CAPÍTULO VEINTIOCHO

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Speechless. Naomi Scott.

GAEL

El otoño trae con él un viento frío que se cuela entre mis sábanas. Me hiela la espalda por culpa de los sudores entre los que me despierto. Pese al frío, el sudor hace que se me pegue el pelo a la frente y me sofoque entre las capas que me envuelven. Lo tengo aceptado: Cada vez que me peleo con alguien, tengo pesadillas. Esta vez ha sido el turno de Ciro, y soñar que lo perdía con la misma facilidad con la que perdí a Aiden me desgarra el alma y me quita todas las ganas de seguir en la cama.

Me visto con mi ropa de entrenamiento y entro en el comedor para tomar una mísera tostada. Las conversaciones se detienen en cuanto pongo un pie dentro y recuerdo que todo el circo fue consciente de cómo Ciro salió corriendo tras descubrir que Aiden y yo nos besamos.

Me cruzo de brazos en la entrada y doy varios toques con el talón en el suelo.

—Vamos, vamos—les digo—. Si estáis deseando hablar de ello. Por mí no os cortéis.

Trato de que mi voz no suene tan irascible como me siento, pero fallo estrepitosamente. De todas formas, el comedor parece recuperar su ritmo mañanero y los ruidos de tazas y platos vuelven a llenar la carpa.

Joey, que todavía se siente culpable por ser un bocazas, me hace un hueco a su lado. Lo acepto y se lo agradezco con un suave toque en la pierna que lo alegra para lo que queda de mañana. Resulta muy complicado enfadarse con Joey.

—¿Has visto a...?

—Aiden está ahí—Joey señala la entrada del comedor. El susodicho aparece como si lo hubiera invocado, recogiéndose el pelo en una coleta alta. Nunca creí que le pudiera quedar tan bien el pelo largo.

—Me refería a...

—Ciro ya ha desayunado. Te está esperando para ensayar. Ha reservado la carpa para toda la mañana.

—¿Ya?

Sin tiempo para perderlo, le robo la tostada a Joey y me la como en dos bocados. Salto de mi asiento para salir corriendo hacia la pista. Aiden levanta la mano para saludarme cuando ve que me dirijo hacia él, pero no le doy tiempo a abrir la boca.

—¿Hablaste anoche con él? —le pregunto rápidamente, sin darle los buenos días.

—Sí, pero...

—¿Sigue enfadado?

—No, pero hay algo que...

—Perfecto—le doy una palmadita en el hombro—. Tengo que irme.

Salgo del comedor dejando tras de mí un rastro de inquietud y migas de tostada. Dejo a Aiden con la palabra en la boca y solo me da tiempo a ver cómo frunce el ceño y se cruza de brazos. En ese caso no puede estar tan molesto conmigo, esa parece su posición natural.

—¡Gael, espera! —me llama.

—¡No tengo tiempo! —exclamo en carrera hacia mi entrenamiento.

Lanzo la vista atrás para ver cómo Joey se encoge de hombros y le ofrece el sitio que yo he dejado libre al trapecista. Él se sienta, enfurruñado, y acepta el café que yo me he dejado por beber. ¡Mierda, el café!

—Algún día conseguiré que me escuche—oigo que le dice a Joey.

El de los tatuajes se ríe:

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