Capítulo 31

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Maya

Abre la puerta de golpe, Nis corre hacia mi con lágrimas en los ojos y me abraza con fuerza.

—Pensaba que te perdía —se ahoga en el llanto.

—Nunca me vas a perder —le devuelvo el abrazo.

—He pasado tanto miedo, he venido lo antes posible —se separa de mí y le limpio las lágrimas con mis pulgares.

—Tranquila Nis, ya estoy bien —le sonrío.

—Te quiero tanto May, no quiero que te pase nada nunca.

—Yo también te quiero Nis.

—No quiero irme pero mis abuelos me esperan.

—No te preocupes, estoy bien acompañada —miro a Marco.

—Llámame con cualquier cosa, te amo May.

—Y yo Nis, y yo.

Y pensar que esas fueron sus últimas palabras.

A los minutos llaman a la puerta y entra un enfermero, Marco se levanta y lo saluda dándole un abrazo.

—Maya, él es Aarón, mi hermano mayor —dice Marco.

—Encantada —sonrío.

—Igualmente.

—¿Podemos hablar fuera? —Le pregunta Marco.

—Sí, claro —acepta Aarón.

Marco me guiña el ojo antes de salir por la puerta y dejarla entreabierta.

Escucho parte de la conversación.

—Sólo hoy, por favor, Aarón.

—Eso sería poner en riesgo mi trabajo.

—Me haré responsable si pasa algo.

—Está bien.

—Gracias, juro que te lo recompesaré.

Entran y Aarón se acerca a mí quitándome algunos cables que tenía conectados.

—Vamos Maya, levántate —dice Marco.

—¿Qué pasa? —Digo levántandome de la cama.

—Tú sólo sígueme.

Miro a Aarón, me sonríe y asiente con la cabeza dándome a entender que le haga caso.

Agarro mi bolso y me acerco a él.

—Toma mi sudadera —se la quita y me la da.

Tengo el vestido lleno de sangre debido a la apuñalada que me ha dado Luca Muller.

Me coloco su sudadera negra y por suerte ya no se ve nada.

Extiende su mano hacia mí, yo la acepto y entrelazo mis dedos con los suyos delicadamente.

Salimos de la habitación y él tira de mí, recorremos los pasillos del hospital agarrados de la mano hasta llegar a la zona de neonatología.

—¿Qué hacemos aquí?

—Shhh —me tapa la boca con su mano —Sé lo mucho que te gusta esta zona, sólo disfrútalo.

—¿Cómo lo sabes? —Susurro.

—Lo sé todo de ti.

Sonrío al ver a los bebés recién nacidos a través de la cristalera.

—Juro que va a ser la mejor noche de tu vida.

Giro la cabeza, centro mi mirada en él, está de perfil y sonrío ante sus palabras.

Cuando escuchamos dos voces femeninas hablar cerca, Marco y yo nos miramos y abrimos los ojos como platos.

Él agarra mi mano con fuerza y salimos a correr hacia la salida, giro la cabeza y veo a las dos enfermeras, vuelvo la vista al frente y retengo las ganas de reír por la adrenalina.

—Estás loco.

—Tú me vuelves loco.

Realentizamos el paso hasta dejar de correr, noto como afloja el agarre de la mano pero no la suelta y caminamos con cautela por los pasillos.

Veo como agarra dos batas colgadas de una percha, una se la pone y otra me la da a mí y hago lo mismo que él, colocándome el estetoscopio alrededor del cuello.

—Doctora Collins —hace una reverencia.

—Doctor Davis —le imito.

Los dos nos reímos y entrelaza mi mano con la suya de nuevo y caminamos por los pasillos, evitando que nos vean.

Salimos a un patio exterior, el frío me golpea con fuerza y me abrazo a mí misma.

Marco tira de mí y pasa su brazo por encima de mis hombros, abrazándome y protegiéndome del frío.

Llegamos a una zona de césped y nos tumbamos contemplando las estrellas.

Apoyo mi cabeza en su pecho y puedo llegar a sentir su corazón acelerado.

—¿Qué sientes? —Pregunta.

—Nunca en mi vida me había sentido tan bien —respondo en un susurro —. Gracias por todo Marco.

Alzo la mirada y me sumerjo en sus ojos, me mira intensamente durante varios segundos y luego sonríe.

—¿En qué piensas? —Extiendo mi mano y jugueteo con su collar.

—En ti, en mí, en nosotros —sus ojos brillan —. Te mereces ser feliz Maya.

—Tenías razón, somos iguales —deslizo la mano por su pecho —. Los dos ocultamos cosas, los dos estamos enamorados de personas equivocadas y los dos estamos rotos.

—Quizá el destino quiso cruzarnos, sé que esto no es una simple casualidad.

—¿Crees en el destino?

—Creo en el nuestro, solo somos dos personas, dos almas destinadas a amarse o a romperse por siempre.

Hubo un silencio de varios minutos pero no era icómodo, de hecho se sentía bien pero había algo que en mí que me hundía, que dolía, que quemaba, que me atormentaba, entonces sin pensarlo lo dije en voz alta.

—Solo siento dolor.

—¿Por qué?

—Llevo toda la vida sintiéndolo.

Y ahí, en la oscuridad de la noche, en la penumbra, abrazada a un desconocido, me sentía a salvo de la realidad.

Nunca supe su color favorito, ni su canción favorita, que le gustaba hacer o lo que más odiaba, su mayor sueño, si algún día me lo volvería a encontrar o si sólo fue algo del pasado.

Él lo sabía todo de mí y yo simplemente no sabía nada.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora