Maya
Año nuevo. Otra vez sola. Agarro una chaqueta, me la coloco y salgo de casa. Es de noche pero no me importa, está vez no.
El frío cala mis huesos y siento un escalofrío atravesarme toda la columna vertebral. Algunos copos de nieve empezaban a caer sobre mi cabeza, el camino se me hacia difícil por la nieve pero no me importaba nada.
Me adentro en el bosque y camino sin dirección alguna. Llego a un lago congelado rodeado de árboles, me tumbo en una gran roca y dejo que los copos de nieve cayeran sobre mí, mientras que observo las pocas estrellas que se pueden ver, respiro hondo y me relajo.
—Feliz año —una voz ronca y masculina suena cerca de mí.
Me levanto del susto y me fijo en quien es, tiene las manos en los bolsillos, me cuesta reconocerlo pero después caigo. Es Marco.
—¿Me has seguido?
—Sí —su sinceridad me sorprende —. Salí del bar, te vi, me dio curiosidad y te seguí —se encoje de hombros.
El silencio nos envuelve y se sienta en la roca a mi lado.
—Me gusta tu collar —lo señala.
Es en forma de media luna y lo comparto con mi mejor amiga, Nisha. Tiene un gran significado, oculta secretos y miedos, la noche los guarda y la luna los protege.
—Gracias —le doy una media sonrisa.
—¿Eres así de callada siempre?
Me encojo de hombros, prefiero no contestar. Se levanta y camina hasta estar en medio del lago congelado.
—¡Vamos, ven! —Me grita.
Tampoco le respondo, solo le observo, sus pasos son torpes mientras que se dirige hacia a mí. Cuando está frente a mí estira sus brazos y agarra mis manos, tira y quedo de pie frente a él, sobre el hielo.
Indago en su mirada oscura y fría, sus ojos miel me miran con intensidad y mi mente conecta.
—Siento que te conozco de antes —confieso.
Esta vez es él quien no responde y se aleja de mí girando sobre sus pies y dándome la espalda. Se desliza por el lago hasta quedar lejos de mí y luego se gira para mirarme.
—Venga, ven —me sonríe.
Intento moverme por el hielo, pero mis pies fallan cuando estoy apunto de llegar a él, resbalo y caigo dándome un golpe en la parte baja de la espalda.
Su cara de preocupación es evidente y con pasos torpes viene en mi dirección, se agacha y sujeta mis brazos para levantarme pero se resbala también y cae sobre mí.
Una carcajada sale de mi garganta arrasando con todo el silencio, se aparta y se tumba a mi lado riéndose también.
La oscuridad nos envuelve, el silencio también, nuestros cuerpos están pegados y nuestras respiraciones llevan el mismo ritmo, por unos minutos no decimos absolutamente nada.
—¿Por qué vienes hasta aquí?
—Me gusta este lugar —me encojo de hombros —. Me gusta la soledad, la oscuridad, el bosque, las estrellas, la luna —giro la cabeza para mirarle —. Me gusta el silencio —digo en un medio susurro.
Su mirada se conecta con la mía y me da una pequeña sonrisa.
—También lloras y sufres en silencio —trago duro mientras que su mirada sigue fija en mí —. No puedes ocultarlo, no puedes disfrazar la verdad.
—Disfrazar la verdad —repito en un susurro —. ¿Has sido tú? —Me incorporo hasta quedarme sentada, el hace lo mismo y quedamos de frente.
—Maya... —le interrumpo.
—¿Cómo entraste en mi casa? ¿Cómo sabías dónde vivía? ¿Me conocías o Ales te habló de mí? ¿Qué significan esas notas? —Disparo pregunta tras otra.
—Hay tantas cosas que sé de tí Maya.
—Eso es imposible, no me conoces, no sabes quien soy, no puedes saber quién soy en realidad —digo con rapidez.
—Me encantaría responder todas tus preguntas Maya, pero es algo difícil.
—¿Desde cuando me conoces? —Decido preguntar.
—Te conocí cuando tú tenías dieciséis años —se levanta y me extiende la mano para ayudarme, yo se la rechazo y me pongo de pie.
Salimos del lago congelado y empezamos a caminar por el bosque.
—¿Ales sabe que me conoces desde mucho antes?
—Nadie lo sabe.
—A esa edad perdí la memoria, no recuerdo absolutamente nada desde entonces, no sé lo que sucedió —hago una pausa —. Lo único que sé es que me internaron en un psiquiátrico, allí conocí a la que hoy es mi mejor amiga, Nisha, ella sigue interna, es como si la hubiera perdido —no responde y decido continuar —. Dieciséis años, dieciséis años de mi vida perdidos, tirados a la basura, agotadores y angustiosos, cada día que pasaba era peor, todo por culpa de mi madre —hago silencio unos segundos y continuo —. Todo era oscuro y negro, vivía en un agujero sin salida, cada golpe, cada paliza dolía más y más y más hasta que un día dejé de sentir y todo el daño desapareció, todo el odio que había creado se esfumó y me apagué, desconecté —el camino se hacia pesado por la nieve.
—¿Quieres que te lleve? —Señala su espalda —. Venga sube —se coloca frente a mí y se inclina hacia delante para que pueda subir a su espalda.
Doy un salto y me agarro a sus hombros, él sujeta la parte trasera de mis rodillas.
—Te conozco, sé que te conozco pero no me acuerdo de tí —susurro —. Sé que me pasó algo antes de internar al psiquiátrico, quiero saberlo, pero él único que sabe la historia completa era mi padre —las palabras se me atragantan en la garganta —. ¿Cómo entraste a mi casa? —Cambio de tema.
—Llamé varias veces, pero no respondías y sabía que estabas dentro, comencé a asustarme y sabía que guardas una llave en la maceta que está en la entrada, la cogí y abrí la puerta —respira hondo —. Te busqué por toda la casa hasta que llegué a tu habitación y te vi tirada en el suelo rodeada de sangre, Maya, pensaba que habías muerto, mi corazón dio un vuelco cuando te vi en ese estado —traga duro —. Corrí hacia a tí y me agaché para comprobar que aún respirabas, sentí un alivio cuando noté el aire salir por tu nariz, pero estabas inconsciente —se calla durante unos segundos —. Me fijé en los cortes, no eran profundos pero sí muchos, te los curé y te coloqué esa venda, luego te llevé hasta la cama y te tumbé ahí, escribí la nota y te la dejé —noto como aprieta la mandíbula —. Estuve durante horas esperando a que despertaras cuando lo hiciste me escapé por la ventana y llamé a Allan para que estuviera contigo esa noche.
—¿Conoces a Allan? —Pregunto extrañada.
—Sí, lo conozco también.
Habíamos salido del bosque hace rato, me llevó hasta mi casa y cuando estuvimos en la puerta me bajó de su espalda.
Nos quedamos sin palabras durante unos minutos, yo indagaba en su mirada color miel y él en la mía.
—Incluso yo puedo ver quien eres realmente —susurra.
—Hasta mañana Marco —le doy una leve sonrisa y me doy la vuelta para entrar en casa.
—Hasta mañana Maya —escucho sus pasos alejarse.
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Silencio
RomanceLos silencios llenos de miradas sin respuestas, las dudas, los secretos, las mentiras, el sufrimiento detrás de gritos ahogados en desesperación que no se dejan salir y las sonrisas fingidas que se convierten en un rostro serio lleno de oscuridad y...