TODO O NADA
Si había algo que Jimin adoraba por encima de todas las cosas era el sonido del bosque al atardecer. Tenderse desnudo en la cama de la cabaña, abrir la ventana y escuchar. Solamente escuchar. Se sentía identificado con cada uno de los sonidos que arrullaban la montana en esos momentos en que el día apenas es día y la noche aún no es noche.
El ulular del búho arropaba sus más oscuros pensamientos; lúgubres visiones de soledad, de habitaciones vacías, casas solitarias y días sin él.
El chirrido del grillo, frenético y agresivo, se asemejaba a las sensaciones que recorrían su cuerpo. Inesperados sobresaltos que se enganchaban a su estómago cada vez que pensaba en todo lo que no debería haber hecho; agresivos impulsos de levantarse e ir por él y secuestrarlo si era preciso.
Pero luego llegaba a sus oídos la algarabía extrovertida y divertida de las ardillas, recordándole su sonrisa cristalina, sus manos moviéndose arriba y abajo cuando hablaba, la manera en que se reía cuando le hacia alguna jugarreta. No podía perder eso, y lo perderá si le imponía su presencia, si lo acosaba, si lo acorralaba.
Las pesadas y erráticas pisadas del jabalí husmeando entre las hojas secas del suelo le recordaban a él mismo. Su deambular dando tumbos por el sendero sinuoso que había recorrido ese verano al seducirlo, oculto entre las sombras de una mentira.
Y por encima de todos, el chillido del águila. El dolor atroz que sentía en sus entrañas al pensar que podía perderlo; que de hecho, quizá lo había perdido ya. Para siempre.
Todos y cada uno de esos sonidos conformaban en ese momento la banda sonora de sus pesadillas.
Y a todos esos sonidos se sumó uno más. Uno que no pertenecía al bosque. El ruido de un coche.
Bajó de un salto de la cama, dispuesto a echar a patadas al indeseable que se había atrevido a perturbar su dolor. Abrió la puerta sin molestarse en cubrir su desnudez. El cielo anaranjado casi rojizo, brilló sobre su piel tornándola dorada. Atravesó con pasos violentos el porche y se precipitó hacia el escalón que lo separaba del claro del bosque. Pero no llegó a bajarlo.
Un monovolumen gris apagaba el motor en el mismo momento en que Jimin se quedaba petrificado. De su interior salió un hombre decidido, firme... Distinto.
—No pienso volver a huir —afirmó, mirándole fijamente.
Yoongi cerró la puerta del coche y caminó con paso resuelto hasta la cabaña, esquivó al hombre que lo observaba inmóvil en el porche y atravesó la puerta sin molestarse en volverse para ver si él lo seguía.
—Yoongi...
—No digas ni una sola palabra más.
Jimin calló. Lo vio dirigirse con pasos firmes a la mesa y empujarla hasta dejarla pegada a un rincón. Luego se dirigió al aparador y buscó en su interior hasta dar con lo que quería: la lámpara que habían usado aquella vez. La colocó sobre la mesa y la encendió. Una potente luz iluminó cada rincón de la estancia y, entonces, Yoongi le miró.
Jimin lo observó en silencio. Esperó nervioso, impaciente y asustado, cuál sería su siguiente movimiento. Yoongi miró hacia arriba y detuvo sus ojos en las cuerdas que colgaban, como serpientes, del techo.
—Las quitaré ahora —susurró Jimin.
—No. Colócate debajo de ellas.
Jimin obedeció. Se mantuvo inmóvil mientras Yoongi ataba una cuerda en cada una de sus muñecas. Cerró los ojos cuando su aroma impregnó cada uno de los poros de su propia piel. Sintió que todo su cuerpo respondía a esa fragancia, tensándose, anticipándose al placer de tocarlo, de ser tocado.
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Sueños Ardientes De Verano
FanfictionAdéntrate a esos días de verano en una solitaria cabaña en medio de la nada... JIMSU MPREG