Mientras tanto...
Christopher
―Deberías ir a dormir ―me regañó con suavidad Sky.
Dirigí una mirada a Ashley, como un estúpido. Esperaba que en cualquier momento estuviera mirándome, pero no había cambios, claro. Devolví la vista a Sky para negar con la cabeza, sin energías para mucho más.
Llevábamos unas dieciséis horas allí, sin ningún cambio. Miré el sol que asomaba poco a poco entre las nubes, al otro lado de la ventana, desde el sillón que me habían dejado Sky y el hermano de Ashley, Deacon. Ellos estaban en incómodas sillas, pero no habían aceptado mis intentos de cambiarles el sitio.
A mí me daba igual, en realidad. Lo único bueno del sillón es que podía tener la pierna en alto. Me dolía horrores porque me había quitado el sedante horas atrás, pero me daba igual. No quería dormirme, no volvería a dormir hasta que Ashley estuviera bien.
Aquello era mi culpa, yo le había prometido que no la soltaría, pero había fallado y cada vez que la miraba, veía su miedo... Y me dolía demasiado.
Es más, yo le había pedido a su amiga Bonnie que fueran a la fiesta, y todo porque quería ver a Ashley... Porque no tenía valor suficiente para decirle lo que sentía. Podía haberlo hecho cualquier día de los últimos dos meses, pero no tenía agallas.
Y había querido verla en aquella fiesta, pero tampoco había tenido valentía suficiente para invitarla directamente, así que se lo dije a su amiga Bonnie, que pareció encantada de confabular conmigo por su amiga.
Ver a Ashley en la fiesta me aceleró el corazón. El vestido de niña del resplandor debería haber sido aterrador, pero estaba monísima, como siempre. Encantadora. Y me había decidido a decirle lo que sentía por ella de una vez, porque no lo aguantaba más.
Pero apenas nos habíamos saludado cuando el suelo de la granja abandonada se vino abajo. Sujeté su mano a tiempo, aunque caí al suelo al hacerlo. Jamás se me iría de la cabeza su mirada, sus ojos azules tan abiertos, su confianza ciega en mí, suspendida en aquel enorme agujero.
«No me sueltes, por favor», me suplicó, como si yo pudiera hacerlo. «No lo haré, nunca lo haría», respondí yo, y resultó ser una mentira.
Jamás la habría soltado, ni aunque hubiera tenido que sujetarla durante horas hasta perder mi propio brazo. Ella no podía ver el suelo roto de la granja. El peso de la gente que se cayó de la parte superior rompió la madera vieja, cayendo un piso o dos más abajo aún, y ya de por sí las plantas eran altas. Quizá aquello sería como un tercer o un cuarto piso. Y el suelo resultaba tan amenazante... Y sus ojos destilaban tanto miedo, con sus dedos aferrados a los míos...
Traté de subirla, mientras suplicaba en silencio porque alguien se acercase a ayudarnos. No quería que ella viera el miedo que tenía yo, así que no pronuncié palabra, mientras ponía todo mi empeño en elevarla para que pudiera agarrarse al borde, apretando los dientes para no gritar por el esfuerzo...
Entonces, cuando sus dedos estaban a punto de llegar al borde, un crujido a mi espalda me hizo alzar la cabeza un segundo, y un dolor tan intenso como sorpresivo hizo que bajase el brazo. Se me resbaló entonces. Cuando aquella viga cayó sobre mi pierna, fue como si perdiera el sentido un segundo.
Y la solté. Jamás me lo perdonaría.
Tuve que ver cómo se precipitaba al vacío, alejándose de mí. Aterrada. Con los ojos muy abiertos y las manos extendidas en mi dirección.
Estuve seguro de oír el crujido de su cabeza contra el suelo, aunque quizá me lo había imaginado, porque un segundo después, me llegaron los gritos y los llantos de todos a mi alrededor. La casa estaba atestada de gente y todo el mundo parecía herido, aunque hasta ese momento no pude prestarles atención. Yo seguía inmovilizado por la viga y, en algún momento, debí desmayarme de verdad, porque me desperté en la ambulancia, de camino al hospital.
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Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️
AdventureSer un Millerfort puede ir acompañado de dinero y una buena genética, pero Ashley sabe desde pequeña que, además de eso, es una maldición. Olvidada por sus padres en un internado tras otro desde que tiene uso de razón, nunca ha tenido a nadie a su l...