SU AMANTE SECRETO
El sol iluminaba a medias la cabaña, manteniéndola entreclaros y sombras. Las hojas de los robles, los pájaros surcando el cielo, las ardillas subiendo y bajando por las altas ramas, el sonido lejano de algún animal escarbando en el suelo cubierto de hojarasca y musgo y el relincho de Negro componían la única música que le gustaba escuchar al hombre que, sentado en el porche, se mecía lánguidamente sobre la mecedora.
Cálidos rayos de sol ascendían por sus piernas deteniéndose al llegar a la cintura y dejando la parte superior de su cuerpo en penumbra.
Su postura indolente reflejaba aburrimiento. La pierna izquierda colgando del reposa brazos; el pie derecho apoyado descalzo en el suelo, dando vida a la danza de la mecedora; sus manos reposando en aparente tranquilidad sobre los muslos, cubiertos por unos viejos vaqueros.
Si las sombras hubieran permitido que la luz entrara por completo en el porche, ésta iluminaría su semblante duro y pensativo. El aparente relax que denotaba su postura, no en más que la calma antes de la tormenta. Ocultos entre las sombras, sus ojos vigilantes y su mente afilada no paraban de darle vueltas a la misma idea una y otra vez.
Esa tarde se cumplía una semana.
Una semana desde que lo volvió a ver.
Una semana desde que volvió a respirar su aroma.
Una semana desde que recorrió con sus dedos la suavidad de su piel.
Una semana desde que los impregnó en su esencia.
Una semana muriendo por tocarlo de nuevo, por sentirlo entre sus manos, por saborearlo.
Una semana sabiendo que el sueño se había esfumado en el aire.
Apretó los labios, enfadado consigo mismo. Los sueños, sueños son. No merecía la pena esperar de ellos nada más que unas cuantas erecciones matutinas.
Dejó de impulsarse con el pie y observó el claro que él mismo había desbrozado de árboles. El semental negro correteaba inquieto en el cercado, intuyendo el estado de ánimo de su dueño, nervioso sin saber bien por qué. La yegua alazana, fiel a su carácter tranquilo e impasible, pastaba indiferente a todo lo que no fuera espantar las moscas con la cola.
El corcel negro se acercó hasta el extremo de la cerca más próximo a la cabaña y lanzó un potente relincho.
— ¡No pierdas el tiempo, Negro, aprovecha que Roja está en celo y tíratela antes de que se esfume el sueño! —gritó enfadado. El animal le respondió con un bufido. El hombre sonrió enseñando sus blancos dientes—. No, Negro. No va a volver —aseveró.
Cerró los ojos, recordando.
Le había sorprendido encontrar a Yoongi observando a los caballos. Tanto que, sin pensar lo que hacía, se dejó llevar por la necesidad de sentir su calor contra su piel. Cuando lo sintió sobresaltarse e intentar alejarse de él, todos sus instintos le ordenaron que se lo impidiera; por eso lo sujetó con su cuerpo y sus manos. Después, sin saber bien por qué, decidió reírse un poco de su mojigatería y hacerlo ruborizar con el relato detallado del apareamiento de los corceles. Y fue en ese preciso instante cuando su mundo se tornó patas arriba. No sólo no se había espantado, sino que se había excitado. Pudo olerlo, sentir los temblores del cuerpo de Yoongi pegado al suyo, ver la vena latir en su cuello.
Nunca, ni en sus sueños más salvajes, habría imaginado a Yoongi reaccionando así. Sin miedo, con curiosidad, mostrándole su sexualidad sin ruborizarse. En ese momento perdió el control. Dejo de ser el hombre que trataba de ser y se convirtió en el que realmente era.
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Sueños Ardientes De Verano
FanfictionAdéntrate a esos días de verano en una solitaria cabaña en medio de la nada... JIMSU MPREG