CAPÍTULO SETENTA

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To Build a Home. The Cinematic Orchestra.

El encuentro con mi primer favor ―porque sé que a Ciro siempre le deberé mi vida― me ha dejado el cuerpo temblando y tenía tanto miedo a fallarle a Minna que hasta que no he aclarado mis ideas no se me ha ocurrido preguntarle el nombre a su hija. Hazel, me dijo, ese es su nombre inglés.

Me encargo de buscarle un hueco en un pequeño vagón del tren cuando nadie está en la estación y le ruego que no se mueva por nada del mundo. Le he llevado comida y una muda limpia. Hazel no ha protestado ante nada y ha obedecido con tanta humildad que me hace cuestionarme las veces que su madre le ha pedido hacer algo parecido. Si con cuatro años supo esconderse tan bien detrás de unas cajas de carbón, ¿qué más habrá hecho para no ser descubierta?

―Por favor, no hagas ningún ruido. Te traeré más comida después de la actuación.

―¿No vendrá nadie aquí? ―Levanta la mirada unos centímetros.

Estamos en el pequeño vagón que hay antes del que carga carbón para la locomotora, al frente del tren. A nadie le apetece comerse el humo del motor y prefieren el otro extremo del convoy, así que este vagón se reserva para las maletas de algunos operarios o del propio maquinista.

―No, descuida. Estás a salvo. ¿Tienes frío? ¿Quieres que te traiga más mantas?

Hazel sonríe por encima de las capas y capas de mantas que ya le he puesto por encima.

―Estoy bien, Gael. Vas a llegar tarde y eso sí hará sospechar a tus amigos. Vete ya.

Tiene razón. Le prometí a Aiden llegar antes que él a la carpa y es casi la hora de levantar el telón. Philip se estará tirando de los pelos por mi retraso. Me aseguro una vez más de que Hazel no tiene frío y, después, salgo corriendo por las calles de Barcelona. Puede que no entienda los carteles ni a las personas que dejo atrás a mi paso, pero sé recordar el camino hacia mi carpa mejor que nadie.

Llego dos minutos antes de que abran las cortinas de bambalinas. Philip intenta regañarme, pero lo ahuyento con un gesto de la mano. Aiden, con mala cara, me tiende mi traje de actuación y me abre un de las cortinas de los vestuarios para que me cambie. No tengo tiempo de explicarle nada. Cuando salgo, con una manga del revés, todos se han ido y las primeras notas de The Greatest Show resuenan en la carpa. Me he perdido el primer número.

Sin tiempo para autocompadecerme, corro a los espejos de maquillaje. Abro la bolsa con las brochas y me cubro la cara con los polvos blancos. Es el peor anochecer que me he hecho nunca en los ojos, por no añadir que las constelaciones de brillantes no hay por dónde cogerlas. Al ver a la ardilla al otro lado del espejo, siento cómo me está juzgando con la mirada.

Esta no es manera de presentarme al mundo, me dice con fastidio.

―Tendrás que aguantarte ―replico.

Cierro la cajita con los brillantes y trato de llegar a la salida de bambalinas. Oigo las palmadas del público al ritmo de las últimas estrofas.

―Será mucho peor si sales ahora.

Leona no trata de esconder su sonrisa al verme. Me mira de arriba abajo con los brazos cruzados delante del pecho. Imagino que lleva preparada, con su colorido traje de actuación, desde hace dos horas, pero debe quedarse en bambalinas porque no conoce ni la letra ni los pasos de las canciones grupales. Además, Barnum la usa como sorpresa final.

―Han sabido cubrir tus partes, si te interesa ―añade, haciendo un gesto con la cabeza hacia el círculo central―. Philip estaba cabreado.

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