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3 horas

Los piratas insistieron en acercarnos muchísimo a la torre del reloj, metiéndose por un río sinuoso y verduzco que me dio miedo. Al parecer, yo les hacía mucha gracia, y no iba a quejarme, porque el tiempo se acababa y ellos estaban acercándome a mi objetivo.

Solo me quedaban tres horas para llegar. Tres horas exactas y parecía imposible. Tan lejano... Y yo tenía tanto miedo...

Me tuvieron entretenida todo el rato que estuvimos en el barco. Al parecer, les había impresionado mi forma de esquivar y estuve explicándoles los movimientos que Deacon y Sky me habían enseñado. Mi hermano sabía boxear, decía que había aprendido en el ejército. Y Sky sabía defensa personal, y molaba mucho las cosas que podía hacer.

Al caballero se lo llevaron abajo, para darle algo para las heridas, habían dicho. Volvió un rato después, aunque lo único que vi diferente en él, fue su cambio de atuendo. Seguía llevando el «chaleco» de armadura de plata y el yelmo, pero ahora, además de las mangas de licra y los guantes, llevaba unos pantalones muy ajustados con protecciones y unas zapatillas de deporte (aunque la espada seguía colgando de su costado). Parecía a medio camino de un uniforme de algún deporte, aunque no lo reconocí.

Me hubiera gustado que se quitase el yermo, pero cuando Hades salió tras él y se lanzó a mis brazos, se me olvidó aquel detalle. Mi tiró al suelo y me lamió la cara entera. Yo solo pude reírme por su efusividad, devolviéndole las caricias con energía.

Luego nos dejaron en un pequeño puerto y se despidieron con la mano, mientras volvían a alejarse. Oímos la campana de la torre, indicando que eran las tres.

En tres horas, todo acabaría para mí, para bien o para mal. El caballero sujetó mi mano y los tres juntos, con Hades, emprendimos la marcha hacia el palacio.

―Tenemos que darnos prisa ―me dijo―. Nos queda el tiempo justo para llegar, no podemos permitirnos distracciones.

Sin embargo, ni quince minutos después, ya tenía claro que no llegaríamos. Lo que al principio había interpretado como playa tras el embarcadero, ahora era un enorme desierto con suaves dunas y arena fina en la que se me hundía el pie hasta el tobillo cada vez que daba un paso. Y, si miraba sobre mi hombro, aún podía ver el río demasiado cerca, estábamos avanzando muy despacio.

Para colmo, el sol quemaba sobre mi piel y hacía que me doliese cada punto de esta. Me moría de sed, aunque hasta ese momento no había tenido ese tipo de necesidades y los labios se me cuarteaban de forma dolorosa. Los sentía secos y ensangrentados y no podía tocármelos con la lengua siquiera, porque estaba tan áspera que cortaba.

¿Cómo avanzaríamos tres horas por allí y encima rápido para llegar a tiempo? Después de todo lo que había pasado para llegar, no lo conseguiría...

―Tenemos que seguir, milady ―murmuró el caballero, pero parecía tan agónico como yo.

―¿Conocías este lugar? ―pregunté tras tragar saliva de forma frenética varias veces, aunque no encontré ni una gota de líquido en mi boca.

―No, me temo. Nunca he venido tan al norte de mi hogar ―explicó, con la garganta rasposa.

Quise preguntarle cómo sabía entonces que teníamos tiempo para llegar, o cómo lo haríamos, o si lo conseguiríamos, pero antes de que pudiera hacerlo, Hades se plantó delante de mí y empezó a llorar.

―Yo también, chico ―murmuré, acariciando su cabeza.

Suponía lo que le pasaba. Aquel calor debía ser horrible para él, peor por todo el pelo que tenía. Ese tipo de perro lo pasaría mejor en la nieve que en el desierto. Y debía estar sediento.

Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora