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NO ME GUSTAN ESOS JUEGOS

Hacías años que Jimin no se daba tanta prisa en descargar y colocar las cajas en las neveras de la cooperativa. Ese viernes parecía tener alas en los tobillos y trompetas en los pulmones, porque si sus pies volaban, sus gritos directamente aterrorizaban.

—Hoseok, esas cajas ahí. Manguera, las tuyas al tercer pasillo, Kwang ¡trae la jodida carretilla de una puñetera vez! —gritaba sin parar de sacar cajas del 4x4.

— ¿Qué coño le pasa a tu tío? —Susurró el Manguera— Aún quedan un par de horas para el cierre.

—Yoongi llega esta tarde —murmuró Hoseok, mirando por encima del hombro las idas y venidas de Jimin.

—Ah...

Era el cuarto y último viaje que Jimin hacía a la cooperativa. En el primero fue con Hoseok en el coche, hasta los topes de cajas, descargó y dejó allí a su sobrino a cargo de todo; bajó de nuevo al pueblo, volvió a cargar y regresó con El Manguera; dejó allí a los dos muchachos y repitió todo el proceso esa vez con Kwang. El último viaje lo había hecho solo. Ahora solo le quedaba acabar de colocar cada caja en su sitio, apuntar los pesos, ajustar los precios, llevar a cada muchacho a su casa y regresar por fin a su hogar.

Se frotó los ojos. El sudor le corría por la frente, los brazos le temblaban agotados por el esfuerzo y las piernas le dolían como si tuviera alfileres clavados en cada músculo. Al fin y al cabo llevaban toda la semana recogiendo higos y cada día habían llevado a cabo la misma tarea. Se levantaban antes del amanecer, recogían los frutos, comían todos en casa de Eli, seleccionaban, colocaban y hacían entre tres y cuatro viajes a la cooperativa. Solían acabar alrededor de las ocho y media de la tarde; ese día eran las seis y, si todo iba según sus planes, habrían acabado antes de las siete. Agotador, sí. Apresurado, también. Necesario, sin lugar a dudas. Yoongi había llamado para decir que llegaría sobre las siete y él quería estar allí para recibirlo. Nada podría impedírselo.

Cuando por fin regresó a casa, faltaban quince minutos para las siete. Subió corriendo las escaleras y se metió en la ducha sin esperar a que el agua comenzara a calentarse. Necesitaba quitarse toda la roña del cuerpo.

A las siete y cinco estaba de pie en el porche, esperándolo. Un minuto después Eli apareció a su lado empujando una mecedora.

—Siéntate hijo, Yoongi aún tardará un poco en llegar.

—Ha dicho a las siete —indicó Jimin, terco.

—Sí, lo ha dicho, pero hoy es viernes. Seguramente encontrará caravana a estas horas y además, Yoongi nunca se ha destacado por su puntualidad ni rapidez en los viajes. —Jimin suspiró, miró a su padre y optó por sentarse. Un poco de reposo vendría bien a su castigado cuerpo.

Dos minutos más tarde estaba roncando sonoramente. Así fue como lo encontró Yoongi, casi una hora después.

Eran cerca de las ocho cuando aparcó el coche en el camino de acceso. Su hijo, que hasta ese momento había estado jugando a la PSP tirado en una toalla sobre la hierba, se acercó a él, le dio un par de besos y le preguntó en voz baja qué tal había ido la semana.

Jimin abrió los ojos al oír los murmullos. Se levantó de la mecedora, se estiró haciendo crujir las vértebras del cuello y caminó hacia ellos. Yoongi estaba precioso, con una camiseta blanca con un osito estampado en el centro y unos shorts azules, el pelo revuelto y los pies calzados con unas bambas blancas. Su apariencia distaba mucho de ser provocativo o sensual, pero aun así no pudo evitar tensar la parte delantera de sus pantalones cuando giró la cabeza hacia él y le sonrió.

Yoongi le observó, estaba descalzo y sin camiseta; sólo llevaba puestos unos vaqueros cortados a hachazos, o al menos eso parecía dado el aspecto deshilachado e irregular de las perneras. En sus piernas morenas destacaba cada músculo mientras que sus abdominales apenas se insinuaban; el cabello, revuelto como si hubiera salido de la ducha sin molestarse en peinarse, y la barba del día le daban un aspecto descuidado y muy, muy sexy. Sintió que la garganta se le cerraba y la lengua se le pegaba al paladar por las ganas de saborear su piel. Le saludó con un tímido «hola». Jimin no fue tan comedido, lo abrazó por la cintura y le devoró la boca con un beso que hizo que Hoseok se diera la vuelta, colorado como un tomate, y que Eli, que los observaba desde la puerta, sonriera satisfecho.

Sueños Ardientes De VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora