¿Qué hacemos ahora?

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Relato corto.

Parte 1.

¿Qué hacemos ahora?

Fiesta, alcohol, luces, música, gente.
Cómo echaba de menos esto.
Tras más de tres años sin salir, sin pisar una discoteca, por fin hoy, 3 de julio, Hugo Cobo vuelve a salir.
Hace exactamente 3 años y siete meses, mi vida se detuvo, para darse la vuelta, para ya nunca volver a ser la misma.
Tuve un accidente, fue mi culpa y yo fui quien peores consecuencias tuvo.
Me quedé en una silla de ruedas, sin saber si algún día iba a poder ponerme en pie de nuevo.
Durante días, semanas, estuve sin querer ver a nadie, estaba enfadado conmigo mismo, todo habia sido mi culpa.
Yo no pasaba por un buen momento, drogas, alcohol y un coche no son una buena mezcla.

Tres años y siete meses después, puedo aguantar en pie más de cinco minutos, puedo andar, correr, saltar y bailar como lo hacía antes.
Mucho esfuerzo, que ahora siento que ha valido a pena.

Camino hasta la barra para pedirle al camarero la primera copa de esa noche. No tengo que conducir después, mi casa está a pocos metros de aquí, un paseo nocturno me vendrá muy bien para despejar el alcohol que hoy pienso acumular en mi cuerpo.
Es una celebración.
Mi vuelta.

Mi teléfono vibra en mi bolsillo, mientras le doy el primer sorbo al vaso largo, miro la pantalla. Un mensaje de mi madre parpadea.

"No vuelvas tarde, ya ha llegado tu hermano con su amiga."

Tecleo lo más rápido que puedo solo con una mano libre.

"Estaré allí pronto."

No voy a cumplir eso, no planeo estar temprano en mi casa. Voy a ser la última persona que salga de esta discoteca esta noche.
Hoy llegaba mi hermano con su amiga, lleva un año estudiando fuera de casa, es mayor que yo y el "responsable" de los dos.
Trae a una compañera de clase con él para pasar el verano. Y como es él, mis padres le dan permiso para todo.
También es que Tomás, se ha ganado todo eso a pulso.
Nunca bebió.
Nunca fumó.
Nunca se drogó.
Ni un solo disgusto a nuestros padres.
El hijo perfecto.

Yo, Hugo, como la oveja descarriada de la familia, tengo que cumplir también con mi papel.
Una mano se pasea por mi hombro, giro la cabeza para encontrarme con la última persona que pretendía ver esta noche.

-Mira a quién tenemos aquí.
-¿Qué quieres? -La chica arrebata el vaso de mi mano, para beber de la copa que debería ser solo mía. La miro de arriba abajo, con cara de pocos amigos. Es increíble como alguien a quien te gustaba mirar, ahora detestas hacerlo.- Aurora.
-No cambias de bebida.
-Vete.
-Tu mal humor tampoco ha cambiado. -Pasa su mano por el cuello de mi camisa. La aparto sin ser brusco.-
-Déjame en paz.
-Me alegro de verte recuperado.
-Gracias, pero no me ayudaste a estarlo.

Me separo de la barra, camino hasta casi la otra punta del local.
Aurora era mi pareja en el momento en el que tuve el accidente.
Me dejó.
Cuando me dijeron que no sabrían si podría andar, me dejó.
Supongo que nadie quiere estar con un paralítico. Desde luego ella no quería.

Me dedico a mirar a la gente bailar en la pista. Han pasado minutos o quizás horas, en las que el vaso ha sido sustituido por otros dos.
Sonrío sin poder evitarlo al fijar mi mirada en una chica. Se mueve al compás de la música, no baila con nadie pero baila con todos a la vez.

Hay gente que dice que cuando te miran fijamente, sientes que te están mirando.
Y quizá sea verdad, porque la chica gira la cabeza y clava sus ojos en los míos.
Son de un azul precioso, incluso a esa distancia y con las luces que cambian de color, puedo distinguirlo.
El cruce de miradas se mantiene, ninguno de los dos aparta sus ojos del otro. Un escalofrío me recorre el cuerpo por la columna vertebral. Agarro mi vaso y de un trago acabó con el líquido que quedaba ahí. Lo dejo encima de una mesa redonda donde ya no caben más vasos vacíos y me dirijo hacia ella.

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