Capítulo 14

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Maya

Vacía, así me siento, hoy es Nochebuena y mi cumpleaños y mi primera vez que lo paso sola. Mi padre no está, Allan está con su familia y no he vuelto a saber nada de Ales. Intento sacar fuerzas para levantarme de la cama con la ayuda del bastón que me prestó Allan, son las nueve de la mañana, me visto y me lavo la cara para parecer un poco más decente. No me molesto ni en desayunar y salgo de casa dirigiéndome al hospital para la rehabilitación. Apenas llevo yendo cinco días y ya estoy agotada. Cuando termino regreso a casa y comienzo a hacer la comida pero esta vez para mi sola. Siento un nudo en la garganta y empiezo a llorar cuando el recuerdo de mi padre se presenta en mi mente. Me siento tan perdida.

El silencio ahoga la casa, ya no queda rastro del hombre sonriente que se paseaba por la cocina, por el salón, haciéndome bromas, apoyándome y ayudándome en todo. Encuentro su cara en cada rincón, pero no es real. Nada lo es ya.

Las horas pasan lentas, divago por la casa, ordenando, guardando cosas de mi padre. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando paso por delante de su habitación, no me atrevo a entrar, no puedo, tampoco quiero. La presión en el pecho aumenta y siento como el aire se me escapa de los pulmones, me dejo caer al suelo apoyada en la pared y cierro los ojos tratando de controlar mi respiración.

Gateo por el suelo hasta llegar a mi habitación, agarro la cuchilla del sacapuntas y la paso por la parte interna de mi muslo, dejo escapar el aire que guardaba y siento el alivio cuando noto el contacto del metal con la piel. La sangre brota y gotea en el suelo, derrotada cierro los ojos y apoyo la cabeza en la pared. Todo se vuelve oscuro.

Siento mi cuerpo pesado, abro los ojos y me doy cuenta que estoy tumbada en la cama y que tengo la pierna vendada pero no recuerdo haber hecho nada de eso.

Me incorporo y me siento en el borde de la cama hasta que me doy cuanta que hay una nota en la mesilla. La agarro con miedo y la leo:

"Deja de disfrazar la verdad"

La letra en cursiva, escrito en bolígrafo negro, definitivamente es la misma persona que me dejó las notas anteriores y por lo que veo debe conocerme, pero, ¿cómo había entrado en mi casa? Siento el miedo recorrerme de arriba abajo y cierro los ojos con fuerza cuando siento un escalofrío atravesarme toda la columna vertebral. Finalmente decido guardar el papel en el cajón junto al resto de notas.

Me levanto y con el miedo aún por el cuerpo me dispongo a mirar por toda la casa por si encuentro a alguien, reviso todos los rincones pero no hay nadie y la puerta principal está perfectamente cerrada.

Subo a mi habitación, agarro ropa limpia y me meto en el baño. Abro el grifo de la ducha y mientras dejo correr el agua me deshago de la venda y me adentro, un torrente de agua fría me golpea sin piedad, lo cortes empiezan a palpitar. No duelen, queman.

Las horas transcurren lentas y pesadas, ceno y veo un poco la televisión, cuando ya son las dos de la mañana decido irme a la cama pero cuando pongo un pie en mi habitación el timbre suena, con miedo decido ignorarlo, vuelve a sonar con más insistencia, bajo y escucho una voz, una voz muy conocida.

—May, soy yo —dice tras la puerta.

Miro por la mirilla y efectivamente era Allan, abro y él me atrapa entre sus brazos con fuerza, con el pie cierra la puerta y deja un beso en frente.

—¡Felicidades!

—Gra... gracias —sonrío.

—Toma tu regalo —me extiende una bolsa y yo la agarro.

—Vamos a mi habitación y allí lo abro —entrelazo sus dedos con los míos y caminamos hasta llegar allí.

Nos sentamos en el borde de la cama y saco el regalo de la bolsa, quito el envoltorio y mis ojos brillan de emoción cuando veo entre mis manos el libro de poesía que quería, anotado con las partes favoritas de Allan.

—Es increíble Allan —le doy una gran sonrisa y le abrazo —. Es genial —dejo un beso en su mejilla.

Me levanto y dejo el libro en la estantería, vuelvo a sentarme frente a él y siento la ilusión desvanecerse poco a poco y no sentir absolutamente nada.

—¿Cómo estás? —Media susurra, su mirada indagando en la mía.

—¿Cómo crees que estoy? —Le respondo.

—Eres muy fuerte Maya, eres valiente y luchadora, sé que podrás, sé que lo conseguirás, sé que sentirás esa libertad —agarra mi mano y la acaricia.

—¿Y cuando se supone que lo sentiré? —Me rio sarcásticamente.

—Cuando aprendas a soltar y a olvidar.

—Ya, claro, como si fuera tan fácil —mascullo.

—Maya no puedes seguir arrastrando tu pasado, debes enterrarlo y seguir adelante, la vida consiste en eso, no puedes quedarte atrás y ver cómo todos avanzan, no puedes May —hace una pausa —. Debes aprender a vivir.

—¿Por qué todos me dicen lo mismo y nadie se pone en mi lugar? He perdido tantas cosas Allan, perdí mi infancia, a mi padre, a mi mejor amiga y estoy perdiendo mi tiempo ahora mismo —empiezo a alzar la voz y me pongo de pie —. No, no puedes decirme que siga adelante cuando no sé como hacerlo, no sé cómo dar el primer paso, ¡no sé absolutamente nada Allan! —Estallo y sé que quizá hubiera sido mejor quedarme callada —. ¡No sé ni si quiera que hago aquí! ¡Quizá hubiera sido mejor que Luca Muller me matara!

No medito mis palabras y me arrepiento de inmediato, se levanta para ponerse a la misma altura que yo frente a frente y sé que está tenso y que también está apunto de estallar.

—¿¡Cómo te atreves a decir eso Maya!? —Me señala con el dedo —. ¡Moví cielo, tierra y mar para rescatarte. He pagado millones para tú rehabilitación y he dado la vida por ti! ¿¡Y ahora dices que hubieras preferido que te matara ese tipo!? ¿Lo dices enserio? —Dice incrédulo.

—¡Claro que lo digo enserio! ¡No puedo más! ¡Estoy tan cansada, tan agotada! ¡Mi cuerpo y mi mente no dan para más! —Mi pecho sube y baja, su mirada me analiza.

—¿De verdad te sientes así? —Suaviza el tono y noto como traga duro.

—Sí —murmuro en hilo de voz y mi mirada baja al suelo automáticamente.

—May... —arrastra mi nombre.

—No, no quiero tus lamentos —le doy una sonrisa triste —. Estoy rota —hago una pausa —No puedo hacer nada para arreglarme porque ni si quiera yo sé donde va cada pedazo.

—No estás rota, May —susurra —. Tienes grietas, todos tenemos y eso es algo que siempre se puede arreglar por muy grande que sea esa grieta.

Niego con la cabeza apartando mi mirada de él. No tiene razón, tengo grietas y son tan grandes que se han roto. Se rompieron hace mucho tiempo cuando mi madre me pegó mi primera paliza. Cuando preferí callarme y sufrir en silencio, cuando el silencio siempre ha sido mi mejor escapatoria para los problemas y cuando me di cuenta que la oscuridad siempre fue mi refugio y la luna mi único acompañante en las noches solitarias en mi habitación.

—Quiero ayudarte pero no sé como.

—Nadie puede ayudarme Allan —finalmente le miro a los ojos y veo en su rostro la preocupación.

—¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?

—¿Puedes abrazarme esta noche?

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora