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EL SEMENTAL DANZA PARA LA YEGUA

Llegó el ardiente verano, el bochornoso calor, las temidas vacaciones, el odiado pueblo... El aburrimiento.

Un día tras otro, una hora tras otra, un segundo tras otro... En el maldito pueblo.

Yoongi observó desde el umbral de la casa a su hijo de 14 años levantar la mano y despedirse; se iba a dar una vuelta, no volvería hasta la noche.

Les vio alejarse; su niño pequeño, que ya no lo era, rodeado de toda la caterva de primos de su misma edad que se reunían en el pueblo al llegar el verano. En el maldito y aburrido pueblo.

Podía entender su entusiasmo y felicidad, cuando era niño y acababan las clases, la mayoría de sus amigos se iban al pueblo desde finales de junio hasta principios de septiembre. Yoongi se quedaba solo en Madrid, soñando que sus padres –cuando aún vivían- tenían un pueblo al que ir; un pueblo lleno de tíos, primos y abuelos con los que pasar las vacaciones festivales.

Hay que tener cuidado con lo que se desea... porque puede cumplirse.

Al crecer se olvidó del sueño, pero el sueño no se olvidó de él. Y cuando conoció al que sería su marido durante diez años, el sueño iba incluido en el trato.

Taemin era de Ávila, más concretamente de un pueblo de Ávila, Mombeltrán. Durante el primer verano de su noviazgo fueron allí a pasar las vacaciones, fue un sueño convertido en realidad. Días de calor y risas, de ríos y juegos, de naturaleza y sensualidad, de locura y erotismo... De polvos salvajes en el campo, un embarazo no deseado y una propuesta de matrimonio.

Se casaron, tuvieron a Hoseok, se odiaron y se divorciaron.

Pero mucho antes de divorciarse, aborrecía el pueblo.

Y ahora estaba de nuevo allí. Tras cinco años sin poner un pie en las montañas de Gredos, se había visto obligado a volver.

Miró a su alrededor, Hoseok había desaparecido en las callejuelas; se encontraba solo de nuevo. Se giró para entrar en la casa, posó la mano en el pomo de la puerta y la apartó como si se hubiera quemado. ¡No quería pasar otra tarde más encerrado entre aquellas cuatro paredes!

Metió los dedos en el bolsillo de los vaqueros, asegurándose de que llevaba las llaves encima y dio un paso. Respiró profundamente y dio otro, y otro más. No miró a izquierda ni a derecha, no miró hacia atrás, ni siquiera levantó la cabeza de la punta de sus pies. Solo quería alejarse de ese horrible pueblo, de esa horrible casa y, perderse...

¿Dónde? Ni idea. Solo perderse.

Caminó por la calle principal sin hacer caso a la gente que lo reconocía como «el viudo del hijo del Rubio». En el pueblo perdía su identidad, pasaba de ser Yoongi a ser «El esposo del hijo de...» o, más exactamente en estos momentos: «El viudo del hijo de...»; aunque antes había sido «el Ex del hijo de...». Se necesitaba ser un hombre del pueblo para tener nombre allí, su exmarido no lo había sido; ni hombre, ni del pueblo..., por tanto siempre sería «el hijo del Rubio».

Fue un alivio cuando dejo atrás la Cruz del Rollo, cuando por fin salió del pueblo, cuando dejo de oír los murmullos que seguían cada uno de sus pasos.

Pero no se detuvo.

Siguió andando, un paso tras otro. Atravesó fincas de olivos y vides hasta llegar a un cerro. Se detuvo bajo las sombras de encinas, robles y pinos. Respiró. Estaba lejos del pueblo, de su agobio; pero no lo suficiente.

Un paso, otro paso, otro más. Nunca sería suficiente.

Era un alma de ciudad. De humo. De tráfico. De edificios altos hasta el cielo.

Sueños Ardientes De VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora