(PARTE 1)
Maya (16 años)
Me miro al espejo por sexta vez antes de salir de casa, me coloco el vestido negro y salgo. Camino por las calles solitarias y oscuras, la noche es fría y la niebla me envuelve a cada paso que doy. Ya puedo percibir cómo la música de la fiesta retumba en mis oídos. Voy sola pero no me importa, solo quiero emborracharme y desconectar de todo, apagarme.
Me paro frente a la gran casa y analizo la situación, todos van con grupos de amigos. Excepto yo. Estoy sola y no conozco a nadie. Estoy sola y vacía.
Siento el nudo en la garganta pero mis pies se mueven solos y sin pensarlo pongo un pie en la entrada de la casa.
La música llena mis oídos y siento la presión en el pecho, sé que algo va a pasar. Bueno o malo, pasará y será esta noche.
Camino entre la gente, esquivando y empujando sin importar quien sea. Algunos me miran y se ríen, otros simplemente no saben ni de mi existencia.
Siento la presión de una mirada sobre mí, desde que he llegado a este lugar he sentido esa mirada analizarme, doy vueltas sobre mi misma y sigo caminando y encuentro lejana la mirada de un chico, de ese chico.
Está sentando junto a sus amigos pero no está pendiente de ellos, le hablan pero sé que no les escucha, sus ojos siguen mis movimientos y noto como una media sonrisa aparece en su cara.
La música cambia a una lenta, una canción oscura y preciosa. Él se levanta ignorando a sus amigos y camina hacia mí, mis pies hacen lo mismo y van hacia él. Lento, torturador, la distancia que nos une se acorta y por fin estamos frente a frente. Indago en sus ojos color miel. Su mirada es fría y oscura como su semblante.
—¿Me concedes este baile? —Su voz es ronca.
No emito palabra alguna, no me salen, se me atragantan en la garganta y solo soy capaz de asentir con la cabeza.
Me regala una sonrisa y envuelve mi cintura con sus grandes manos, yo las paso por detrás de su cuello y empezamos a movernos al ritmo de la canción.
—Es una canción preciosa como para bailarla sola, ¿verdad? —Sé que intenta sacar algo de conversación.
—The Night We Met —suelto —. Así, así se llama.
—La noche en la que nos conocimos —traduce el título de la canción —. ¿Es tu favorita?
—Es la única canción que logra transmitirme algo.
—¿Has venido sola? —Cambia de tema.
—No —miento y sabe que lo hago.
La canción está apunto de terminar y sé que pronto dejaré de sentir sus brazos sujetarme con delicadeza y que volveré a sentir ese vacío.
—¿Y tus amigos?
—Estarán por ahí —respondo nerviosa.
—Mientes.
—Siempre lo hago —murmuro.
La canción termina y el agarre de sus brazos también, siento ganas de vomitar y sin decir nada salgo disparada hacia el baño. Entro y me agacho frente a la taza del váter. Llevaba sin comer tres días solo para verme bien dentro de este vestido negro.
Salgo tambaleándome, intento mantener la firmeza pero mi cabeza da vueltas, el mundo y la vida también.
(PARTE 2)
Maya (16 años)
Horas antes de internar en el psiquiátrico
El edificio es alto y siniestro, abandonado y perfecto. Subo las escaleras desgastadas hasta llegar al ático, el viento me acaricia la cara y camino hasta sentarme en el borde, con los pies colgando al vacío.
Intento mantener mi mente ausente, las lágrimas comienzan a deslizarse por mis mejillas y el miedo se apodera de mí.
Siento la presencia de alguien tras mí, pero no me giro y sé que se sienta a mi lado.
—¿A qué esperas? Lánzate —escucho decir —. Eso es lo que quieres, acabar con tu vida.
Reconozco su voz de inmediato y sé que es el chico de la noche anterior, con el cual compartí ese baile.
—Si de verdad te quisieras matar, ya te hubieras tirado —extiende su mano hacia mí, la miro de reojo pero vuelvo mi mirada al vacío.
—Odio mi vida, la odio de verdad —comienzo a hablar con ansiedad —. Llevo dieciséis años de mi vida sufriendo, estoy agotada y cansada, mi madre lleva tratándome mal desde que nací, me odia y yo la odio a ella —intento controlar mi respiración —. La vida es un asco.
—Dame tu mano —extiende otra vez la suya.
La acepto y nos levantamos de ahí con cuidado hasta quedar frente a frente lejos del vacío.
—Quiero que te lo quedes —me desabrocho el collar y se lo entrego.
—¿Por qué?
—Por salvarme la vida, mañana me internan en un psiquiátrico y puede que no nos volvamos a ver —sigo con la mano extendida con el pequeño collar en la mano.
—No creo que debas darme algo así, tan solo me conoces de un día.
—Vamos cógelo, en el psiquiátrico no puedo llevarlo, creen que estoy loca —insisto.
Finalmente lo acepta y lo toma, me estremezco al hacer contacto con su mano cálida.
La vida duele un poco más.
ESTÁS LEYENDO
Silencio
RomanceLos silencios llenos de miradas sin respuestas, las dudas, los secretos, las mentiras, el sufrimiento detrás de gritos ahogados en desesperación que no se dejan salir y las sonrisas fingidas que se convierten en un rostro serio lleno de oscuridad y...