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Ashley

―Si tuvierais que matar a un dragón... ¿Cómo lo haríais? ―pregunté a Jens y Bianca a través del móvil cuando nos sentamos a desayunar juntos a media mañana. Mi hermana había hecho gofres y chocolate, estaba en el cielo.

Había dormido más de lo que pensaba por culpa de las pastillas y no había sido el despertador lo que me acabó despertando, si no la llamada de un número oculto al que obviamente no respondí. ¿Cómo se cogía el teléfono si no podías hablar? Me deprimí un poco, pero la idea de que tenía que quitarle las llaves a Ralph me mantuvo motivada en parte.

―¿Hablas metafóricamente? ―preguntó Jens confuso.

―¿Cómo se mata a un dragón metafóricamente? ―replicó Bianca.

―Es un supuesto ―aclaré―. Si estuvierais dentro de un... mundo de fantasía.

―¿Te preguntas esas cosas a menudo? ―se burló un poco Jens, pero yo me limité a asentir con la cabeza―. Va a ser verdad que sois hermanas...

―¿Tienes magia en ese supuesto? ―preguntó Bianca, mucho más interesada, mientras se relamía el chocolate que le había escurrido por un dedo. Negué con la cabeza―. ¿Y ayuda?

Volví a negar, mientras le escribía lo que sabía del dragón.

―Se llama Ralph, tiene una llave que necesitas y un caballero con espada ya ha tratado de matarlo sin conseguirlo.

―Vaya forma de concretar. Sabes su nombre, pero no sus puntos débiles... ―se quejó ella, pensativa.

―Sé que escupe luz que quema. Oh, y reacciona a la voz... cuando gritas alto o algo así.

―¿Y tienes que matarlo? ―se unió Jens―. ¿No puedes quitarle la llave sin más?

Le miré interesada. ¿Y si no hacía falta que matase a Ralph? El caballero de plata no había podido, pero ¿y si le arrebataba la llave? ¿Dónde la tendría? Parecía imposible, el dragón era gigante y la llave debía ser de tamaño normal, igual que la puerta.

―No lo sé ―respondí a Jens.

―¿De qué color es el dragón? ―me preguntó Bianca.

―¿Eso importa? ―se me adelantó Jens, justo cuando Deacon salía de su habitación.

Mi hermano se sentó a la mesa bostezando, con unas ojeras horribles y más despeinado de lo normal. Supuse que aquello era una famosa resaca, aunque yo no había bebido jamás y no tenía forma de estar segura.

―Eh, Deacon, ¿cómo matarías un dragón? ―le preguntó Bianca, antes de pasarle un plato para que pudiera coger un gofre de los que había dejado en el centro.

―¿Un dragón? ―preguntó Deacon desubicado.

―Es negro ―le aclaré, porque parecía importante.

―Vale, un dragón negro, enorme, que tiene una llave que necesitamos, escupe luz que quema, reacciona a los gritos, no tienes magia, ni aliados y las espadas no le hacen nada... ¿Me dejo algo? ―resumió Bianca.

―Que se llama Ralph ―le recordó Jens y yo me reí con ganas.

Aquello era mucho menos estresante si podía compartirlo con gente. Deacon volvió a bostezar y se pasó la mano por el pelo. Pensé que soltaría algo de metralletas o minas, para eso había estado en el ejército, ¿no? Sin embargo, me sorprendió por su simpleza.

―Me pararía delante de la puerta que quiero abrir con su llave y le gritaría: ¡eh, Ralph, tienes un nombre estúpido para un dragón negro, deberías ser azul! ―bromeó.

Cuando llegue tu hora - *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora