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TU VIDA ESTA EN MADRID, LAMÍA NO

Hay quien piensa que el juego sucio es antideportivo. Jimin no.

Jimin estaba convencido de que el juego sucio era algo bueno: siempre y cuando jugara a su favor.

Mombeltrán, viernes 3 de septiembre.

El pueblo se preparaba para el último «fin de semana del verano», no porque fuera el último, que no lo era, sino porque ese domingo la población disminuiría drásticamente hasta volver a ser la que era normalmente en invierno. «Los Lee» acudirían en masa a buscar a sus esposas, esposos e hijos para llevarlos de vuelta a sus ciudades de origen, los abuelos se despedirían de hijos y nietos hasta el siguiente puente, y los adolescentes, enfurruñados con sus progenitores, dirían adiós a los amigos con los que tan bien se lo habían pasado.

El pueblo entero era un hervidero de preparativos; maletas a medio hacer, familias ultimando las barbacoas y meriendas con las que se despedirían los foráneos de los visitantes, todos entristecidos por la inminente partida de sus seres queridos.

¿Todos?

No. Todos no. Un hombre —un tipo mandón, gruñón y, por qué no decirlo, algo desesperado— estaba tejiendo una red de sueños en la que pescar a su... ¿Sirena? Sireno... ¿Tritón? Lo que fuera.

—No apagues el motor —fue la apasionada bienvenida que recibió Yoongi cuando, tras aguantar varias horas de caravana en la carretera de Extremadura, aparcó el coche frente a la casa de Jimin.

— ¿Qué?

—Quiero enseñarte algo. Sube por Cárdenas y luego tira por Parrancano... —dijo Jimin montándose en el asiento del copiloto.

— ¿Por dónde?

—Por Cárdenas. —Ante la mirada estupefacta de Yoongi, decidió explicarse un poco mejor— Vamos a Pajaranca, en el otro extremo del pueblo... —especificó con énfasis al ver que él seguía sin meter primera. — Ya sabes, como si fueras hacia Cuevas.

—Ah. —Yoongi comprendió por fin hacia qué parte del planeta se dirigían.

Metió primera y enfiló directo por la calle principal del pueblo, ignorando todas las (acertadas) instrucciones de Jimin. Quince minutos después, diez más de los que hubieran tardado si hubiera hecho caso a las indicaciones, aparcó frente a una enorme casa de una sola planta.

— ¿Me lo vas a contar ya? —dijo Yoongi bajando del coche. Durante todo el trayecto había preguntado a Jimin qué era lo que quería enseñarle con tanta impaciencia y éste sólo había sonreído, una y otra vez.

—No.

— ¿No? —Yoongi se apoyó en el capo; cruzó los brazos sobre el pecho, dispuesto a no dar un solo paso hasta averiguar qué pasaba.

—Te lo voy a enseñar —declaró acercándose a él, abrazándolo y dándole un beso que hizo que los dedos de sus pies se encogieran dentro de sus sandalias. — Aún está a medias, pero más o menos puedes hacerte una idea —afirmó, extendiendo los brazos ante la casa.

— ¿Una idea sobre qué?

—Ven.

Asió su mano y lo guió hasta el interior del edificio. Yoongi lo observó atentamente, era grande, muy grande. La fachada estaba recién pintada, o al menos así lo parecía por el blanco impoluto de los muros.

— ¿Qué te parece? —preguntó Jimin balanceándose sobre los talones.

—Eh... muy bonita.

—Espera a verla por dentro —afirmó entusiasmado, abriendo a puerta.

Yoongi parpadeó confuso cuando Jimin pulsó el interruptor de la luz y la casa cobró vida.

Sueños Ardientes De VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora