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PERDIDOS

Yoongi intentó asombrarse ante la declaración del hombre, pero lo cierto es que no tuvo fuerzas para ello. Su cuerpo estaba laxo, ni siquiera era capaz de ruborizarse por la postura en que se encontraba; despatarrado ante él, desnudo, totalmente expuesto a la mirada del hombre que lo había llevado a un orgasmo sobrecogedor sin tocarlo más que con las manos y unas simples cuerdas. Un hombre que ni siquiera se había molestado en quitarse los vaqueros que cubrían su pene.

Contuvo el aliento cuando escuchó el crujido de la silla indicando que él acaba de sentarse. Frente a él, entre sus piernas. Su aliento caliente derramándose sobre su pene lo hizo tensarse por el repentino escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.

¡Dios! Realmente debería de estar avergonzado, y no por la postura, sino porque en contra de lo que había supuesto, su cuerpo estaba empezando a responder. Otra vez.

Las manos del hombre se colaron bajo sus nalgas haciéndolo suspirar. Le alzaron el trasero y colocaron bajo éste un tejido... ¿esponjoso?

— ¿Qué...? —comenzó a decir, pero él lo hizo callar con un chasquido de su lengua.

Yoongi se mordió los labios para no seguir preguntando, el agotamiento que antes dominaba su cuerpo había desaparecido como por arte de magia. El muy intrigante le había colocado una toalla —o eso parecía— bajo el culo. ¿Para qué narices ponía una toalla ahí? ¿Qué coño tenía pensado hacer? El hombre sonrió satisfecho al ver la cara sorprendida de Yoongi, metió la mano dentro del cubo metálico que había colocado en el sitio y sacó una esponja empapada en el agua casi helada que había extraído con la bomba del pozo.

Yoongi jadeó al sentir un chorro de agua cayendo sobre su pubis. El contraste entre la piel caliente y el agua gélida hizo contener la respiración. ¿Pero qué se suponía que estaba haciendo ese tío?

Su irritación subió un par de puntos más cuando él comenzó a frotar contra su pelvis algo duro y resbaladizo. Algo que hacía espuma. ¿Algo que servía para asearse? Noooo. Seguro que no. Él no podía estar lavándole el...

A ver, sí, podía estar algo sucio de su propia esencia por el resiente orgasmo, pero... Si él quería que se aseara, bastaba con decírselo o, mejor aún, con desatarlo y él inmediatamente se hubiera dado una buena ducha, era lo que hacía siempre tras un polvo. Aunque, ups, no había ducha en la cabaña. Bueno, pues se hubiera lavado con un cubo de agua... fuera, en privado, él sólito, como los niños grandes. ¡Pero no así, joder! Una ducha compartida era genial, pero que le lavaran los bajos como hacían a las ex virginales doncellas de la edad media tras su noche de bodas en las novelas románticas que leía, le parecía ridículo.

No, recapacitó. Imposible. Él no estaba haciendo eso. Seguro que era alguno de sus jueguecitos sexys. ¡Pero, joder! Es que él seguía dale que te pego con la pastilla de jabón. Porque estaba cien por cien seguro de que era eso, sobre todo ahora que le llegaba el aroma al mismo jabón que su suegro fabricaba en casa. Su suegro y medio pueblo. ¡Vivan productos naturales!

—Perdona... —carraspeó sintiendo el rubor asomar sus mejillas—. ¿Qué...? —Lo intentó de nuevo— ¿Qué estás haciendo?

—Enjabonarte.

—Ah —contestó sin saber bien qué decir— ¿En este preciso momento? ¿Justo dos segundos después de un orgasmo? —preguntó incorporándose sobre los codos. Se estaba empezando a enojar. —Si me desatas lo hago yo.

—No. Túmbate —ordenó.

—Ah... —dijo ignorando su orden e incorporándose un poco más. — Sólo por curiosidad, ¿estás insinuando que huelo mal o que no soy capaz de lavarme yo solito?

Sueños Ardientes De VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora