CAPITULO 16

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Los mantuvieron en la enfermería durante un par de semanas más en las cuales ambos no veían el momento de salir ya de allí, poder respirar el olor del mar y el bosque y volver a caminar por los caminos empedrados de la ciudad aunque Oniria no creía que Kerem pudiera andar en condiciones aún.

Cuando por fin los sacaron, a ella le dejaron un brazo entablillado que debía permanecer así una semana más ya que se había hecho una fisura al intentar levantar la viga que aplastaba el cuerpo de Kerem, por otro lado al chico le dieron un bastón en el que pudiera apoyarse, a Oniria le sorprendió lo elegante que le quedaba junto a su gabán, aquel día, verde oscuro casi negro.

Al salir, la luz del sol, que los frondosos árboles dejaban pasar, la saludó acariciando su piel que había perdido un poco de color en aquellos días de confinamiento, se sintió tan bien que exhaló todo lo que pudo, cogiendo el máximo aire, disfrutando de aquel olor tan característico que emanaba la ciudad, el olor del mar mezclado con la madera, el bosque y el calor humano, era un olor que no tenía nada que ver con el olor a pescado que provocaba el puerto de su isla por todo el pueblo, donde todo era frio y gris, sin embargo, al mirar a su derecha se encontró con que no a todos parecía gustarle aquella luz tan repentina, Kerem se tapaba los ojos con el brazo vendado que le quedaba libre, Oniria sonrió al verlo tan molesto pero no dijo nada, fue entonces cuando recordó algo, ya no tenía casa, de ella solo quedaban un montón de cenizas, así que, ¿A dónde iba a ir ahora?

-Mandé reconstruir una de las antiguas casas más altas del centro, justo en el árbol más cercano al árbol en el que está mi casa, así, si se te ocurre hacer alguna estupidez podré llegar antes- le dijo entonces Kerem como si le hubiera leído la mente, Oniria ignoró aquel pequeño insulto sobre las estupideces que hacía pues solo quedaba hueco para la ilusión que le hacía tener una nueva casa y una de las más altas, sus ojos brillaban con el mero hecho de imaginar cómo, todos los días, podría ver la ciudad desde los más alto y poder ser de las primeras en notar los rayos del sol por las mañanas.

Al bajar de la enfermería, la cual se encontraba cerca de la plaza de las mil puertas (así la había llamado Anuk la primera vez, al parecer, por las cientas de posadas que allí se encontraban) solo tuvieron que andar unos quince minutos hacia la derecha de la plaza, allí, Oniria reconoció el árbol al que había subido para llegar a la casa de Kerem pero aquella vez torcieron para el lado contrario, dirigiéndose al árbol que había frente a él, era igual que los demás pero justo rozando su copa había algo distinto, una casa terminándose de construir, una realmente grande, no tenía nada que ver con la de Kerem pero parecía bastante espaciosa, desde allí se podía ver que disponía de un solo piso y una especie de desván lo suficientemente grande como para poseer una buena habitación en su interior.

Subieron por los elevadores a los que Oniria ya se había acostumbrado y cuando llegaron esta no pudo esconder más su emoción, aquella era su nueva casa y no tenía nada que ver con la deteriorada casa anterior, ya inexistente.

La casa era de la misma madera clara que el resto, el techo era, también, triangular, tenía ventanas suficientes como para que siempre hubiera luz en su interior, además del gran ventanal que daba a la parte de la ciudad, a las cuales las atravesaban hileras de madreselvas provocando que la luz de su interior fuera parecido a la iluminación de una frondosa selva, en general, toda la casa estaba surcada por largas y hermosas madreselvas, algunas, incluso llenas de flores.

Al llegar a la entrada de esta descubrió una preciosa puerta de madera trabajada, ya que en los marcos habían tallado algunas figuras míticas y decoración geométrica, Oniria pensó que nada podía sorprenderla más pero cuando abrió la puerta, pese a las personas que había en su interior arreglando los últimos desperfectos, se quedó atónita, una vez en su interior, al encontrarse con un precioso salón de lo más acogedor, justo frente a la entrada, al final de la habitación, se encontraba el ventanal que iluminaba los asientos de mimbre adornados con cojines rellenos de plumas y los muebles de madera oscura, entre ellos una pequeña mesa central sencilla, una cómoda de tres cajones justo tras un sofá blanco, que soportaba un jarrón lleno de flores, las cuales, Oniria creyó, eran uno de los ramos que le habían enviado a la enfermería, además, había una larga estantería que solo estaba llena hasta la mitad y justo al lado de esta una bonita chimenea para los días de frío, así, el salón estaba completo ya que no era demasiado grande pero si más que suficiente para una sola persona, a la derecha había una puerta corredera la cual daba lugar a unas escaleras de caracol pegadas a la pared y a una segunda habitación que parecía una cocina aunque no había mucho espacio ni lo necesario para cocinar, Oniria comprobó que alguien había dejado algo de comida en unos muebles acristalados llenos de una pobre vajilla, Oniria no tenía mucha idea sobre cocinar así que ignoró un poco aquella zona de la casa y subió con rapidez por las escaleras recibiendo protestas a sus espaldas por el tullido Kerem y el preocupado Anuk. La zona superior era más pequeña que la inferior pero a su vez era mucho más acogedora y cálida, allí arriba solo había un pequeño baño y una habitación espaciosa en la que habían dejado una cama que aparentaba ser mucho más cómoda que la anterior, sus sabanas eran blancas y además habían echado una manta roja por encima que parecía realmente cálida y suave, esta estaba justo a la derecha pegada a la pared, junto a esta había una mesita de noche en la que descansaba un desvencijado porta velas, en el lado contrario había un escritorio, aparentemente antiguo, en el que habían dejado más flores y la bolsa de Oniria, la cual había conseguido recuperar en el último momento del incendio y poseía los pocos recuerdos que Oniria había decido llevarse de su antiguo hogar, al lado del escritorio había un hermoso armario de madera tallado que casi llegaba al techo y, además, estaba lleno de ropa, aunque no toda parecía de su talla ni de su agrado, pero lo que más impresionó a Oniria de la habitación no fueron las pinturas que había colgadas en sus paredes ni la madreselva que surcaba el techo y las paredes ni los objetos extraños que habían dejado en la estantería de encima del escritorio junto a libros antiquísimos y realmente interesantes sino el balcón que no había vislumbrado desde el exterior antes, era bastante grande, tanto como para albergar una mesa circular de mimbre y cristal y una comodísima silla, tan grande como para acoger a dos personas, perfectamente almohadillada y echa para tumbarse y descansar, además, la baranda del balcón estaba hecha del mismo material que del que había visto en casa de Kerem, por lo que una preciosa baranda blanca y rizada rodeada de más madreselva floreciendo rodeaba la que ya era su parte favorita de la casa, creando una especie de cúpula a su alrededor que también convertía aquel balcón, en el lugar más íntimo de la casa.

OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora