CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES

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Diamond Jack. Wishbone Ash.

WD tiene que abrazar los cuantiosos montones de monedas que se acumulan y ruedan por la mesa del vagón. Los arrastra hasta su esquina con una sonrisa victoriosa que le ilumina el rostro, mientras que, al otro lado, Philip lanza sus cartas y las descubre para el resto con un gesto de fastidio. Anne se limita a reír al tiempo que comienza a barajar.

—Pareces nuevo, cariño —se burla ante la tercera vez seguida que pierde a las cartas contra WD.

—Lo que le pasa es que no tiene ojo para el juego —dice WD. Está ordenando todas las monedas y algunos billetes en montoncitos—. Coge cualquier mano y se cree que va a ganar.

—¡Porque creo que voy a ganar! —se queja el maestro de ceremonias—. Pero luego vienes tú, que debes tener una flor en el culo, y nos ganas a todos.

Lettie y yo también hemos perdido. Pero, al contrario que Philip, no nos hemos arriesgado a aumentar la apuesta a medida que WD lanzaba farol tras farol. Tenemos algo más de cabeza y bastante menos fortuna que Carlyle.

Anne tiene razón: Philip parece haber olvidado que no hay nadie mejor jugando a las cartas que WD. Debajo de ese semblante serio y esquivo se esconde un as para las mentiras, los guiños y la estrategia. Además, WD nunca ha presumido de su don para las apuestas y siempre ha mantenido un perfil bajo para no sablear a todos los miembros del circo cuando estuvieran despistados o, mucho mejor, borrachos.

—Digamos que... Sé cómo ver a través de las personas —responde WD tras colocar la última moneda sobre su montón.

Philip se ríe y exige la cuarta revancha de la noche, pero solo Lettie se atreve a jugar ante tal cantidad de dinero a su derecha. Yo levanto la mano por encima de la mesa para indicarle a Anne que no me dé más cartas. Son las tres de la mañana y este ha sido nuestro primer día de actuaciones en Las Vegas. Por suerte, el público de Nevada ha sido mucho más agradable que nuestros últimos espectadores y siento la obligación moral de darles un buen espectáculo en los dos días que restan.

Me levanto de la mesa con la mirada de Joey clavada en el cogote. Seguimos sin dirigirnos la palabra y siento que cada vez tengo más frentes abiertos. Primero fue él, después Barnum... ¿Quién será el próximo miembro de mi familia al que me enfrentaré?

—¡Ja! No tienes nada que hacer con estas cartas, escritorucho —oigo que se ríe WD tras recibir su nueva mano.

Pongo los ojos en blanco y giro sobre mis talones en dirección a mi vagón. Sin embargo, justo antes de salir vuelvo la mirada hacia la mesa en la que se reúne el juego. Miro a WD, que comienza a escenificar su nueva escena para vencer pese a que no tiene cartas buenas con las que atacar; recuerdo las palabras de Klaus, el periodista: "Está usted en la ciudad del juego ilegal, ardilla. No esperará visitar Las Vegas sin probar algo de suerte, ¿no cree?"

Siento ese pequeño tirón en el estómago cuando dos piezas de un puzle conectan. A continuación, abro con fuerza la puerta del vagón para correr hacia el número 16.

—No.

—Ni siquiera me has dejado...

—He dicho que no y punto.

—Tú no tendrías que hacer nada. Solo deja que te...

—Sé lo que estás pensando, Gael —me vuelve a interrumpir—. Y no pienso dejar que ni tú ni nadie se atreva a apostar para... ¿Para qué quieres el dinero, exactamente?

—Para ofrecérselo a...

—¿Sabes qué? No, ni siquiera quiero saberlo.

Aiden se cruza de brazos y apoya su peso sobre la pared con el ceño fruncido. Me ha interrumpido en cuanto he mencionado lo bien que juega WD a las cartas y la casualidad de que estemos en Las Vegas. Ni siquiera me ha dejado explicarle qué tengo en mente; aunque, a decir verdad, suele poder leérmela antes de que abra la boca. Sabe muy bien qué estoy tramando.

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