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HOMBRE O AVESTRUZ

Yoongi se quedó petrificado al ver que él entraba en la cabaña pero no cerraba la puerta.


— ¿Qué coño significa esto? — Susurró para sí— No seas idiota, sabes bien lo que significa. Te está invitando a entrar. Lo que no tienes tan claro es si vas a aceptar la invitación.

Dio un paso. Dudó. Miró a su alrededor. Los caballos en el cercado, los árboles rodeando el claro, el sol alto en el cielo. No había nadie más. Nadie que pudiera verlo e ir con el cuento al pueblo. Y el desconocido, por ahora, había sido discreto.

Excepcionalmente discreto.

Había pasado una semana desde su primer encuentro. Una semana de calor sofocante, noches ardientes, sábanas empapadas en pasión insatisfecha y sueños oscuros con un hombre sin cara.

Un hombre que hacía escasos segundos se estaba masturbando frente a él sin ningún pudor, pensó, sintiendo su estómago contraerse.

Vestido sólo con los vaqueros, acariciándose lentamente el pene con una mano y los testículos con la otra, sentado indolente mientras impulsaba con un pie desnudo la mecedora de madera; era la imagen más erótica que había visto en su vida.

Se mordió los labios al sentir su pene palpitar. Se estaba excitando con sólo pensarlo.

¡Mentira! Estaba excitado desde el segundo exacto en que había decidido acudir al claro. ¡Mentira de nuevo! Llevaba excitado desde el momento en que el desconocido lo había inmovilizado contra la cerca, hacía ya seis días con sus noches.

«¿Pero qué coño me pasa? —pensó, enfadado—. ¿Me falta un tornillo, o qué?»

No le iban esa clase de jueguecitos peligrosos y desconocidos; inmovilización, aceptación, ¿sumisión? ¡No! Él no era de esos. O tal vez sí... Sí con el hombre adecuado, aunque no tuviera ni idea de quién era, aunque no le hubiera visto el rostro. Un hombre alto, moreno y con un miembro que su mano no abarcaba por completo cuando se masturbaba.

Sintió humedad entre sus piernas al recordar. Y no era sudor.

Se alegró de llevar un fresco short, si se hubiera puesto los pantalones de lino como pensó al principio, ahora mismo estarían empapados. Observó dudoso la puerta abierta de la cabaña, la excitante invitación no pronunciada.

¿Qué debía hacer? No. Esa no era la pregunta apropiada.

¿Qué quería hacer? Entrar en la cabaña. Sin dudarlo.

Dio un paso.

¿Quién era el desconocido? Ni idea.

¿Era peligroso? No, imposible.

¿Por qué no? Porque no había sentido miedo estando entre sus brazos. Porque hubiera podido hacerle cualquier cosa y sólo le había dado placer. El aura que le rodeaba era dominante, salvaje y, por alguna razón, sentía que podía confiar en él.

¿Quién es él? Se preguntó de nuevo. Seguro que era un hombre normal y corriente, un tipo simpático y puede que incluso tímido en la vida real.

¿Por qué no? Siendo sincero, él tampoco era tan atrevido ni desvergonzado en la vida real. Pero ahí, en ese claro del bosque...

Todas las personas tenían una cara oculta. Una cara que sólo mostraban en ciertos momentos. En ciertos juegos. Y esto no era más que un juego, ¿verdad? Un juego excitante y prohibido, pero un juego al fin y al cabo.

Comenzó a caminar con seguridad hacia la puerta de la cabaña. Cuando estuvo a pocos metros, se detuvo.

Estaba seguro de que conocía al hombre misterioso. El susurro de su voz levantaba ecos en su memoria, pero no lograba ligar la voz con una cara conocida. No podía saber si era alguien cercano a él.

Sueños Ardientes De VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora