Los restos. Final.

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Relato corto.

Los restos.

Parte 2. Final.

Martes, 10 de Mayo, 2022.

Tres días después de la boda, y aún no he sido capaz de encender el teléfono.
He evitado las noticias, solo he estado encerrado en mi habitación en casa de mi madre, jugando con Sulli, envuelto en las sábanas de la cama sin hablar con nadie y rehuyendo a las preguntas de mi madre.

Hace horas que las lágrimas dejaron de brotar de mis ojos, hace horas que se secaron, que mis ojos perdieron la capacidad de crearlas.
Innumerables suspiros se han perdido entre estas cuatro paredes, demasiados llantos contenidos que ahora se marcan en mis ojeras.

Me encuentro cansado, agotado, sin fuerzas. No consigo dormir más de cinco horas seguidas.
Mi imaginación juega conmigo, creando la imagen que mis ojos se negaron a ver el sábado.
Esa imagen por la que me fui corriendo, Eva dando el "sí quiero" frente a otro chico.

El pulso se me acelera, me despierto sobresaltado, nervioso y de nuevo con los ojos a punto de estallar.
Luego me es casi imposible volver a cerrarlos, volver a quedarme dormido.
He compuesto bastante estos tres días, cada letra más deprimente que la anterior pero todas con una misma inspiración, ella.

Tres toques en la puerta de mi habitación me hacen saber que es mi madre quien está al otro lado.
Su cabeza rubia aparece detrás de la madera. Sulli salta de la mesa del escritorio para ronronear alrededor de sus piernas.

-¿Puedo pasar?
-No quiero hablar, mamá. -Pero esta vez no es tan fácil, como si le hablase a la pared, mi madre entra en la habitación y se aproxima a la cama donde me encuentro echo una bola.-
-Llevas así tres días. ¿Cuánto tiempo piensas en no hablar?
-De verdad que no tengo ganas. -Se sienta en un pequeño hueco que mi cuerpo deja sin ocupar.-
-Estoy preocupada, Hugo. - Suspiro, haciendo que el gesto de su cara se torne en una preocupación más notoria.-
-Se ha casado con otro. ¿Cómo quieres que esté? ¿Bailando? No puedo hacer eso, solo quiero esconderme aquí.
-¿Y tu teléfono?
-En la guantera del coche.
-¿No has hablado con ninguno de tus amigos? -Niego con la cabeza y saca el suyo del bolsillo.- Me han preguntado mucho por ti. - Busca una conversación en especial.- Eva también. -Gira la pantalla pero escondo mi cabeza en la almohada. No quiero ver que se preocupa por mí, no me ayuda a olvidarla, a hacerme a la idea de que ahora está de viaje con otro, casada y planteando un futuro con él.-
-No quiero verlo mamá, no me hace bien.
-Está preocupada.
-¿Puedes no hablarme de ella? Si tengo el teléfono apagado es para que nadie me hable de Eva, para que no me traten del pobrecito que no la puede olvidar y le llora cuando ella se ha casado con otro.
-Hugo, creo que deberías...
-¡Nada!

Me levanto de la cama, con unos pantalones de chándal, una camiseta y los calcetines. Cojo los zapatos y salgo de mi habitación y mi casa dando un golpe fuerte a la puerta al cerrarla detrás de mí.

No quiero consejos, no quiero la pena, no quiero que me miren con lástima. Me pongo los zapatos en el portal y camino hasta perderme por las calles de la ciudad.
El recuerdo de más veces que los dos las hemos recorrido me abruma, viene a mí para recordarme que todos los lugares, van a traerla de vuelta a mi cabeza.

Suspiro mientras camino y me alejo de la ciudad y las miradas indiscretas de todos aquellos que me han reconocido.

Llego al puente, donde también estuve con ella, bajo por el camino para sentarme justamente debajo, escondido de todos.
Pensando en lo poco que queda de nosotros.

Solo los restos de algo que pudo ser eterno, perfecto, pero que entre los dos lo cortamos por la mitad y lo tiramos a la basura.
No supimos reconstruir los pedazos de un amor que se volvió frágil y acabamos estrellándolo contra la pared que eran nuestros errores.

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