CAPÍTULO VEINTINUEVE

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Empty Space. James Arthur.

GAEL

Durante dos semanas, mi relación con Ciro parece regresar al cauce que llevaba. Él acepta que Aiden y yo compartimos un beso y muchas historias hace tiempo; no le importa que se lo ocultara y tampoco tiene miras de futuro. Prefiere vivir el presente y eso me encanta. No me agobia, no espera que lleve el mismo ritmo que él, es paciente y me asegura que no tiene prisa alguna.

Además, después de que se abriera en canal para contarme su pasado, siento que tenemos más confianza y complicidad que nunca. Jamás me habría imaginado que había sido repudiado por su familia, que había vivido por su cuenta durante casi un año. Y todo por entrar en el circo, en su verdadero mundo, tal y como hizo Philip.

Durante dos semanas, las actuaciones con Aiden son fabulosas. Nos llueven los aplausos y nos cuesta regresar a bambalinas con la cantidad de gente que se amontona en las escaleras de las gradas para intentar tocar una parte de nosotros. Aiden vuelve a ser el que conocía, el que se ríe de mis chistes sin gracia y me toma el pelo, el que actúa como un niño impaciente cuando es nuestro turno para entrenar. Se me escapan más carcajadas que nunca.

Hemos recuperado el tiempo perdido y me ha puesto al día. Me ha contado todas las aventuras de su viaje, los rumores que ha creado del circo y me ha metido el gusanillo de querer irme de gira, a pesar de que no se me ha perdido nada en el resto del país. Tampoco ha dejado de hablar de Caroline y de lo buena amiga que es, y de que espera que nos acompañe en la gira cuando comience.

Durante dos preciosas semanas que se me antojan largas como años, creo que podré mantener este equilibrio. Tener a Aiden como amigo, pese a que quedan muchas palabras en el tintero; y a Ciro como mi pareja. Pero me equivoco: Por más equilibrista que sea, ni yo ni nadie puede vivir toda la vida sobre la cuerda floja. En algún momento, todo se viene abajo.

Una tarde de otoño, durante uno de los ensayos con Ciro, tropiezo con su pie. Pierdo el equilibrio al inclinarme hacia delante y, aunque sé que no me voy a caer y que mis brazos están preparados si mis piernas cometen un error, Ciro se adelanta a mis instintos. Antes de que pueda rozar el vacío con los dedos, me agarra por la muñeca. Me deja colgando en el aire y se me escapa una risa. Me agarro con las dos manos a su brazo, pero no hago intento por regresar a la cuerda.

—¿Y ahora qué? —bromeo— ¿Vas a dejarme caer?

—Tú no podrías caerte ni aunque lo intentaras.

Tiene toda la razón.

Ciro se ríe. Suelto una de las manos para aferrarme a la cuerda, pero la otra sigue presa del agarre de Ciro. Alzo la cabeza hacia él y veo lo mucho que se divierte viéndome colgando de su mano. Cojo impulso con las piernas para intentar subir, pero resulta inútil si mi mano derecha sigue presa.

—¿Cariño?

—¿Sí?

—¿Me sueltas ya o piensas quedarte así toda la mañana?

—Ven, anda—replica—. Deja que te eche un capote, que tú no pedirías ayuda ni aunque tu vida dependiera de ello.

Refunfuño mientras dejo que Ciro me levante con sorprendente facilidad de vuelta al alambre. Quiero llevarle la contraria y decirle que no es verdad, que es a él y solo a él (miento, también a Joey) a quien dejo que me mime más de la cuenta. Antes de poder hacerlo me bajo la camiseta, que con el impulso se me ha levantado a la altura del ombligo.

Lo hago de manera inconsciente para evitar que se vean zonas de mi cuerpo con las que aún no me siento a gusto. La espalda, el torso y los muslos todavía se me resisten porque alojan las cicatrices más grandes y dolorosas: Lilith, Simón, William, Nathan y Petra. Mi vestuario por fin ha dejado de limitarse a la ropa holgada y que me cubriera del cuello a los pies, pero eso no significa que ahora vaya mostrando más piel de la necesaria. No quiero que, en una de las visitas de Barnum, me vea el cuerpo y quiera usarme como usó a algunas de sus rarezas: Una exposición viviente más. Me gané el puesto como equilibrista y solo como equilibrista.

AmbulanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora