CAPÍTULO SIETE

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Angel With A Shotgun. The Cab.

Aunque resulte increíble, con el paso de los días me sorprendo haciendo bromas junto a Aiden. A pesar de lo extraño que fue observar a Philip y Anne bailando, a pesar de que me tropecé con él, a pesar de que, a la mañana siguiente, se me hacía imposible mirarlo a la cara sin que me quemaran las mejillas, nos llevamos bien. Supongo que fue solo aquel instante de intimidad el que nos pilló desprevenidos. Algo tan romántico y tan personal no nos pertenecía, por eso no supe qué hacer. No tiene más misterio que ese. ¿Verdad?

Ahora mismo, pasada una semana desde el incidente, vuelvo a practicar la última coreografía: From Now On. Me sé los pasos y no dudo al realizar el baile. ¡Por Dios, me sé los pasos con los ojos cerrados! Pero si hasta Aiden ha admitido que me lo sé... Es una sensación nueva la de enorgullecer a alguien, aunque solo sea recordando unos movimientos del cuerpo. Y es un cosquilleo extraño, pero agradable, el de ver el regocijo de otros al verme mejorar. Incluso Philip me ha dejado actuar con el resto.

—Que esta noche actúe. Ya puede empezar—le dijo a Aiden dos días atrás.

—Sí, vale—respondió este, sonriendo—. Pero se quedará en el fondo.

—Oh, claro—dije yo, echándome el pelo hacia atrás y mirándolo por encima del hombro—. El chico necesita deslumbrar a su público.

Aiden se rio, se puso un poco rojo y recobró la compostura:

—Efectivamente.

Ahora, ese mismo chico que se ruborizaba y buscaba la valentía dentro de su pecho porque no tenía el coraje de responderme a los enfrentamientos, está tumbado junto a unas cajas que tenemos fuera de la carpa, estirado y relajado como un gato. El sol le pega directamente sobre la cara, pero no parece importarle. La piel se le torna dorada y las sombras del sol le alargan las facciones de la cara. Mira una y otra vez el reloj de oro que le cuelga de la muñeca.

—No puedo creer que lo sigas llevando—digo mientras repaso las posiciones de This Is Me en el sitio—. Pensaba que lo ibas a vender.

—A lo mejor me apetece darme un capricho—me responde, apartando la vista del objeto.

Arqueo una ceja. No conozco su historia antes del circo, solo pequeños retales que ha dejado escapar en alguna anécdota o mientras se colgaba de los trapecios. Tampoco pienso preguntar si él no me pregunta a mí primero. Pero sí sé que es un ladrón, ya sea de besos, fajos de billetes o relojes de oro. Y, entre ladrones, nos conocemos. Puedo contar con los dedos de una mano las horas que le quedan a ese reloj.

—Un capricho, ¿eh?

Me distraigo, tratando de encontrar las palabras perfectas para hacer que Aiden vuelva a ruborizarse y cierre el pico. Se ha convertido en uno de mis pasatiempos favoritos. Por ello, me tropiezo y termino mal la coreografía. Suelto un improperio en voz baja y me coloco de nuevo en mi marca inicial.

Empiezo a bailar The Greatest Show, el baile que mejor he memorizado. No necesito de música en directo para oír la melodía dentro de mi cabeza. Es como si la tuviera grabada a fuego y todo mi cuerpo supiera reconocerla. Mis pies se pasean de un lado a otro en los pocos metros en los que ensayo, cada vez con más soltura, cada vez con más libertad, cada vez con menos miedo a fracasar.

This is the Greatest Show! —exclamo para acabar.

Me mantengo unos segundos en mi última posición porque en mi mente el público no deja de aplaudir. Mi pecho sube y baja rápidamente y mi corazón intenta recuperar un ritmo normal. En cuanto abro los ojos, desaparecen los aplausos y son sustituidos por el mismo Aiden, tumbado a la bartola, manoseándose el reloj y mirándome. Se me escapa una sonrisa entre respiraciones.

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