CAPÍTULO TREINTA Y DOS

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Birds. Imagine Dragons.

GAEL

No me da tiempo a hablar con Ciro antes de que nos arrastren de nuevo hacia el escenario para la última canción. Ciro no se une al baile, sino que se marcha por la salida de atrás con la cabeza gacha, como un perro con el rabo entre las piernas. Me prometo hablar con él cuando el público se haya ido, pero tampoco lo encuentro en su tienda veinte minutos más tarde. Mañana, me digo, lo hablaremos mañana.

Esa noche, Aiden y yo nos quedamos colgando de los trapecios cuando el resto del mundo duerme. No sabría decir cuánto tiempo estamos allí, recordando los viejos tiempos, cuando no nos soportábamos, cuando me invitó a colgarme de un trapecio por primera vez, cuando él aprendía a caminar sobre la cuerda floja... Esta carpa aloja gran parte de nuestros mejores y peores momentos.

Esa noche, Aiden me acompaña hasta mi tienda y se despide con un beso rápido e improvisado, y con la promesa de que todo va a cambiar a partir de ahora. Le creo. Se marcha abruptamente al darse cuenta de que se ha dejado su ropa de diario en las bambalinas. Lo veo salir corriendo de vuelta a la carpa central y no puedo dejar de pensar en que por fin hemos reabierto el capítulo.

Me meto en mi tienda y me tiro sobre la cama con una sonrisa de oreja a oreja. No me molesto en cambiarme de ropa y apoyo las manos por detrás de la cabeza. Las últimas horas han sido frenéticas: Nuestra actuación, nuestro beso delante del público, las horas colgando sobre los trapecios como si estuviéramos volviendo a conocernos... Esa noche, los dos actuamos como los adolescentes que deberíamos haber sido si la calle y la vida no se hubieran puesto por medio.

Antes siquiera de que pueda pensar en dormirme, y dudo mucho que pueda después de todo lo ocurrido, un ruido me recuerda que no estoy en ningún paraíso. Hace menos de veinticuatro horas he recibido una amenaza de muerte y sé de buena tinta de lo que es capaz esa mujer. No puedo permitirme bajar la guardia en ningún momento. Frente a mi tienda veo una figura recortada por la luz de la luna. Me pongo en pie y rebusco entre mis cosas para dar con mi cuchillo. Mis nudillos se vuelven blancos en torno a él y avanzo con cuidado hasta la entrada de mi tienda. La figura acecha en silencio. Acerca su mano hacia la tela, pero me adelanto antes de que puedan hacer nada más.

—¡Quién va! —exclamo con el cuchillo escondido a la espalda.

Ciro suelta un grito agudo y retrocede de un salto, alarmado. Se lleva una mano al pecho y se toma varios segundos para recuperarse del susto. Antes de que se dé cuenta, tiro el cuchillo al suelo lejos de su vista y destenso los músculos.

—Ciro—suspiro—, qué susto me has dado. Creía que eras Lilith.

—¡Para susto el que me has dado tú! —espeta con la mano aún sobre el corazón.

Recupera la compostura, pero se mantiene tieso como una estatua frente a mí. Se lleva las manos a la espalda y evita ligeramente mi mirada.

—¿Quieres pasar?

—No—responde casi tan rápido como yo formulo la pregunta—. No, no, de verdad. Prefiero quedarme aquí—algunos rizos rubios le cubren la frente—. Quería hablar contigo, pero pensaba que ya estarías en la cama.

—Lo estaba, ya me conoces—me encojo de hombros—. ¿Estás seguro de que no quieres pasar? Hace algo de frío.

Hace más que algo de frío. No me noto los dedos de los pies y hago un esfuerzo por no tiritar.

—Estoy seguro. ¿Podemos hablar?

Me balanceo sobre la punta de mis pies y asiento.

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