Durante las últimas semanas he encontrado una gran fascinación hacia la fotografía.
Teniendo a Amy como perfecta musa en nuestras andanzas por el mundo, ha sido inevitable no dejarme engatusar por el arte de plasmar y hacer eterno un momento.
¿Cómo no venerar la oportunidad que me concede una fotografía para capturar su sonrisa? Y su mirada emocionada. Y la locura reflejada en sus pupilas. Y esa dulzura que adorna su rostro cuando está frente algo que la conmueve.
A estas alturas de nuestro viaje ya siento que la pequeña cámara de polaroid forma tan parte de mí como la boina que encubre mi pelo y la sonrisa que ensanchan mis labios al mirarla.
Y es que se ha vuelto un vicio para mí enfocar a Amy a través de ese minúsculo lente que luego la inmoviliza en una fotografía.
Ahora está posando para mí, dibujando una divertida mueca en su carita risueña y con el encantador panorama que ofrece los ochenta y cuatro metros de altura desde el Puente de Brooklyn.
Como comienzo de nuestro segundo día en la Gran Manzana, una vez dejado atrás el One Word Trade Center, Amy y yo nos hemos conducido hasta el sur de Manhattan a las orillas del río Este sobre el cual se alza este imponente puente colgante tan popularmente conocido como ícono de la ciudad.
Ahora estamos sobre él; sobre esa imagen que comúnmente se visualiza en las escenas cinematográficas de un montón de películas. ¿Cómo estar en New York y no querer atravesar el puente que lleva hasta Brooklyn?
Aun así, teniendo como fondo la vista que ofrece el puente, todo el paisaje parece difuminarse y perder esplendor cuando la sonrisa de mi modelo acapara los rayos del sol sobre sus labios .
— ¡Ya, basta, voy a terminar creyéndome Kendall Jenner si sigues dándotela de paparazzi! —Amy se ríe y me da la espalda para admirar las aguas del río y las siluetas de los rascacielos.
—Eres muy fotogénica ¿qué quieres que haga?
Ella suspira y aspira el frescor de la brisa mientras yo canturreo la melodía de Somewhere in Brooklyn de Bruno Mars.
Del otro lado del puente se contempla, lejana y casi indistinguible, la emblemática y famosa Estatua de la Libertad. Ubicada dentro de una pequeña isla y bañada por las aguas del río Hudson, el simbólico monumento estadounidense se alza con altivez ante la iluminación del sol. Amy distrae sus ojos con la enorme escultura y yo los míos con ella y el oleaje de su rebelde melena ondearse al son de sus movimientos.
Una vez dejado el puente y encaminándonos de regreso a Manhattan, Amy y yo seguimos merodeando las avenidas y las arterias de la Gran Manzana hasta que el mediodía y el atardecer transcurren pasivamente sus horas con mis palabras y las suyas intercambiándose en el habitual ritmo descarriado de nuestros diálogos.
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Una Limitada Vida Sin Límites © [✅]
TienerfictieNick se enamora de un corazón que pronto dejará de latir. Amy es una estrella más cuya luz advierte con apagarse en el firmamento. Ella, la chica cuya enfermedad terminal le ha puesto fecha límite a sus días. Él, un fanfarrón que se cruza en su v...