CAPÍTULO SETENTA Y OCHO

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Θα Βρω Τη Λύση. Dionysis Schoinas.

JOEY

La noticia de la pedida de mano de Philip y Anne pasó desapercibida para los medios griegos, que apenas le dedicaron unas líneas en la sección de sucesos. Nadie parecía darse cuenta de la magnitud del acontecimiento. Las dos personas que lo habían tenido todo en su contra, que no veían un futuro más allá de rozarse las manos en medio de una función de teatro, habían decidido mandar al mundo a paseo y ser felices. Lo que merecían.

Solo yo, en toda Grecia, me percato de su importancia.

―¡Se van a casar, Fylanka! ¿Es que no me entiendes? ¡Casarse!

Le estampo el periódico en la nariz y mi consejero da un traspiés al intentar atrapar el diario. Lo lee por encima y rueda los ojos, aburrido.

―Apasionante, Constantine ―responde con doloroso sarcasmo―. Pero de esto ya hace varios días. ¿Puedes pensar en cualquier otra cosa?

―Pero ¿en qué más voy a pensar? ―De repente, se me ocurre una brillante idea―. Debemos organizarles una boda.

A Fylanka está a punto de darle un ataque. Lo noto por cómo abre los ojos como platos y se lleva una mano a la corbata anudada al cuello. Arruga el periódico con la otra mano y toma aire para contradecirme, pero, como siempre, me adelanto a su verborrea.

―Ya sé que no querrán casarse en Grecia. No es que no sepan apreciar la belleza de Atenas, si hay una persona que sepa apreciar la belleza en todo es Anne ―sonrío―; pero querrán que sea en Nueva York. Es donde está su vida, su familia y sus amigos. Pero podemos hacerlo. Tenemos dinero para hacerlo, ¿verdad?

Eso último es mentira. Aunque el gobierno tiene dinero para pagar una pequeña boda en la otra punta del mundo, hacerlo por motivos personales sería una ofensa a la confianza del pueblo. Además, quiero que todos los fondos se destinen a causas importantes: empleo, defensa, sector primario, exportaciones...

Pero antes de que sea Fylanka el que me recuerde todo esto, sigo hablando. La boda es la excusa perfecta para no pensar en que, dentro de una semana y dos días, seré rey. Así lo dicen todas las apuestas. Mi consejero ha conseguido convencer a gran parte de la Asamblea y mis apariciones públicas no hacen más que aumentar mi ventaja contra Jorge que, por más que lo intente, no es capaz de ganarse el favor del populacho.

―Imagino que, pese a todo, Philip querrá invitar a su familia. Les enseñaremos a esos señorones cómo se lo monta el mejor circo del mundo. Pondremos velas por todas partes. La recepción será en el mejor hotel de la ciudad y la ceremonia se oficiará en la catedral de San Patricio. Podremos reservarla para un par de horas y serán el centro de todas las miradas.

»Habrá música y actuaciones del circo. ¡Montaremos una coreografía! A George siempre se le ha dado bien crear nuevos pasos, así que nos ahorramos contratar a un coreógrafo. Habrá palomas blancas y se servirá el mejor champagne de Francia. Variedad en el menú para los del circo, que ya sabes que cada uno con su comida es muy...

―¡Constantine!

Estoy más que acostumbrado a que Fylanka me levante la voz, pero eso no hace que la impresión desaparezca con el tiempo. Doy un respingo y me detengo con las manos por encima de la cabeza. Estaba a punto de explicar cómo iba a decorarse el altar. Ingrato...

―Eres consciente de que no puedes seguir con esto, ¿verdad? ―Su tono es tan suave, casi paternal, que me asusta. Asiento―. Tenemos muchas cosas que hacer. Iseo ya ha terminado todos los trajes para el día de la coronación y la ciudad entera se está preparando. Solo faltas tú.

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