, ya estoy. Dime qué es exactamente lo que quieres.

—La cuestión es la siguiente: siete u ocho países a lo sumo. Y siete o diez días de permanencia en cada uno de ellos, no más. Serían unos tres meses.

Una Limitada Vida Sin Límites © [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora