Capítulo 30

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Marco

Toco el claxon del coche varias veces seguidas y por fin la veo salir por la puerta de su casa.

Lleva un vestido color blanco precioso, camina hacia mi dirección con una sonrisa en la cara pero sé que la finge, sé que no es real.

Rodea el coche y abre la puerta del copiloto adentrándose sin decir nada.

Arranco el coche y pongo algo de música para llenar el silencio.

—¿Estás bien? —Pregunto.

Sigue sin responder, ni si quiera cruza mirada conmigo, solo observa la carretera por la ventana y pienso que a lo mejor no me ha escuchado.

En cuestión de minutos ya habíamos llegado a mi casa.

Nos bajamos del coche y ella camina tras mí hasta entrar por la puerta. Aún no había llegado nadie.

Caminamos hasta la cocina y nos sentamos en los taburetes, frente a frente.

—¿Quieres hablar? —La tomo por el mentón obligándola a mirarme.

Me regala una sonrisa de boca cerrada y niega con la cabeza mientras que baja la vista de nuevo.

—No te traje regalo —dice en un susurro.

—Estar contigo aquí es mi mejor regalo.

Al fin veo como se le ilumina la cara y sonríe un poco.

—Creo que me iré pronto.

—Cuando quieras me dices y te llevo a casa.

—Gracias —masculla.

Con ella todo son silencios, miradas sin respuestas, incapaz de descifrar lo que le pasa por su cabeza.

Se sentía bien su silencio, ella jugueteaba con sus manos en el regazo y yo solo la miraba.

A los minutos llamaron al timbre y ella me miró, le respondí con otra mirada diciendo que se quedara ahí, ella me entendió y pasé por su lado susurrando.

—Te ves preciosa.

Camino hasta la puerta principal y abro, me encuentro a Inés, Lanna y Anne, a Ales, a Damián y a Carlos detrás de ellas.

Me pongo a un lado para dejarlos pasar y me felicitan cuando van entrando. Ales es el último.

—Felicidades hermanito —me toma por sorpresa su abrazo.

Cierro la puerta cuando ya están todos dentro y todos se dirigen hacia el salón, se sientan en los sillones y charlan entre ellos.

Yo me dirijo a la cocina y ahí me la encuentro, de espaldas, en la misma posición que antes.

—¿Quieres que te los presente? Son buenos amigos.

Ella se encoje de hombros y se levanta, camina junto a mí y entramos en el salón.

—Os presento a Maya, ellas son Inés, Anne y Lana —las señalo y sonríen —. Y ellos son Damián y Carlos.

—Hola preciosa —habla uno de los chicos.

—Cállate Damián —mascullo.

Siento la mirada pesada de Ales sobre nosotros.

—¿Quieres irte? —Le susurro al oído y ella asiente con la cabeza —. Vamos.

Nos damos la vuelta sin decir nada y salimos por la puerta, bajamos las escaleras y nos dirigimos al coche, antes de subir ella habla.

—Se me ha olvidado el bolso.

—¿Algún día dejarás de ser tan despistada? —Suspiro —. Quédate aquí.

Camino deprisa y entro otra vez en casa, voy hasta la cocina y allí veo su bolso, lo agarro y salgo corriendo.

Cuando me voy acercando al coche y no veo a Maya pierdo los nervios, cuando la veo tirada en suelo rodeada de sangre es cuando mi pulso estalla.

—¡Maya! —Grito y me acerco a ella.

—Necesito silencio, quiero silencio —murmura sin fuerzas y cierra los ojos.

—No, no por favor Maya, tienes que abrir los ojos, tienes que escucharme —la agarro en mis brazos y la subo al coche.

Arranco el coche y piso a fondo el acelerador hasta llegar al hospital.

Aparco el coche y la llevo en brazos hasta dentro del hospital.

No se movía, casi no respiraba, había perdido mucha sangre. Definitivamente la había perdido.

Rápidamente los médicos la atienden y se la llevan en una camilla.

Doy vueltas por la sala de espera durante dos horas, sigo con su bolso colgado en el hombro y me frusto cuando no me dicen nada sobre ella.

—Marco —reconozco esa voz de inmediato.

Es de Aarón, mi hermano mayor, trabaja como enfermero en este hospital.

—¿Cómo está Maya?

—Está estable, ven conmigo.

Lo sigo por los pasillos del hospital y nos paramos frente a una puerta.

—Puedes entrar.

—Gracias —le doy una sonrisa de boca cerrada.

Se marcha y con la mano temblorosa pongo la mano en el manillar de la puerta y abro lentamente.

La primera imagen que veo es la de Maya tumbada con varios cables conectados a ella, doy un paso al frente y me adentro en la habitación cerrando la puerta a mis espaldas.

Tiene los ojos cerrados y me acerco a ella con cautela, me siento al borde de la cama y acaricio su pelo suavemente, tomo su mano fría y le doy sutiles caricias.

Es preciosa pero está tan rota.

Noto como abre los ojos y me regala una sonrisa leve, deslizo mi mano hasta llegar a su cara y acariciarla.

—Lo siento tanto Maya, no debí dejarte sola.

Se incorpora lentamente hasta quedarse sentada.

—No es tu culpa —juguetea con sus manos.

—¿Qué te pasó?

—Luca, Luca Muller, eso pasó —respira hondo y ahí entiendo que no quiere seguir hablando.

—¿Por qué te ocultas?

—No me oculto —baja la mirada.

—Mírame Maya —tomo du mentón y conectamos miradas —. No te ocultes, muéstrate como eres en realidad.

—¿Cómo soy, Marco? Ni yo lo sé.

—Eres Maya, Maya Collins, una chica que se levanta todas las mañanas, se mira al espejo, finge una sonrisa y sale al mundo —hago una pausa —. Eres una chica que sólo se ha enamorado una vez en la vida y que esa persona ya no está —ahogo las últimas palabras.

Se queda en silencio varios segundo y de nuevo agacha la cabeza.

—Tienes razón, soy ese tipo de chica —murmura.

—Llevas tanto tiempo ocultando tus sentimientos que ahora no sabes expresarlos.

—¿Y tú? ¿Cómo eres tú realmente?

—Soy Marco, Marco Davis, un chico que odia su vida pasada y que intenta construir una nueva y que también se ha enamorado de la persona equivocada —trago grueso —. Yo también estoy roto Maya, los dos lo estamos, somos iguales pero a la vez tan diferentes.

No responde, agarra entre sus dedos el collar y tira de él hasta quedarme a escasos centímetros de su cara, extiende su otra mano y la posiciona en mi cara dándome suaves caricias.

—Sé que sonríes con el alma rota y piensas que no eres valiente, pero mírate, eres increíblemente fuerte —susurro contra su boca.

Une nuestros labios cálidos. Un beso. Un mundo nuevo.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora