CAPÍTULO SETENTA Y NUEVE

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BANG! AJR

Anne da los últimos brochazos sobre mis mejillas. El maquillaje está listo y hace más de media hora que me puse el traje de actuación. Oigo el murmullo del público al otro lado de la lona. Aunque no entiendo lo que dicen, puedo sentir su entusiasmo. Hablan alto, dan golpes en el suelo con los pies, hay niños que chillan... No solo van a disfrutar del mejor circo del mundo, sino que también lo van a hacer ¡gratis!

Los he observado desde bambalinas. Tres cuartas partes de las gradas las ocupan gente de a pie, hombres y mujeres de trabajos sencillos que han venido con sus familias a invitación del futuro rey Constantine. Vibran de emoción en sus asientos y comparten a puñados las bolsas de cacahuetes fritos que han comprado en la entrada. Sus sonrisas son tan grandes que apenas les caben en la cara. Pero hay una pequeña parte, en la grada suroeste, que no tiene nada que ver. Hombres, en gran parte, trajeados y con las manos en los bolsillos. Entre ellos no encuentro a Fylanka, el enano de bigote que extraño que nos persiguió por todo el país en la gira anterior. Hay mujeres de amplios vestidos y abanicos sobre la cara. Charlan en voz baja. Joey, o quien sea, se ha asegurado de reservarles la grada para ellos solos.

Mejor. Es la peor grada de todas y el populacho no se contagiará de su aburrido esnobismo.

Joey tendría que estar ahí, en alguna parte. En un trono de oro, a lo mejor, con comida y bebida solo para él, listo para disfrutar del espectáculo. O mejor, debería estar aquí, conmigo, cuchicheando sobre el público y riéndose en voz baja con los bailarines. Ninguna de esas dos opciones existe. Al heredero lo han confinado en su castillo, solo y aburrido, para evitar la tentación de saltar a la pista.

Eso cambiará esta misma noche. Me aseguraré de ello.

―Esto es lo que he podido averiguar ―dice Barnum en cuanto se coloca a mi lado. Asoma la cabeza por la lona para ojear a la grada suroeste―. Joey ha invitado a casi la mitad de la Asamblea, aunque dudo que todos aparezcan. No tiene tantos apoyos como su consejero le hace creer. También ha invitado a su contrincante, Jorge, pero me han dicho que tampoco ha querido venir.

Eso sí que me sorprende. He hecho algo de investigación sobre ese hombre. Es un caballero de los pies a la cabeza y resulta extraño que se niegue a una invitación oficial de un noble a un evento al que va a acudir tanta gente. Quizá no le ha llegado la carta... o quizá tiene asuntos más importantes que atender.

―Pero no es solo eso ―continúa―. ¿Ves la grada contigua, la sur? Casi todos forman parte del servicio de palacio. Mayordomos, cocineros, mozos... y guardias.

No tiene que añadir nada más para que nos entendamos.

―La coronación se celebrará dentro de cuatro días. ―Hemos llegado a Grecia justo a tiempo, pese a los retrasos provocados por Barnum―. Hacen ensayos de todo varias veces al día, así que el servicio está un tanto cansado. Joey les ha dado la tarde libre para que pudieran prepararse para el espectáculo y descansen antes de la coronación. En el palacio deberían estar solo los estrictamente necesarios.

Arqueo una ceja. No me sirve demasiado si no sé cuántos guardias hay por turno. Solo he podido observar a los que salían a la verja principal, a los pasillos exteriores y a los jardines que se ven desde el otro lado de la muralla. Y no son pocos.

―Vaya, Barnum. Eres digno del nombre de este circo. ¡Te enteras de todo!

―Solo de lo que me interesa ―bromea. Echa de nuevo la lona delante de nosotros y se coloca frente a mí―. Dime que tendrás mucho cuidado.

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