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LE PERTENECES, PERO AUN LODUDAS

— ¿Adónde vas a estas horas? —preguntó Eli cuando vio a Yoongi vestido para salir.

—A dar una vuelta —esquivó la pregunta— Hace un día precioso.

—Hace un calor tremendo, papá, te va a dar un soponcio —aseveró Hoseok.

—Me dará si me quedo un segundo más escuchando hablar de higos y brevas —refunfuñó Yoongi— Volveré cuando haga más fresco —avisó.

Nieto y abuelo movieron la cabeza asombrados cuando Yoongi se fue. No eran horas para salir a la calle. En absoluto.

—Gi está muy raro últimamente.

—No sabes cuánto. Se ha puesto mini short —comentó Hoseok, frunciendo la frente.

— ¿Y?

—Odia llevar mini short en el pueblo.

— ¿Por?

—Dice que le da asco que los bichos que infestan cada rincón le suban por las piernas desnudas —explicó, encogiéndose de hombros.

—Ah —respondió el abuelo— Pues me alegro de que haya cambiado de opinión, luce muy guapo con el. Seguro que a uno que yo me sé se le va a caer la baba si lo ve vestido así —sonrió para sí mismo. Su nieto le miró inquieto, no quería que se le cayera la baba a nadie con su padre.

Yoongi sintió que le abandonaban las fuerzas en el mismo momento en que pisó la acera. Si en la casa hacía calor, en la calle era bochorno. Eran casi las seis de la tarde y no corría ni un soplo de aire fresco, pero si volvía a oír otra vez la palabra higo o breva junto al nombre de Jimin, empezaría a gritar. Su hijo sólo tenía en la mente acompañar a su tío en la próxima recogida del higo y su instinto le decía que si se despistaba acabaría recogiendo esas «cosas» él también. ¡Puag!

Además, y para ser sincero, estaba ansioso por ponerse en camino. No había dormido en toda la noche pensando en él. Había pasado todo el día divagando con su próximo encuentro y, aunque era demasiado pronto para ir a la cabaña, pensó algo nervioso, nada en el mundo lo convencería de esperar un poco más.

Las dos veces anteriores había llegado alrededor de las ocho de la tarde. Si tardaba en llegar a la cabaña casi tres cuartos de hora, como mucho se presentaría allí a las siete. Iba a parecer que estaba desesperado por verlo o, peor aún, podía llegar demasiado pronto y encontrarse con que él no estaba. Si ése era el caso, ¿qué haría? ¿Esperar en la cabaña? Probablemente estaría cerrada con llave. ¿Hacer tiempo de pie en mitad del claro observando a los caballos? Eso parecía un poco humillante, claro que no tanto como llegar y encontrar las rejas que vallaban la propiedad cerradas, en cuyo caso, no le quedaría otra opción que darse media vuelta y volver al pueblo; por nada del mundo esperaría anhelante a que él regresara a su finca y le permitiera el paso.

Tenía ganas de verle, pero no tantas como para humillarse de esa manera, O tal vez sí...

Se paró en mitad de la calle y dio un fuerte pisotón. «¡No seas idiota! Sólo estás dando una vuelta», se reprendió a sí mismo.

—Todo el mundo es libre de dar un paseo por donde se le antoje—aseveró en voz alta.

—Claro que sí, hijito —coincidió una anciana vestida con una falda negra hasta media pantorrilla, una chaqueta de manga larga, también negra, y un pañuelo del mismo color cubriéndole la cabeza—. ¿Y tú de quién eres? —preguntó cerrando los ojos y aspirando profundamente, como olisqueándolo.

—Soy el ex esposo del difunto hijo del Rubio —contestó Yoongi maquinalmente, estremeciéndose por dentro. ¿Cómo podía llevar tanta ropa encima esa buena mujer?

Sueños Ardientes De VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora