Un candado.

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Quizá no fue el candado, ni la tabla pintada, ni siquiera escuchar el romper de las olas en su propio mar, no fue sentir el viento en la cara, ni el olor a sal, no fue el crujir bajo mis pies, ni nada tangible que pudiese tocar lo que me hizo perderme en divagaciones durante lo que quedó de día.

No fue nada de eso.
Fui yo.
Solo yo.

Yo y mi maldita cabeza que se empeña en resaltar cada detalle que puede ser insignificante para que mi corazón salte y en cada salto duela un poquito más.
Porque nada tenía que ver las letras que pronto me llamaron la atención pintadas de negro sobre la tabla de madera al final del puente conmigo, sin embargo me hicieron detenerme para agachar la cabeza y leerlas.
Inclinarme para hacerles una foto.
Imaginar a esa persona sonriendo al escribirlas, con los ojos brillantes, embriagado por ese momento de adrenalina por hacer algo que no debería pero que sentía que tenía que hacerlo, un momento para dejar grabado en el suelo un mensaje de amor hacia su pareja.

La tinta no se ha borrado, permanece negra como el primer día, ¿Y ellos? ¿Permanecerán como el día que uno quiso grabar un poco de su historia ahí?

Es una promesa grabada para siempre, que de alguna forma siempre va a vivir ahí.

"Cuándo este puente se caiga nuestro amor dejará de existir.
Te amo a pesar de todo lo que hemos pasado tanto bueno como malo.
Espero que sigamos viviendo más momentos.
Gracias por aparecer en mi vida.
Te amo Andrés.
Juntos siempre.

Noelia."

Ahí, para que todos lo vean, para que todos lo lean, para que todos se imaginen a ese Andrés y esa Noelia.
Para que todos sonrían al leerlos.

Dejé que mis dedos tocasen la tabla frente a mis pies, un pinchazo en el estómago me hizo levantarme para dejar de imaginar a esos dos posibles adolescentes, con las hormonas revolucionadas creyendo en el amor eterno.

Mi mirada buscó rápidamente las barandillas, el reflejo de los candados parecían que me llamaban.
Otras promesas con intenciones de ser eternas.
Y estas expresadas sin palabras.

Me acerqué para mirar como algunos candados estaban oxidados, fruto del tiempo que llevarían puestos ahí, cerrados y con la llave en el fondo del mar que seguía rompiendo las olas bajo el puente.

Sentí un escalofrío al tocarlos, sentí que historias que no me pertenecían estaban vivas ahí, y me dio miedo.
Miedo porque hace tiempo que a mí esas historias me dolían, lo siguen haciendo.
No quise volver atrás, pero era tarde para parar mi cabeza.

Nos vi, nos vi delante de un puente con un candado y nuestras iniciales, tirando la llave al mar y sonriendo como tontos.
Eso nunca pasó.
Nos vi escribiendo nuestros nombres en un árbol.
Eso nunca pasó.
Nos vi dejando letras de amor en tablas en el suelo.
Eso nunca pasó.

Lo fuimos todo, y nos quedamos sin nada.

Fuimos tantas cosas que no hay una calle de Madrid que no me traiga un recuerdo juntos.
No hay una estrella que no encierre un pedazo de nuestra historia.
Recuerdo las noches frente a la ventana o tirados en el jardín, contando las estrellas y dejando en cada una un momento único.

"-Se ven muchas estrellas. -Lo miro sonriendo sin saber que lo estaba haciendo, tiene ese efecto en , hacerme sonreír.- En Madrid no hay tantas.
-No se ven, contaminación lumínica se llama.
-Vaya mierda.

Gira su cabeza para encontrarse con la mía, para rozar nuestras narices y hacerme estremecer. Casi dos años y sigue produciéndome el mismo cosquilleo que sentí cuando lo vi por primera vez.

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