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Una semana después

Ashley

Me senté en la cama, frustrada, y quise darme cabezazos contra la pared. Pero, sinceramente, me daba asco tocarla. Miré a la cama de al lado, estaba vacía, pese a que debía ser de madrugada. Aunque no podía confirmarlo porque no me había atrevido a volver a encender mi móvil.

Mi madre se alojaba en un motelucho asqueroso, con dos camas horribles, de las que sobresalían tantos muelles que supe que tendría que ponerme la antitetánica. Basta con decir que el primer día me encontré una cucaracha en el baño y que no me atreví a quitarme las botas de montaña desde entonces.

Y, para colmo, no podía dormir del tirón ni siquiera con las pastillas. ¡Era horrible! Ni dormida conseguía quitarme la sensación de que me escalaban bichos por el cuerpo y, durante el sueño, no dejaba de rascarme, tratando de quitármelos de encima.

Además, aunque el caballero había conseguido llevarme a la entrada del laberinto de piruleta, nunca conseguimos entrar en él. Ya sabía cómo bajar de la torre, provocar al dragón para abrir las celdas, salir sorteando a los guardias y llegar hasta el laberinto, pero siempre me despertaba allí, porque se me acababa el tiempo, por rápido que intentase ir...

Y la vida real ya no era un consuelo de ninguna manera. Sin el móvil, la única persona con la que podía comunicarme era mi madre, y más allá de su alivio al verme al llegar, no habíamos tratado mucho más. Yo no lo ponía fácil, supuse, porque había vuelto al cuaderno y el boli para comunicarme, pero ella tampoco hacía intento de... de nada.

Quizá era mejor así, pero no podía evitar sentirme algo desolada. Sola. Era lo que yo había elegido, pero la falta de contacto con el mundo real empezaba a provocarme secuelas, seguro. Lo único que hacía era dormir. Volver al sueño una y otra vez. Las pastillas no ayudaban a crear un ciclo de día y noche, porque estaba cansada siempre, así que me tumbaba, dormía, y me frustraba por no poder resolver nada.

Mi madre entró en ese momento a la habitación del motelucho que compartíamos y escondió lo que llevaba en las manos tras su espalda. Fruncí un poco el ceño, pero no comenté nada, mientras volvía a tumbarme. No era la primera vez que la veía en una actitud similar. Decía que estaba limpia de drogas, pero estaba segura de que aquello era exactamente eso.

«¿Cuándo nos iremos?», escribí, recogiendo el cuaderno de la mesilla y sin molestarme en levantarme.

―Pronto ―respondió.

Se suponía que tenía billetes de avión, o eso había dicho, pero no parecía capaz de decirme el día exacto en el que nos iríamos.

«¿Qué estamos esperando?», insistí. Moviendo el cuaderno para que me prestase atención, porque parecía tener pocas ganas de charlar. Dejó las cosas que escondía en el cajón de la mesilla, lejos de mí, y se sentó en la cama de frente para descalzarse. Leyó mi mensaje con pocas ganas.

―Bill tiene que mandarnos dinero ―explicó.

Fruncí el ceño sin entenderlo. Me senté para mirarla. ¿Por qué tenía que darnos dinero Bill? Él ya pagaba mi manutención, su dinero me llegaba mensualmente a la cuenta. Sabía que Jade y Deacon se habían encargado personalmente de eso. Y también sabía que no nos daría más dinero voluntariamente. ¿Eso esperábamos? Porque estaba cabreado por la situación, no cedería ni un ápice.

«¿Por qué?», cuestioné.

Me miró un momento, como si se plantease si yo estaba capacitada para saber la verdad. Luego se dejó caer en la cama y supe que no me leería más. Quizá ni respondiese... Suspiré y me tumbé también, sacando otra pastilla del bote que escondía en el bolsillo de mis pantalones incluso cuando me dormía. No me fiaba de ella, estaba segura de que me había quitado alguna. Yo ya me había tomado una esa noche, pero me daba igual, solo quería dormir y huir de aquel mundo a uno donde fuera necesaria. Así que tragué en seco. Empezaba a tener mucha práctica con aquello.

Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora