Capítulo 37

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Allan

Me dirijo hacia el atril para dar unas palabras, observo detenidamente a las personas que hay frente a mí, a Marco observando el ataúd de Maya conteniendo las lágrimas, Ales a su lado con la cabeza baja, Aarón con la mano en el hombro de su hermano, a Carlos, a Damián, Inés, Lana, a Anne, a Lia con Ivet a su lado, los abuelos de Nis, los tíos de Ales, Antonella y Francesco.

Todas esas personas que en algún momento han aparecido en la vida de Maya y que de alguna manera u otra han aportado algo positivo en ella.

Saco de mi bolsillo el collar de Maya en forma de media luna, lo aprieto en mi puño y lo beso.

No tengo ni idea de que decir así que prefiero soltar todo lo que me salga.

—Hoy se fue una gran parte de mí, quizás de todos nosotros. Maya siempre estará en nuestros corazones y permanecerá ahí hasta el último día de nuestras vidas. Nadie, absolutamente nadie, se va sin dar señales antes. Maya no fue la excepción— hago silencio—. Creo que todos somos conscientes de que alguien que parece tenerlo todo es quien más vacío siente por dentro, quien más roto está y quien más oculta secretos. Nadie se esconde por gusto, a veces es lo que uno necesita porque no puede lidiar con los problemas y entonces, se encierra en una burbuja enorme, sin salida. Y esa burbuja vacía comienza a llenarse de problemas, inseguridades y miedos hasta que por culpa de la presión estalla. Estalla, y te lleva al límite. Al suicidio.

Escucho los susurros de los llantos, veo las lágrimas pesadas en los rostros cabizbajos de las personas que hay frente a mí y el corazón se me hunde un poco más.

—Maya siempre fue una chica increíble, tuvo que pasar muchas cosas difíciles, demasiadas. Desde maltratos, enfermedades hasta el suicidio. Su vida nunca fue fácil, tal vez su única escapatoria para sobrevivir era la muerte, suena irónico pero esa es la verdad. Ella siempre me hablaba de la libertad, de ese sentimiento de sentirse bien, sin preocupaciones, sin límites, en paz, libre, ella lo ha conseguido, ella por fin es libre y estoy orgulloso porque ahora es feliz donde sea que esté. Nunca había conocido a una chica tan fuerte, tan valiente como ella, ahora sé que volará alto como un pequeño angelito en el cielo, mi cielo. Nunca en mi vida había visto luz en tanta oscuridad hasta que me di cuenta de que Maya era ese túnel oscuro, lleno de secretos, inseguridades, miedos, mentiras pero que aún así alumbraba a todo aquel que se le cruzaba por el camino —me seco las lágrimas con el dorso de mi mano —. A veces vivimos sin pensar, sin saber, sin valorar a las personas o cosas que teníamos y ya no tenemos. Piensa en todas las cosas, personas y oportunidades que perdiste por no saber valorarlas, porque pensaste que iban a ser eternos o que nunca se iban a ir. Sé que te arrepientes de haber perdido todo aquello que no valoraste o que no te diste cuenta de que lo tenías y de la falta que te hacía hasta que lo dejaste ir y se fuera para siempre —hago una pausa y respiro hondo —. La vida te entrega y se lleva a personas, Maya fue una de ellas, vino y arrasó con todo y se fue dejándonos un vacío enorme, nunca olvidaré la primera vez que la vi, tan perdida, tan solitaria, tan apagada pero que aún así nunca dejó de sonreír, ella ahora está ahí arriba brillando. Y como me dijo una vez Maya Collins Henderson; “a veces vivimos sin saber vivir”.

Bajo del atril y me dirijo hacia el ataúd del amor de mi vida, lo acaricio y susurro.

—Te amo May, siempre lo haré.

Me siento en mi sitio de nuevo y veo como cargan el ataúd de Maya.

Maya estoy esperando a que salgas de ahí, vengas y me abraces, estoy esperando a que vengas y nos vayamos a casa.

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Me acerco a la tumba de Maya y leo lo que pone.

Maya Collins Henderson
24 / 12 / 2000 ~ 3 / 3 / 2020

—Creo que son tus favoritas —me agacho y dejo el ramo de flores de rosas rojas —. Ojalá hubiera encontrado la forma de decirte la verdad antes de que te fueras para siempre Maya. Nunca desaparecí de la vida, solo fingí mi muerte, para salvarte, para protegerte de él, de Luca. Me tenía amenazado y cuando me enteré que estuviste en el hospital por su culpa, quería ir corriendo hacia allí, pero solo hubiera empeorado las cosas, él te hubiera matado. Yo tenía razón eres como las estrellas, tan brillantes y únicas, ahora eres una de ellas, nunca dejes de brillar.

La sonrisa de Maya invade mis pensamientos, esa a la que me enganché desde que la conocí.

Mi mente viaja y recuerda la conversación que tuvimos esa noche.

—¿Crees que algún día conseguiré sentirme libre? —Me preguntó.

—No lo creo, estoy seguro —afirmé.

—Te dije que estaba seguro de que lo conseguirías May... por fin eres libre —un sollozo se escapa de mi boca.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora