Los restos.

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Relato corto.

Los restos.

Parte 1.

Sábado, 7 de Mayo de 2022.

Miro en mi reloj la hora, las 17:40h se muestra en esfera.
Cada vez el tiempo pasa más rápido, cuando a mi me gustaría detenerlo.
Estoy sentado en una iglesia, yo que no me cuento por creyente, donde de momento no hay nadie más.
El banco de madera oscura sostiene mi cuerpo, que me pide salir corriendo.

El nudo de la corbata me aprieta, me asfixia e intento aflojarlo con mi mano derecha, esa que apenas puede no temblar.
No estoy preparado para esto, no hoy.
Necesito salir corriendo, no presenciar lo que dentro de unos minutos va a pasar.

El aire cargado de tristeza se escapa de mis pulmones, invadiendo el oxígeno de este lugar sagrado que para mí se está convirtiendo en el mismísimo infierno.

La iglesia es enorme y yo me siento muy pequeño, perdido y con ganas de llorar debajo de las sábanas de mi cama, esa cama que se burla de mí desde que ella se fue.

Desde que la dejé ir, desde que sin saberlo estaba dejando marchar lo que quería en mi vida para siempre.
Ese dicho de "nunca es tarde" es una vil mentira, una excusa inventada para hacernos sentir bien.

Para mí, para nosotros, si se hizo tarde. Se cerró el telón de nuestra función, se apagaron las velas que nos acompañaban en las noches de lluvias.
Soplamos hasta quedarnos sin aliento en lugar de besarnos hasta quedarnos sin fuerzas.

Y ahora, aquí estoy, pidiendo en lo más profundo de mí un milagro para no verte ir siempre de otra mano que no sea la mía.

De nada sirvieron las caricias a escondidas, los abrazos furtivos, las escapadas y desconexiones que tanta vida nos dieron cuando esa vida no es la que vamos a vivir juntos mientras se nos arruga la piel.

Puede que él, si sepa valorar los consejos que yo no supe escuchar, quizás él sí es capaz de hacerte feliz, de darte aquello que yo, pobre imbécil, no supe hacerlo.
Me pongo en pie mientras que me siento observado por todas las imágenes religiosas que hay aquí dentro.
Todo adornado con flores y lazos.
Camino hasta el altar, ese donde dentro de unos minutos, ella jurará amor eterno a alguien más.

Esa persona se quedará con ella y a la vez con una parte de mí, esa que solo Eva hacía florecer, esa que solo ella sabía sacar a flote.
Se quedará con la chica y con mis sonrisas, con mi alegría e ilusión.
Se quedará con el color de mi vida, dejándome viviendo entre nubes grises y tormentas, y no de las pasajeras en verano.
Un huracán constante del que no veo la salida.

-Hugo. -La mano de mi amigo se apoya en mi hombro. No lo he escuchado llegar, mi cabeza no era capaz de avisarme de nada mientras recorría por última los recuerdos de su piel.- ¿Cómo estás?
-Jodido. -No me giro, no dejo que vea como ese color verde de mis ojos se apaga y se empaña.-
-Ya casi es la hora. -Cojo aire, como si eso me ayudase a estar vivo.-
-Lo sé. -Agacho la cabeza para observar los estúpidos zapatos negros que me hacen juego con el traje del mismo color. Más que a una boda, siento que voy directo a un funeral. Y lo peor es que de alguna manera es así, es el fin de alguna mísera esperanza que me quedaba.- Ahora salgo.

Bruno no está convencido de mis palabras. Pero sus pasos lo llevan lejos de mí.
Yo sin embargo, me acerco al teclado que han traído para tocar durante la boda.
Me siento en el pequeño taburete y lo entiendo.
Mis dedos rozan las teclas, apenas me he aprendido un par de canciones, pero la que mis dedos quieren tocar la conozco de memoria.

Cierro los ojos, sintiendo las notas salir y clavarse en mi pecho sin ningún cuidado.
Abriendo heridas que realmente nunca estuvieran cerradas.

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