Maya
La mirada oscura y fría de Marco se encuentra con la mía una milésima de segundo y luego desaparece por la puerta.
—¿Estás bien? —Ayudo a Ales a levantarse —. Estás sangrando.
—No es nada —dice limpiándose.
Ni si quiera me mira a los ojos, tiene la mirada perdida en el suelo.
—¿Por qué eres así? ¿Por qué me mientes Ales? ¿Por qué te comportas de esta manera?
—Porque te quiero Maya, te quiero de verdad y no quiero que nadie se meta en lo nuestro.
—¿En lo nuestro? Tú y yo no tenemos absolutamente nada, ya te lo dije y nunca lo tendrenos, ¿entiendes?
—Pensaba que sentías algo por mí.
—Lo único que siento por ti es odio.
—Bien, entonces corre y ve detrás de Marco, seguro que a él no le odias.
—Pues eso es lo que haré Ales porque el mundo no gira alrededor de ti.
—¿Vas a dejarme aquí tirado? ¿Estos meses para ti no han significado nada?
—Claro que han significado Ales y no puedo dejar de sentir cosas por ti de un momento a otro pero la actitud que tienes no me gusta nada y siento que no serías bueno para mí.
—Puedo cambiar por ti Maya, lo haré, cambiaré y seré mejor persona solo por ti.
—No todo lo que quieres te pertenece Ales, debes aprender a soltar.
—No puedo dejarte ir Maya, no a ti.
—No quiero verte Ales, por ahora no quiero saber nada de ti.
Sus ojos verdes me miran con intesidad pero lo ignoro, me adentro de nuevo al local y busco a Marco. Lo encuentro tras la barra y me acerco a él.
—¿A qué hora sales? —Pregunto.
Mira el reloj de su muñeca derecha.
—En unos cinco minutos —responde serio.
—Te espero fuera —me doy la vuelta antes de que pueda responder.
Atravieso todo el lugar cabizbaja y salgo, está empezando a oscurecer y sé que en cuestión de minutos anochecerá y la oscuridad me dará la bienvenida.
Espero unos minutos y por fin veo a Marco salir, aún tiene sangre en la cara.
—¿Podemos ir a otro lado? —Pregunto cuando se acerca.
Él asiente con la cabeza, tiene la mirada oscura, no logro ver el color miel de sus ojos, solo el negro de su pupila y eso me aterra.
Caminamos en silencio hasta llegar a su coche.
—Sube —su tono de voz es exigente.
Lo hago, subo a la parte del copiloto y arranca el coche. Salimos del pueblo y aún no hemos dicho ni una sola palabra.
Lo observo, sus hombros están tensos, tiene la mirada fija en la carretera oscura, sus manos aprietan el volante y pisa el acelerador.
Siento el miedo recorrerme de arriba a abajo y cierro los ojos con fuerza.
—¡Marco, para! —chillo pero no me hace caso.
No me escucha y acelera aún más, a fondo y presiento que este es mi final.
—¡Marco! —Grito de nuevo y le toco el hombro llamando su atención.
Parece darse cuenta de mi miedo y reduce la velocidad, noto como se relaja poco a poco y toma una respiración profunda antes de adentrarse por un camino de tierra en mitad de la nada.
Aún siento mi corazón latir con rapidez, y la ansiedad consumirme por dentro a paso lento.
Al fin aparca del coche y salgo corriendo hacia un árbol y vomito toda la angustia que me recorría por el interior.
Siento las manos de Marco sujetarme del pelo para no mancharme.
—¡¿Eres idiota?! ¡Podríamos haber muerto! —Le enfreto.
—Nunca te pondría en peligro Maya, sabía lo que hacía.
—Ni si quiera eras capaz de escucharme, como si no fueras tú, como si fueras otra persona totalmente distinta.
No responde y me da la espalda, caminando hacia el coche de nuevo, se apoya en el capó y saca un cigarro que se lo lleva a los labios.
—¿Vas a quedarte ahí todo el día? —Masculla mientras que se lo enciende.
Reacciono y camino hasta él, me pongo a su lado y aprecio las vistas de enfrente.
La luna salía entre las colinas y el cielo estaba estrellado.
—Sobre lo que estábamos hablando antes... —comienzo a decir —. ¿De verdad hubieras hecho cualquier cosa solo para encontrarme?
—Sí —se encoje de hombros y suelta todo el humo.
—Pero, ¿por qué?
—Porque me gustabas Maya y quise buscarte pero no pude.
—¿Qué pasó?
—Me internaron en un centro de desintoxicación de drogas.
—¿Consumías?
—A menudo —suspira —. No era adicto, solo en fiestas lo hacía, estuve un año interno.
—¿No lo has vuelto a hacer? —Niega con la cabeza.
Cruzamos miradas, sus ojos se conectan con los míos.
—Tienes que curarte eso o se te infectará.
—No me importa —se encoje de hombros y tuerce los ojos hacia arriba.
El silencio nos atrapa, nos envuelve y nos abraza.
—¿Por qué Ales tiene esas cicatrices que atraviesan toda su cara? —Pregunto.
—A los dieciséis estuvo metido en carreras ilegales —se calla unos sengundos —. Tuvo un accidente, ese día iba drogado y casi mata a una mujer embarazada que paseaba esa noche por allí. Giró el volante y frenó en seco pero impactó contra una farola, los cristales saltaron a su cara y por eso tiene esas cicatrices.
—¿Tu también estabas metido en eso?
—No —traga saliva —. Por suerte.
Alzo mi mano y le quito el cigarro de entre sus labios, lo tiro al suelo y lo piso.
—¿Qué crees que hac... —le interrumpo cuando planto mis labios sobre los suyos.
Sus labios siguen mi ritmo fácilmente y me ahogo en él y lo volvería a hacer una y mil veces más.
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Silencio
RomanceLos silencios llenos de miradas sin respuestas, las dudas, los secretos, las mentiras, el sufrimiento detrás de gritos ahogados en desesperación que no se dejan salir y las sonrisas fingidas que se convierten en un rostro serio lleno de oscuridad y...