Después de unos treinta minutos transitando por una desolada carretera con el blues de los sesenta sonando a todo volumen en la radio, Nick finalmente se ha desviado por un sendero que nos ha traído hasta las mismísimas profundidades del bosque en las afueras de Charleston.
Él ha aparcado el coche en un pequeño claro dentro de la extensión de árboles y mientras ha caído la tarde nos hemos conducido a pie a través de la alameda con todo lo necesario para nuestro camping.
La noche ya ha oscurecido ligeramente el cielo cuando ambos llegamos al asomo de un pequeño lago del cual se enseñorea una bonita y pasiva cascada.
— Es muy bonito ¿no?—digo yo y Nick me sonríe.
—Aquí vamos a pasar la noche, McCourdy. —Decide él y se deshace de la mochila que ha venido cargando con sus hombros, en señal de asentamiento.
Poco después, cuando el anochecer sumerge aún más el bosque en la penumbra, Nick ya se ha encargado de encender una hoguera con palos y fósforos y de colocar un mantel sobre el césped junto al fuego.
Luego se ha dado a la tarea de abrir nuestra tienda e inflar los colchones donde vamos a dormir más tarde, mientras yo he estado recolectando frondosas cerezas de una pequeña mata.
Y ahora estamos aquí, sentados encima de la tela del mantel, posicionados uno frente al otro con nuestras piernas flexionadas y teniendo una sugestiva vista del manantial del lago. Los destellos de la luna han venido a reemplazar el sol y su cuarto menguante adorna con esplendor el estrellado firmamento.
Con el entorno campestre desprovisto de las luces de las urbanizaciones, aquí las estrellas son más fáciles y hermosas de contemplar brillando en las alturas. Yo me centro en ellas por un momento, admirándolas y tratando de desechar el miedo que me provoca estar rodeada de tanta oscuridad.
Aunque tan sólo me basta buscar aquella mirada para disipar cualquier atisbo de pánico.
El ambiente está enfundado del silencio de la naturaleza y únicamente se escucha como fluye el caudal de la cascada, los ruidos de los grillos, los sapos lejanos y el azote de la brisa contra los arbustos.
Quizás es por esto que Nick se convence a sí mismo de tomar su móvil e inundar nuestra pequeña con su peculiar gusto musical. Una de sus canciones favoritas, Time of my life, al instante empieza a divulgar su melodía a nuestro alrededor.
Y es como si de pronto ella descargase frenesí sobre Nick, porque se pone de pie y empieza a cantar la letra al son de unos cómicos movimientos y meneos que no tardan en hacerme reír.
—Now I’ve had the time of my life. No, I never felt like this before. Yes I swear it’s the truth. And I owe it all to you. —Su voz se alza con estrépito y sofoca el mutismo.
Su cuerpo comienza a recrear una imitación del famoso baile final de aquel clásico filme que vimos en París, Dirty Dancing, y se propone simular los alocados pasos de Patrick Swayze.
Me sale una risa automática en cuanto él zarandea su pelvis e intenta darle un toque sensual a los contoneos de su cadera.
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Una Limitada Vida Sin Límites © [✅]
Roman pour AdolescentsNick se enamora de un corazón que pronto dejará de latir. Amy es una estrella más cuya luz advierte con apagarse en el firmamento. Ella, la chica cuya enfermedad terminal le ha puesto fecha límite a sus días. Él, un fanfarrón que se cruza en su v...