Capítulo 2

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Maya (6 años)

Siempre me preguntan qué quiero ser de mayor, la respuesta es siempre la misma, "quiero ser enfermera" pero mi mente piensa algo distinto. Piensa en que quiero sentirme libre.

Los deberes de matemáticas son mis favoritos, me gusta sumar, restar, multiplicar y dividir. Es satisfactorio ver como unos números son capaces de crear unos nuevos a partir de unas cuantas cifras sin sentido.

Papá dice que seré una gran enfermera y que cuidaré de él cuando este viejecito y de otras personas que lo necesiten como yo lo necesito en estos mismos instantes. Sin embargo, mamá dice que es una pérdida de tiempo y que de aquí a dos años se me habrá pasado la tontería porque moriré.

Quizá ella tenga razón y deba tener mejores expectativas porque ser enfermera es tener toda la responsabilidad de un paciente en tus manos. Quizá dedicarme a las matemáticas no sea tan mala idea. O a la astronomía y apreciar los cuerpos celestes, estudiar las estrellas y los planetas pero sobre todo la luna.

No entiendo cómo algo tan sencillo como puede ser un cielo oscuro con algunos brillantes orbitando alrededor de un círculo de luz puede llegar a ser tan bonita. 

La oscuridad es bonita y más si has estado viviendo en ella tantos años.

Bajo las escaleras evitando pasar por delante de mi madre, por eso rodeo el sillón por detrás y camino hasta el sótano.

—Maya —la voz de mi padre suena lejana, como en un sueño.

Está de espaldas a mí, no sé ni siquiera como ha notado mi presencia.

Sus ojos lucen cansados y su frente brilla por el sudor.

—Papá —me mira.

—¿Sabe mamá que estás aquí?  —Su voz suena cansada, como si le faltara el aire. 

Niego con la cabeza mientras observo todos los papeles que están sobre la mesa vieja de madera y que alumbra un pequeño foco de luz.

Todo el sótano está en penumbra. Nunca he sabido que hay más allá de toda esa oscuridad.

Los pasos bajando la escalera retumban dentro de mí, el miedo me corre por las venas y sé que es mi madre. Papá y yo nos miramos sin saber que hacer y él se sitúa delante de mí para protegerme.

Mi madre aparece por la puerta. Intento no mirarla y mantener ocupada mi mente, en otro lugar, en otro sitio imaginario de mi cabeza, donde el mundo es de color de rosas y no oscuro como este agujero, un agujero negro llamado hogar.

—Madre —la voz me tiembla y mantengo la vista en mis pies descalzos.

Me coloco frente a ella e indago en sus ojos perdidos y vacíos. La luz de la lamparita pequeña de la mesa alumbra su cara desgastada y con ojeras.

—¿Llevas unos pantalones? —Pregunta calmada pero sé que está a punto de estallar.

Mi voz no sale de mi garganta y sé que me espera lo peor.

—¿Eres un niño? —Mantengo la vista en el suelo.

—No, madre.

—Entonces ve a tu habitación y ponte un vestido —exige. 

—Sí, madre —obedezco, como siempre, así tiene que ser.

Mis pies parecen ser cemento, a cada paso que doy más pesado se me hace caminar. Camino y subo las escaleras a paso lento, sintiendo el miedo recorrer mi cuerpo de arriba a abajo. 

Entro a la habitación y me cambio lo más rápido que puedo. Bajo corriendo, mi madre odia esperar. Todos los asientos están ocupados menos uno, el mío. 

Me voy acercando y siento la presión en el pecho cada vez más fuerte, la luz de la cocina solo alumbra el centro de la mesa, el resto está en penumbra.

Me siento junto a Valeria, mi hermana dos años mayor que yo. Al otro lado está papá.

Observo la expresión de mi padre cabizbaja y la garganta me arde cuando trago saliva.

El silencio es abrumador, así tiene que ser, así lo desea ella. 

Valeria me pega patadas bajo la mesa, sé que lo hace para que me queje y duele mucho.

Siento las lágrimas resbalar poco a poco por mis mejillas.

Suelto un quejido de mi boca cuando me golpea más fuerte y siento la sangre resbalar a lo largo de mi pierna.

Noto como mi madre se levanta firme, mi padre también y luego yo.

Camina hacia mi firmemente y bajo la mirada al suelo.

—A tu habitación, ya—ordena, exigente como siempre. 

Clavo las uñas en las palmas formando medias lunas y pienso que estudiar astronomía no sería tan mala idea como imagino y camino con la cabeza baja. 

El silencio es absoluto, algo a lo que ya me he acostumbrado, vivo entre el silencio, en las oscuridades, entre las sombras de una familia rota. Rota como mi alma.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora