CAPITULO 25

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-No te alejes mucho cariño, no se va más allá de la plaza del pueblo- le ordenaba la madre a su hija, esta resopló.

-Pero no hay nada en la plaza madre, ¿el valle es enorme podría...?

-¡NO!- Gritó entonces la madre ante la idea de su única hija- el valle está prohibido para los niños y no hay más que hablar- tal regañina de su madre dejó sin palabras a la niña así que rendida salió de casa, de nuevo, hacia la plaza del pueblo, único lugar donde los niños podían jugar con cierta libertad, pero al salir se casa se encontró con una mujer mayor sentada en el banco de madera del porche, su pelo blanco se dejaba mecer por el aire cálido de la tarde y sus ojos grises y brillantes, idénticos a los de la niña se habían perdido en el horizonte, parecían atravesar todos los edificios de en frente, como si estuviera viendo mucho más allá.

-¿Cómo estás hoy abuela?- le preguntó la niña, para su edad, aquella mujer estaba bastante bien pero sus piernas habían comenzado a fallar y el día anterior había tenido una fea caída que había estado a punto de romperle el brazo, el médico le había ordenado reposo y allí estaba, disfrutando el sol de la tarde.

-Hola cariño, no te preocupes por tu anciana abuela, hoy estoy mucho mejor, el sol de Gunes está siendo de lo más placentero esta tarde- su abuela era una de las personas más ancianas del pueblo lo que conllevaba a que también fuera una de las personas más fieles a sus dioses, todo el pueblo les rezaba y ofrecía ofrendas en cada fiesta pero los ancianos solían ser los mayores practicantes, los que más sabían y los que más compartían, respecto a su abuela, no podía ser de otra forma, al fin y al cabo había sido la sacerdotisa del pueblo hasta que, debido a su edad, había tenido que dar su puesto a una más joven, lo hizo con gusto, aquella era la tradición y ver como una muchacha joven recibía sus lecciones con gusto la había llenado de orgullo.

-¿Gunes puede cambiar el sol a placer?- la niña siempre tenía preguntas que hacerle a su abuela respecto a los dioses y siempre que encontraba la oportunidad no la desperdiciaba.

-No cariño, Gunes usa al sol dependiendo de los deseos de su reina Kraliçe, Gunes posee mucha libertad respecto a su gran bola de fuego pero no puedo hacer todo lo que quiera- la niña asintió bastante convencida.

- Kraliçe o la madre naturaleza, nos da casi absoluta libertad pero siempre hay cosas restringidas pues si no el mundo sería un caos, la madre naturaleza nos ofrece unas normas con las que debemos convivir para vivir en paz.

-¿Como la prohibición de no ir al valle?- preguntó entonces la niña pero la respuesta de su abuela la dejó boquiabierta.

-No mi niña, esa norma fue impuesta por los humanos de este pueblo, antes no se le temía al valle de los mil arroyos pero su existencia afectaba tanto a los niños que el temor hacia él se apoderó de todos.

-¿Cómo que afectaba a los niños abuela?- pero la mujer no logró contestar pues entonces su madre apareció de repente en el porche.

-Madre deja de meterle historias en la cabeza a la niña, y tú- dijo refiriéndose a la niña- deja de preguntar por el valle, no irás y punto...prométemelo Yanati- las últimas palabras de su madre sonaron tan desesperadas que la niña no tuvo más opción que prometerlo, no sin antes ver cierta decepción en los ojos de su abuela, después la niña se marchó a jugar sin dejar de pensar en todo lo que su abuela le había contado, todos lo decían, la niña era una copia de su abuela, eran como uña y carne y en más de una ocasión eso había preocupado a los padres de la niña, no era bueno ser una niña tan soñadora en un lugar como aquel, o eso le decían siempre.

Al finalizar su tarde de juegos volvió a casa para la cena, todo parecía exactamente igual que sus anteriores días, sin embargo, había algo distinto aquella vez, por la cabeza de la niña no paraba de aparecer aquel pensamiento sobre el valle, quería saber que había allí, ¿Por qué tanto miedo?, no quería desobedecer a su madre pues siempre había sido una buena hija, amable y comprensiva pero el valle la llamaba sin descanso y sus deseos de ir eran cada día más fuertes hasta que aquella noche se sorprendió a sí misma planificando un plan para escapar de casa por la noche y dirigirse al valle.

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