CAPÍTULO OCHENTA Y TRES

192 13 45
                                    

I Think I'm OKAY. Machine Gun Kelly.

Las palabras de Jane me curan mejor que cualquier ungüento. Regreso al circo como si fuera otra persona e incluso siento que las heridas sanan más rápido. He salido de su casa como si sobrevolara una nube y me planteo retomar las preguntas de Church. Quizá este delirando un poco.

Ceno con los demás y repito de sopa. Me quedo al postre y le saco una sonrisa a Aiden. Sus dedos rozan los míos durante un instante. Oigo las historias de Elijah y me atrevo a reír. Observo de soslayo cómo Ciro rodea los hombros de Caroline con un brazo, tan atento a la anécdota que nos están contando que no percibe la manera brillante en la que la chica lo mira de reojo. Anne y Philip también ríen, sus anillos de compromiso se tocan cuando entrelazan las manos.

―Me alegro de que te hayas quedado ―dice Aiden según nos colamos en la carpa. Hacía meses que no teníamos las alturas del circo para nosotros solos.

Le doy un suave codazo y subo las escaleras que conducen a las tarimas delante de él. No sé qué añadir, tan solo que yo también me alegro de no haberme marchado. Mi tienda y mi soledad todavía me llaman, no voy a cambiar de la noche a la mañana, pero, al menos, ahora me siento mejor. Todavía tengo prohibido entrenar, a pesar de que las heridas del costado casi se han cerrado y, gracias a la doctora, no hay riesgo de infección. No recibo aplausos, como los demás, y el público se pregunta dónde ha quedado la ardilla de los cielos.

―Necesito volver a actuar.

Escojo uno de los trapecios al azar y me subo en él con sumo cuidado. La piel nueva me tira en cuanto estiro los brazos. Aiden se cuelga del suyo y se balancea por el escenario como si fuera un mono. El brillo que me devuelve su mirada pertenece al rey de la baraja.

―Comienzas a utilizar mucho esa palabra: "necesito" ―se burla―. Necesitas pocas cosas, Gael, pero quieres el mundo entero.

―Puede que tengas razón, pero no tienes ni idea de lo que es veros desde las bambalinas. Te llueven los aplausos y las rosas, rey. Yo no puedo ni saludar al público.

Aiden se cuelga de las corvas y se da un golpe en el pecho con el puño cerrado, como si acabaran de herirlo con una flecha.

―¿Cómo te atreves? ―Su voz, aunque tintada por la broma, suena indignada―. Estuve seis meses sin poder actuar por culpa de... ―Se hace el silencio. "Por tu culpa", podría añadir. O por culpa de la cuerda floja―. Por caerme del cable, ¿recuerdas? ¿Cuánto tiempo llevas tú, cinco semanas?

―Cuatro ―respondo de morros.

El trapecista suelta una carcajada y, con un buen impulso, da otra vuelta al círculo central. No sé si pretende darme envidia de su condición física o demostrarme que pronto podré hacer lo mismo sin que me duela todo el cuerpo. A veces se me olvida el parón profesional que Aiden sufrió debido a su caída: hombro dislocado, costillas rotas, una muñeca abierta y un tobillo esguinzado. En comparación, mi espalda apuñalada y mis antebrazos quemados no son para tanto. Si él pudo aguantar tanto tiempo sin subirse a un trapecio, mi cuerda floja podrá esperar unos días más.

―Sigue sin ser justo. Tú te fuiste de viaje con Barnum y tenías algo que hacer, ¿no es así? Sin embargo, yo estoy aquí, de brazos cruzados y sin ser de ayuda para nadie.

―¿Quién dice que no seas de ayuda? Yo necesito que me quites el traje de actuación cada noche. ―Me guiña un ojo.

Me esfuerzo por reír. A veces resulta imposible hablar con el rey en serio.

AmbulanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora