CAPÍTULO VEINTICUATRO

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What I Miss Most. Callum Scott.

GAEL

Los aplausos del público en cuanto aterrizamos sobre el suelo son tan ensordecedores que apenas me dejan escuchar mis propios pensamientos. Y eso está bien. El escenario parece el único lugar en el que puedo olvidarme de Aiden, de los trapecios y de todas mis preocupaciones. Siento la mano de Ciro rozar la mía y la estrecho antes de inclinarme hacia el público. Corean nuestros nombres y hasta nos lanzan una rosa que Ciro recoge del suelo para tendérmela. Nunca se cansará de ser perfecto.

—¡Nuestra ardilla y nuestro pájaro vuelven a surcar los cielos, damas y caballeros! —grita Philip mientras volvemos a las bambalinas.

Una ardilla y un pájaro. Nunca nos ha gustado cómo quedaban esos dos nombres en cabeza de cartel, pero no encontrábamos otro apodo para Ciro que aquel: Un pájaro que voló lejos de su jaula.

Tampoco quedó nunca bien una ardilla y un rey, pero eso no lo menciona nadie.

Voy a sentarme con Joey mientras en el escenario aparecen los tragafuegos. Él me abraza, como siempre, y con una sutileza digna de ser retratada, me señala la segunda entrada de las bambalinas, rozando la zona de las gradas. Alargo el cuello con disimulo para encontrar a Aiden de brazos cruzados viendo cómo las llamaradas del escenario iluminan el rostro de todo el público. ¿Estará buscándose un nuevo monarca al que robar?

Joey me contó que en el museo siempre era más fácil ver el resto de las actuaciones de nuestros compañeros: Había un escenario, una embocadura y un fondo. El edificio era cuadrado y, por tanto, el público solo podía mirar al frente si quería ver a los artistas. Las bambalinas estaban a los lados del escenario, ocultas al ojo del graderío y los vestuarios y camerinos estaban tras el teatro. Todo bajo un precioso techo mucho más resistente que la carpa que tenemos ahora. Joey siempre decía que le encantaba ver a los trapecistas desde las bambalinas del museo, mientras que aquí, en el circo, los artistas nos tenemos que conformar con mirar de reojo a través de las lonas que cubren el circo, con la espalda de todas las gradas en la cara. Se debe a que nuestro escenario es circular y, por lo tanto, el público tiene el privilegio de observarnos desde todos los ángulos.

Opino igual que Joey; preferiría no tener que salir al trote cada vez que concluyo una actuación y sortear todas las manos de extraños que se cuelgan de las gradas para intentar poseer algo más de mí.

—¿Va a actuar? —pregunto volcando mi atención en Aiden, que parece hipnotizado con las llamas del círculo central.

Joey menea la cabeza:

—No, no creo. Ni siquiera se ha maquillado.

Tiene razón. Aiden lleva el pelo suelto, sin nubes ni brillos en las mejillas. Ni siquiera lleva su habitual línea de ojos negra.

—¿Cuándo ha vuelto? —esta mañana se había marchado muy enfadado después de otra de nuestras peleas y no lo he vuelto a ver hasta ahora. Me habría hecho un favor si hubiera desaparecido un puñado de días mías, todos estaríamos más tranquilos.

—Hace menos de una hora. En realidad, solo lo he visto aparecer cuando hacías tu número a solas.

Ruedo los ojos y le pego un codazo.

—Ya vale—me quejo—. Deja de intentar que ocurra lo que no ocurrió hace meses.

—Pero tú querías. Y él también. No hay que ser muy inteligente para verlo.

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