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24 horas

Ashley

Me desperté dolorida. ¿Cómo me había dormido para que me doliese el cuello, la cabeza y el culo? Quizá me había caído de la cama, aunque no podía recordarlo. Ni siquiera me acordaba de haberme ido a dormir, si lo pensaba un segundo.

Abrí un ojo, desconcertada, y no quedé menos extrañada al centrar la vista en el cielo. Era rosa. ¿Por qué el cielo era rosa...? ¿De qué color era el cielo? Rosa seguro que no, algo andaba mal. ¿Dónde me había dormido?

Me froté los ojos y volví a abrirlos. Estaba segura de que el cielo no era así, pero no podía recordar de qué color debía ser. Quizá estaba normal. ¿Por qué me dolía tanto la cabeza? Volví a cerrar los ojos y me quedé tendida unos segundos, esperando que se me pasase, pero como no lo hizo, decidí que era momento de despertarme del todo.

Quizá podía tomar algo para el dolor...

¿Dónde estaba? Parpadeé confusa, mirando la enorme explanada en la que permanecía sentada. Era césped, pero de color blanco y negro. Arranqué una brizna para poder mirarla de cerca. ¿Eran letras? Parecían recortes de periódicos o algo así, sin embargo, estaban unidas al suelo. ¿Cómo podía ser blanco y estar escrito?

Arranqué varias briznas más, tratando de leer algo. Parecían palabras sueltas, fórmulas matemáticas y cosas así. Me recorrió un escalofrío. ¿Aquellos eran mis apuntes? Tenían algo familiar, como si fuera mi letra, aunque no podía recordar de qué era ni, mucho menos, cómo había llegado allí.

Al final, decidí que no iba a averiguar nada sentada, así que me puse de pie. A mi alrededor solo podía ver esa hierba, fundiéndose con el cielo en el horizonte, en todas las direcciones. ¿Cómo se salía de allí? ¿Dónde estaba?

Un golpetazo a mi espalda me hizo girar bruscamente. Un... hombre, se levantó del suelo, sacudiéndose el traje oscuro, como si se pudiera haber manchado con aquella misteriosa hierba. Di un paso atrás cuando alzó la cabeza hacía mí y le vi bajo un sombrero demasiado grande para él.

Era muy bajito, sin embargo, sus orejas, nariz y ojos eran demasiado grandes para su pequeño rostro ovalado. ¿Qué clase de criatura era esa? No parecía una persona. Me miró un momento y me pareció que sus ojos azules se llenaban de lágrimas.

―¿Estás bien? ―pregunté asustada.

―Llegas tarde, no te dará tiempo ―replicó, agitando un brazo en un movimiento muy amplio. Tardé en ver que señalaba algo.

En el horizonte distinguí una torre altísima, tan mal construida, que estaba torcida y parecía estar sujeta solo por filas de ladrillos desiguales en algunos puntos. En lo alto había un reloj que marcaba las seis de la tarde. Las seis en punto.

―¿Dónde llego tarde? ―dudé, desviando la vista de la torre hacia el hombrecillo extraño de nuevo.

Él se quitó el sombrero y se lo colocó delante del pecho en una extraña muestra de respeto, algo anticuada, casi reverencial.

―A tu juicio, por supuesto. Si llegas tarde, te considerarán culpable.

Le miré confusa y luego al reloj.

―Recuerda estar allí antes de veinticuatro horas.

―No lo entiendo ―reconocí―. ¿Por qué...? ―Repitió la reverencia y empezó a caminar de espaldas a mí―. ¡No lo entiendo! ―le grité frustrada―. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? No puedo recordar nada.

Se paró un segundo y dirigió la vista hasta la torre. Luego volvió a mirarme con una sonrisa aterradora que me hizo retroceder un par de pasos.

―Si quieres respuestas, tendrás que ir al palacio. Elige bien, porque algunos no querrán que salgas nunca, chica ―me dijo―. Además, recuerda que el camino es peligroso y está lleno de trampas. Ten cuidado o te quedarás atrapada para siempre...

Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora