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Ashley

Las seis en punto.

El reloj de la torre.

Los colores proyectados hacia dentro por el sol del ocaso.

Grité frustrada, con toda la fuerza de mis pulmones. Ya había salido de allí, ¿por qué volvía a estar encerrada?

No me paré a comprobarlo. Empujé el reloj y bajé, no sin esfuerzo. Al menos sabía el camino y tenía la confianza de que ya lo había hecho antes. Era como un frustrante videojuego de los que le gustaban a Taki. Cada vez que conseguía avanzar, volvía al mismo punto. ¡Pero esta vez no había muerto! ¿Por qué volvía a estar en la torre?

Caminé con seguridad hacia la puerta trasera y me metí en la despensa. Era mucho más temprano que la otra vez, no lo tuve en cuenta, y cuando empujé la puerta, me encontré un grupo de mujeres de frente.

―¿Qué haces aquí? ―me preguntó una y me di cuenta de que no me habían reconocido.

―M-me han pedido q-que lleve la cena a los presos ―expliqué como pude.

Se suponía que el caballero estaba en la celda, quizá si aquello funcionaba, podía verle y él me diría como ayudarle.

―¿Y por qué sigues ahí parada? ¿Acaso eres tonta?

―Soy nueva.

―Acompáñala ―ordenó la mujer que parecía llevar la voz cantante a otra de las chicas―. Y luego que se quede por allí limpiando. Lo último que necesita la reina hoy es más inútiles cerca...

Seguí a la chica por una puerta de dentro de la despensa, que daba directamente a la cocina. Llenó un par de bandejas con un montón de platos, a los que alguien ya había echado un potingue parecido al puré que solían darme en los internados, y me hizo un gesto para que volviera a seguirla. Yo lo hice en silencio. Esperaba que el caballero estuviera allí de verdad.

En cualquier caso, estaba aprendiéndome el camino, por si tenía que hacerlo sola. O deshacerlo con el caballero. Esperaba que estuviera bien, me preocupaba de verdad.

Me paré de golpe tras bajar unas escaleras y cruzar una puerta de madera enorme. Allí olía fatal y estuve a punto de vomitar. Un segundo después, cuando me atreví a dar un paso dentro, la impresión fue aún peor. Había un montón de celdas y parecían atestadas de gente. Cada una tenía mínimo cinco personas y había al menos cien celdas. No llevábamos comida para alimentar a todo el mundo ni de broma.

―¿Quién es toda esta gente...? ―pregunté en un susurro a la chica.

―Fieles a nuestra princesa... ―me respondió ella en el mismo tono―. La vieja bruja no te ha reconocido, pero yo sí, majestad.

Se arrodilló de pronto delante de mí. Yo solo pude parpadear un par de veces, mientras ella clavaba la vista en el suelo.

―Yo... no... ―intenté aclarar que se equivocaba de persona.

―Tu ejército espera para derrocar a la falsa reina. La paz volverá a reinar por ti. Estamos esperando a que decidas tomar tu lugar, majestad. El lugar que te corresponde por nacimiento. Todos sabemos que la reina es una usurpadora y hace infeliz a tu reino. Por favor, mi princesa.

―¡Milady! ―El grito del caballero me hizo alzar la vista de golpe.

Estaba en una de las celdas más adelante. Ignoré a la chica que seguía arrodillada en el suelo para correr hasta él. Dejé la bandeja a un lado y sujeté sus manos, que se extendían fuera de los barrotes. Llevaba aún aquel atuendo deportivo completo, salvo por el «chaleco» que era parte de la armadura de plata y el yelmo a juego.

Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora