|Capítulo 6|

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Siento mis párpados pesados y apenas soy capaz de mantener mis ojos abiertos entre tanta luz

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Siento mis párpados pesados y apenas soy capaz de mantener mis ojos abiertos entre tanta luz. Me obligo a forzarlos y a ensanchar mi vista.

Pero sólo sigo viendo una reducida panorámica de altas paredes blancas con pequeños adornos rectangulares que distingo difusamente entre la neblina que cubre mi mirada.

Pero sé que estos rectángulos son cuadros decorativos. Y no me hace falta mirar con mejor nitidez para saber que se tratan de un conjunto de paredes muy familiares. Tampoco necesito procesarlo todo a mí alrededor para saber dónde estoy. El detestable olor a fármacos y químicos que invade la estancia no lo pone en duda. 

No necesito más para saber estoy en el ASHE, el hospital hematológico de la ciudad, en el consultorio del doctor Núñez, mi segundo doctor particular después Linares. No es difícil adivinar que la incomodidad bajo mi espalda consiste en el áspero cuero de la camilla poco acogedora que hay dentro de la estancia.

No es la primera vez que vengo aquí por la misma razón.

La consciencia se me hace lúcida después que de abrir mis ojos. Recuerdo como de repente fui sometida por el decaimiento que suele suscitar la LLS en mí. Así, sin avisos o advertencias, se reveló en el momento más inesperado.

Lo último que mi mente recapitula es que estaba en el Oest con aquel chico, Nick Collins, cuando empecé a sentirme mal. Supongo que me desmayé estando allí. No habría otra explicación para justificar que estoy en este lugar sin recordar como llegué.

Mi cuerpo aún experimenta fragilidad y no puedo evitar soltar un pequeño gemido cuando intento inclinar mi espalda y mis huesos duelen. Mi quejido provoca una simultánea alerta en los ojos de Beth.

Mi mejor amiga está sentada sobre unos de los sillones arrinconados que se encuentran dispuestos alrededor de una pequeña mesilla de cristal. Beth se incorpora de forma automática y se encamina con pasos apresurados hacia mí.


La oigo resoplar cuando acerca su rostro al mío y se asesora de que tengo mis ojos abiertos. Mi sonrisa provoca que ella me recrimine con su mirada. Pero sus facciones me indican que ha estado nerviosa y que justo ahora ha parecido quitarse un gran peso de encima. 

— ¿Esto no es el cielo, verdad? —Hago forzar mi voz para decir y mofarme de Beth.

Mi tono suena ronco y débil. Siento como un amargo sabor me asquerosea el paladar y como la sequedad deshidrata mi garganta. 

—Joder contigo, Amy. — Suelta su esperada reprimenda. 

— ¿Acaso no esperabas que yo muriese hoy, verdad, Beth? Déjame decirte que aún me queda un poco de tiempo para fastidiarte, cucaracha.

—Evítate decir comentarios como éstos delante de tus padres, Amy. —Me exige con semblante adusto. — Por suerte yo soy inmune a tus imprudencias. 

— ¿Dónde están ellos?

—Tu padre está cuidando de Seline en vuestra casa.  Y Peggy ha salido un momento a por un café caliente y a distraerse un poco afuera.  No podía estar aquí y aguantar la ansiedad por verte despierta. Aunque la enfermera nos avisó que te habían puesto un medicamento que te haría dormir un buen rato. ¡Tenías nueve horas durmiendo, tía! 

Asiento a sus palabras cuando termino de procesar la rapidez con que acaba de emitirlas. 

Noto que mi mejor amiga empieza a respirar más pausadamente y enlaza su mano a la mía mientras me sonríe. También le sonrío para terminar de descartar la preocupación en ella. Pero mi cabeza hace memoria una vez más. 

— ¿Cómo es que llegué hasta aquí? Recuerdo que estaba en el parque con Nick y… 

—Ah, ¿se llama Nick?—. Indagó Beth. — ¿El tío guapetón de ojos verdes?

—¿Lo viste? —digo. 

—El guapetón te llevó de emergencia al hospital público en cuanto te desmayaste. — Explica—Y como estabas inconsciente tomó tu celular para llamar algún familiar. ¡Por suerte nunca pones clave! Pero, según él, se puso un tanto nervioso y terminó marcando el primer número de tu historial de llamadas. Es decir, yo. Me e avisó que estabas allí y me apresuré en llamar a tus padres. Llegué primero que ambos y el guapetón estaba acompañándote en Urgencias.  Después se retiró porque le llamaron. 

—Y luego papá me trasladó aquí en una ambulancia. Todo muy drástico como siempre ¿verdad? 

—Y ya te sabes la historia de ahí en adelante. 

—Núñez me inyectó un químico anestésico para contrarrestar los influjos de la LLS y nueve horas como la bella durmiente ¿no? —Completo. 

—Sólo te advierto que hoy más que nunca Peggy está decidida a convencerte de que continúes con la quimio o intentes otros tratamientos que puedan acabar con el cáncer. Y yo realmente desearía que le hicieras caso.

— ¿Otra vez con el tema, Beth? 

— ¡Hoy te has desmayado, Amy! 

—No es la primera vez que me pasa. 

—Pero algún día te volverá a pasar y entonces no volverás a despertar. Eso sucederá si no haces algo al respecto ¿lo entiendes? ¿Cuántos otros desmayos restan por ocurrirte antes de que eso pase?  

—No quiero seguir hablando contigo de esto. Suficiente tendré con mamá cuando llegue, Beth. No te sumes a mis dolores de cabeza ¿vale?  

—Eres una cabezota sin remedios. 

—Y aun así me amas. —Intervengo.

—Completamente, sapo. 

—Y el sentimiento es mutuo. ¿Lo sabes, no? 

Beth sincroniza su sonrisa a la mía y se inclina para abrazarme. Sus delgados brazos y los míos se entrelazan y funden entre sí. Pero nuestro abrazo dura muy poco. Sólo el tiempo suficiente antes de ser interrumpido por el desplazamiento de la puerta al abrirse. 

El encorvado cuerpo de mi madre hace su aparición con un vaso plástico en su mano izquierda y un cartón de pastillas en la derecha.

Su mirada se achina levemente cuando la dirige hacía mí y parece soltar un prolongado respiro que hincha su pecho por un momento, claramente aliviándose de encontrarme con los ojos abiertos y la conciencia recuperada.

—Amy… —La oigo susurrar mientras avanza a mí. Yo intento obsequiarle una amplia sonrisa mientras siga perdurando la plenitud de su alivio. 

Porque sé que pronto se agitará y empezará a decirme que no permitirá que algo así vuelva a ocurrirme. Y sé que yo deberé hacerme de oídos sordos y refutar sus argumentos. Porque ellas siguen creyendo que yo aún podría desechar la suciedad de mis venas y librar el cáncer de mí. 

Aun después de que este episodio haya sido una clara advertencia de que la LLS continúa su progresivo avance en mi sangre, repercutiendo en ella de forma cada vez más irreversible.

Una Limitada Vida Sin Límites © [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora