27 de octubre de 2019

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      La vida es impredecible.  Nadie es realmente consciente de la certeza que llevan consigo estas palabras.

Quizás nadie logre comprender cuanta realidad manifiestan nuestros labios cuando decimos que «La vida es una genuina caja de sorpresas»

Y es que nadie posee la fortuna de prever o anticipar las cosas que llegan a nuestras vidas, y tampoco determinar con cuánta rudeza nos arroparán, sin ningún previo aviso de advertencia y ningún chance de marcha atrás.  

Ningunos somos capaces de pronosticar los acontecimientos que se nos avecinan.

Los sucesos simplemente son así, de llegadas imprevistas y fuertes asimilaciones. Buenos o malos, favorecedores o perjudiciales, insignificantes o impactantes, sencillos o difíciles de sobrellevar. Nunca lo llegamos a saber con la suficiente antelación sino hasta que se inmiscuyen en nuestras vidas y nos obligan a soportar de forma irreversible su terrible o pasiva carga.

Estos hechos, en ocasiones, son secuelas de nuestras decisiones. Aunque muchas veces suelen ocurrir independientemente de si lo merecemos o no, sin ninguna aparente razón. Algunos quizás los podemos revertir y buscarles una salida con relativa facilidad. Otros no.

Hay hechos fatídicos cuyas soluciones se escapan de nuestra jurisdicción. 

Hay algo impiadoso en todo esto. Y es que, gracias a esa ingrata improcedencia de algunos hechos, la vida no cuenta con la gentileza de concedernos la oportunidad de prepararnos antes de afrontar de lleno las cosas que se nos echan arriba como baldes de agua fría. Si estuviésemos alertados, por lo menos habría un poco de diferencia en nuestra forma de asimilarlos en cuanto llegan.  

Supongo que, como cualquier otra persona, yo no tuve este inexistente privilegio antes de enterarme de que iba a morir

Una Limitada Vida Sin Límites © [✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora