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ESTO NO ES UN SUEÑO ES UNA PESADILLA

Eran casi las once de la noche cuando tomaron la última curva de la carretera y el pueblo apareció ante ellos. Yoongi observó indolente el paisaje que se mostraba ante sus ojos; el castillo en lo alto de la loma, el parque de La Soledad justo por debajo, el campanario de la iglesia casi tocando el cielo, las casas de paredes encaladas y tejados a dos aguas, las calles estrechas de aceras casi inexistentes. Desvió la mirada a su izquierda, Jimin aferraba el volante del 4x4 con una mano mientras mantenía la otra apoyada en el hueco de la ventanilla, dando golpes en la chapa del coche al ritmo de la canción que sonaba en la radio; o al menos intentándolo, entre sus muchas virtudes no se encontraba el sentido del ritmo. De vez en cuando giraba la cabeza y lo miraba con una sonrisa que iluminaba su semblante. Era en esos momentos cuando Yoongi sentía que no estaba loco. Al menos no del todo. Inspiró profundamente y volvió a dirigir la mirada al frente.

Durante horas Jimin se había dedicado a refutar todas y cada una de sus «condiciones», como él daba en llamarlas. Había argumentado, soslayado, exigido y ordenado y, al final se había salido con la suya. Visto en perspectiva, Yoongi no podía creerse que hubiera cedido con tanta facilidad, pero le fue imposible resistirse.

En la mayoría de las novelas que leía, cada vez que el protagonista masculino quería algo y la protagonista femenina se negaba, bastaba con que el «príncipe azul» le hiciera un par de caricias, le diera unos cuantos besos, algo de sexo y, listo, la prota cedía, arrobada por la pasión. Lo cual demostraba que Jimin no era, en absoluto, un príncipe azul; aunque él tampoco era una doncella, ni cerca de serlo.

Él se había mantenido sentado a su lado, sin tocarlo a pesar de la palpitante erección que al principio decoraba su regazo, y Yoongi quedó tan asombrado que no pudo menos que escucharle.

No había ido a negociar ni a intentar llevarlo a su terreno. En absoluto. Había ido a ofrecerle dos alternativas: o iba al pueblo, o él iba a Madrid. Y le daba absolutamente igual si estaba conforme o no, si le parecía bien o mal, o si eso entraba dentro de sus planes. Sí o sí. Y de nada habían servido las amenazas. Él mismo se había encargado de demostrar que podía conseguir las llaves de la casa sin el más mínimo problema; al fin y al cabo Hoseok estaba de su parte y, contra eso, aparte de desheredar a su niño, poco podía hacer.

Discutió hasta quedar afónico, gritó, le increpó y se enfadó y la respuesta de Jimin siempre fue la misma. Él podía hacer lo que le diera la real gana, que Jimin haría lo mismo. Y lo que le daba la real gana a Jimin, era pasar su tiempo libre con él. Lo quisiera Yoongi o no. Y al fin y al cabo, sí quería. Y cuando Jimin obtuvo su conformidad, no se lo pensó dos veces; no hubo besos, caricias o arrumacos, sólo una simple pregunta:

— ¿Quieres que nos acerquemos a ver a Hoseok?

Y qué narices... sí quería. Así que se levantó, se vistió, metió un poco de ropa en una bolsa de deportes y marcharon en dirección al pueblo.

Y ahí estaba ahora, a punto de llegar a la casa de Eli, acompañado por Jimin y con las cosas nada, pero que nada claras.

Dejaron atrás el mirador de la Cruz del Rollo, bajaron por la calle principal y dejaron a un lado El Corralillo de los Leones y la casa de Eli.

—Ey, te has pasado el Corralillo —avisó, mirando hacia atrás.

—Ya lo sé —contestó él con suficiencia. Llevaba viviendo allí toda su vida, sabía perfectamente dónde estaba cada lugar.

—Vale. ¿Vamos directos a la Soledad? —pregunto al ver que dejaban atrás el portal de Eli.

—No.

— ¿Adónde vamos? —Las casas del pueblo se fueron espaciando al desviarse de la calle principal y tomar uno de los caminos que llevaban a las afueras.

Sueños Ardientes De VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora