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Ashley

Estuve lo que me parecieron horas hablando con la psicóloga. Al menos, esperó hasta que me espabilé del todo y el dolor de mi garganta se convirtió en algo de fondo. Al volver a dormir tuve un sueño de lo más normal que nada tenía que ver con aquel mundo mío. Supe que lo había perdido para siempre. Ya jamás volvería y nunca lo entendería.

Y ni siquiera había recuperado mi voz, pero esta vez me sentí diferente. Ya no tenía esa ansia por hacerlo que me había asolado antes. Entendía lo que había pasado, gracias a la ayuda de la psicóloga, a la que me costó un buen rato convencer de que no había tratado de suicidarme, de que solo era idiota. Era posible que estuviera deprimida y eso me hubiera hecho cometer una temeridad.

¡Pero yo quería vivir! Y acabó creyéndome. Me quitaron las pastillas y redoblaron mi terapia, pero prometió que al día siguiente podría volver a casa.

No me atreví a preguntar por Deacon. No quería volver con mi madre, así que, si mi hermano no iba a verme, iría yo a su casa a suplicar su perdón. Quería volver allí. A nuestra casa. Con él, Sky y Hades. El perro tampoco estaba y me sentí muy desamparada.

Después de que la psicóloga saliera de la habitación me quedé un rato sola. Y no dejé de oír el latido de mi corazón. Alcé las piernas y las abracé contra mi pecho, sentada en la camilla del hospital. Sin duda, iba a empezar a odiar aquellos sitios. Estaba harta de que me ingresasen. Solo quería volver a casa.

La puerta se abrió cuando empezaba a sentirme realmente desesperada y Deacon y Sky entraron casi a la carrera. Traté de dirigirles una sonrisa, pero se me escurrieron las lágrimas sin que me diera cuenta apenas. Mi hermano me apretó con tanta fuerza entre sus brazos que me levantó un poco de la cama y estuve segura de que me habían crujido los huesos. Todos ellos.

Pero no me quejé, era muy agradable. Le devolví el abrazo y me reí un poco. Ni siquiera era consciente de cuánto le había echado de menos. Me soltó y Sky ocupó su lugar. Disfruté de su olor un rato, para sentirme como en casa. ¡Me había sentido tan sola sin ellos!

Cogí el cuaderno en cuanto ambos me soltaron y escribí una disculpa en mayúsculas, muy grande.

«Lo siento».

―No, no, no ―respondió Deacon―. Ni lo sientes ni nada, estás castigada, Ashley. No sé cómo, sin salir o sin pensar más, no sé. Ya veremos.

Le miré con una ceja alzada y Sky hizo lo mismo. Aunque se me escapó una risa, por el alivio de estar a su lado.

«¿Castigada?», escribí, todavía sonriendo. Hasta eso me aliviaba. Significaba que quería que siguiera con ellos, por mí estaba bien. Seguro que les había dado otro susto de muerte. En lo que a mí respectaba, aceptaba el castigo totalmente merecido.

―Sí, se acabó esa mierda de ser adulta. Está claro que no sabes. Así que te lo retiro. A partir de ahora vas a hacerme caso en todo...

«Creí que me mandarías a un internado militar si te desobedecía», le recordé su amenaza de dos años atrás.

―Ya, bueno, no me fío de esos sitios, eres demasiado lista. O demasiado tonta, no sé. Me voy a encargar yo mismo de ti. Así que olvídate de salir, del móvil, de tus amigas y de respirar si yo no te digo lo contrario. Eres estúpida, Ashley, me has dado un susto de muerte.

Volví a señalarle el «lo siento» que había escrito antes y él resopló.

―Al menos moléstate en volver a escribirlo ―me sugirió Sky.

Yo obedecí, más o menos. Volví a escribir a toda prisa y les dejé leer mi mensaje.

«Me he equivocado en todo y la he cagado. Lo siento de verdad, aceptaré el castigo que quieras ponerme, y espero que me dejes volver a casa...».

Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora