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20 horas

Ya no tenía el reloj a la vista, sin embargo, estaba segura de que estaba desperdiciando horas andando por el túnel oscuro. De vez en cuando pasaba un tren y teníamos que pegarnos a la pared para que no nos arrollase. Sin embargo, no encontramos ninguna otra estación por la que salir. La niña me seguía, en una especie de silencio taciturno que no intenté romper. Suficiente tenía con lo mío.

No sabía si estaba perdiendo un tiempo valiosísimo allí abajo, por no hablar del dolor de cabeza, que iba a peor, el de cuello (seguro que estaba durmiendo en mi cama en una postura incomodísima) y el de culo. ¿Me había caído de la cama? Un escalofrío me recorrió cuando pensé en aquello.

Ni siquiera podía recordar dónde vivía ni cómo era mi habitación. ¿Seguía en un internado? No, algo me decía que no era así, aunque no podía recordarlo. ¡Era tan frustrante! También estaba segura de que era la primera vez que era consciente de que tenía una pesadilla. Pero ¿qué otra explicación podía haber? ¡Aquello carecía de sentido lógico!

―¿Sabes dónde está la salida? ―pregunté a la niña, rindiéndome.

Para colmo, el peor dolor de todos, empezaba a centrarse en mis pies. Iba descalza, con unos calcetines que antes habían sido blancos. Trataba de pisar a un lado, donde había cemento y no piedras, pero alguna se me clavaba y veía las estrellas.

―Ah, ¿estás buscando la salida? ―me preguntó como si tal cosa.

―Claro, ¿dónde crees que vamos si no?

Me mosqueé un poco y la miré mal, sin embargo, ella iba haciendo equilibrios sobre uno de los raíles y ni me miró, parecía de lo más entretenida. De pronto no parecía una niña aterrada. ¿Por qué estaba protegiendo a una niña siniestra en una pesadilla? Quizá hubiera sido más lógico seguir por mi cuenta.

―Pensé que te gustaba estar aquí abajo... ―dijo burlona―. Como no te da... miedo.

Soltó una carcajada, pero tuvo que parar cuando otro tren se acercó haciendo mucho ruido. Se pegó a la pared a la vez que lo hice yo. Sin embargo, esta vez el tren paró un poco más allá, casi en seco.

―Tu salida ―me dijo, señalando el tren.

Lo miré un momento, mientras se abría una puerta trasera. Volví a mirar a la niña, pero ya no estaba a mi lado. Suspiré y fui hacia el tren, convenciéndome de que no tenía que preocuparme por ella. Solo era una pesadilla. Por el mismo motivo, tampoco merecía la pena tener miedo.

Subí al tren y tras de mí se cerró la puerta con brusquedad, haciéndome gritar. Una cosa era pretender no tener miedo y otra no tenerlo de verdad. Era difícil. El tren arrancó conmigo dentro. Sin embargo, traté de convencerme de que, si andaba, era porque había un maquinista. Y porque llegaría a una estación. Quizá el conductor pudiera ayudarme a salir del metro.

Las vías del tren habían estado tenuemente iluminadas por luces de emergencia, pero lo prefería a las luces parpadeantes de los vagones. Casi esperaba que, cada vez que volvían a encenderse, hubiera algo aterrador conmigo, pero no pasó.

Pensé que aquel tren tampoco tendría final, como las vías o la torre. Solo esperaba no acabar colgando de nada, ni cerca de un dragón. Empujé otra puerta para cruzar del vagón justo cuando se apagaba la luz. Me quedé allí plantada unos segundos. ¿Por qué seguía sobresaltándome cada vez que las luces se apagaban?

Esta vez tardó más en volver a encenderse y, cuando lo hizo, estuve a punto de gritar de nuevo. ¿Qué era aquello? No era un vagón normal, había gente con monos de enfermeros que ni me miraron, una camilla sobre la que había una chica tendida e instrumental médico.

Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora