Morirse de amor.

345 39 6
                                    

Morirse de amor.

Relato corto.

Día 3.

Si hay que morir de amor, se muere.
_________________________________

Escucho como la lluvia cae y golpea con fuerza el cristal de la ventana de mi habitación, abro los ojos para comprobar que la he cerrado bien y vuelvo a dejar que mi cara se hinda en la almohada.
Unos golpes más fuertes me hacen abrir los ojos de nuevo.
Son solo el sonido de la lluvia.

No sé que hora es y no tengo ganas de levantarme, aunque apenas he dormido.
Después de dormir de nuevo con Eva, después de ocho años, ahora no sé dormir solo otra vez.
Tengo que volver a empezar de cero, a olvidar su respiración que hace que me tranquilice, su pelo cayendo por lo brazo, su olor adhierendose a mi piel y su cuerpo abrazo al mío.

Hace dos noches comprendimos que se nos había hecho tarde.
Ambos supimos que nuestro tren ya había salido de la estación y se había perdido en los cruces de raíles, haciéndonos imposible seguirlo y montarnos aunque ya estuviese en marcha.
Pero quizá sí necesitábamos esa noche abrazada que nos faltó ocho años atrás cuando le pedí que se fuese.
Nos faltó sentirnos solo con la piel, sin necesitar esconder en el cuerpo del otro y saber que sería la última.
Poner un punto y final juntos, un último amanecer, una despedida mirándonos sin querer irnos pero sabiendo que es lo que había que hacer.

Me levanté casi sin haber dormido más de diez minutos seguidos, solo quería verla dormir, memorizar aquella imagen que tan borrosa se había ido volviendo con el paso de los años, de un verano que se convertía en otoño, que se oscurecia en invierno y no mejoraba después de primavera.
El tiempo pasaba y a mí se me iban olvidando cosas que se quedaban en un recuerdo lejano que nunca ha dejado de doler, su voz por las mañanas con los ojos aún cerrados, su risa cuando rozaba mi nariz por la piel de su cuello, la calidez de su cuerpo acomodandose al mío para dormir.

Todo se iba y yo no era capaz de retenerlo entre mis dedos, Eva se fue y se llevó consigo una parte de mí que nunca he podido ni querido recuperar.

"Busca a otra tía", "Lo que te hace falta es echar un polvo", "Pasa página", "Olvídala".

Palabras vacías de mentes huecas que sólo querían llenar silencios en los que yo me había sumido.
No necesitaba a nadie más.
Ni siquiera necesitaba a Eva, solo... quería estar junto a ella.

-Deja de doler, por favor...

Mi voz apenas alcanzaba mis oídos amortiguada por la tela de la almohada.
Solo quiero que deje de doler mi pecho, mi estómago, mi cabeza...
Dejar de sentir el hormigueo en mis dedos que la añoran.
He aguantado ocho años, puedo aguantar ocho más, una vida.

No, mentira.
No puedo.
Pero tengo que hacerlo.
Por ella, para que sea feliz.

El sonido de mi teléfono me hace alargar la mano y contestar casi sin mirar en la pantalla de quien se trata.
La voz de Adri al otro lado me hace suspirar y querer colgar casi de inmediato.

-Hugo, necesito un favor. Uno enorme.
-¿Qué pasa?
-Ha llegado una amiga de viaje, el casero le ha dicho que se va a retrasar un par de días con la entrega de llaves y no tiene donde quedarse.
-¿Y a mí que me importa? -Muerdo la almohada, consciente de que no he sonado muy amable.- Perdón, pero... ¿Qué puedo hacer yo?
-Está en Madrid, sola, sin sitio donde quedarse y con las maletas. ¿Podrías acogerla hasta que le den las llaves? Tienes dos habitaciones.
-Adri, quiero estar solo.
-Ya le he mandado tu dirección, llegará enseguida. ¡Gracias!

No me da tiempo a volver a negarme cuando no escucho nada más al otro lado del teléfono.
¡Mierda!
Lo tiro contra el colchón, rebota y cae al suelo.
Suelto un grito de exasperación, porque quiero estar solo, hundirme un poco más en un pozo del que no quiero salir y para luego ponerme la máscara y mostrársela al exterior.

Relatos Cortos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora